Maes, seguro ya todos vieron la noticia que reventó este fin de semana. La vara es que se armó un zafarrancho en Momentum Pinares y, como siempre en estos casos, ahora todo el mundo se está tirando la bola. La historia corta: un labrador mordió a una chiquita. A partir de ahí, el asunto se convierte en un novelón con tres versiones distintas y una pregunta que flota en el aire: ¿de quién es la culpa cuando un paseo familiar al mall se va al traste de esta manera?
Por un lado, tenemos a la mamá de la niña, lógicamente asustada y furiosa. Según su versión, el perro le saltó a la hija de la nada. En una de las notas, la señora dice, y con toda la razón del mundo, que el susto fue mortal: “Pensé que le había arrancado un ojo”. ¡Qué torta! Uno se pone en sus zapatos y entiende perfectamente su reacción de culpar directamente al centro comercial. Ella le tira durísimo a la política “pet friendly” del lugar, argumentando que no hay control y que cualquiera llega con cualquier perro, sin importar si el animal está acostumbrado a estar rodeado de gente, bulla y carajillos corriendo por todo lado. Para ella, la responsabilidad es del mall por permitir una situación de riesgo.
Luego, como en toda buena polémica, aparece el dueño del perro, un mae llamado Bernardo Meza, a dar su versión, que es completamente opuesta. Él jura y perjura que su labrador es un pan de Dios, que siempre estuvo con correa y bajo control. Según él, la niña no iba de la mano de la mamá, sino que se le acercó directamente al perro para tocarlo. Meza está tan seguro de su punto que hasta está pidiendo los videos de seguridad para demostrar que la historia no es como la contaron. Él, básicamente, está diciendo que fue un accidente provocado por la curiosidad de la niña y, quizás, un descuido de los papás. Es la clásica defensa del dueño que confía ciegamente en su mascota.
Y en medio de este despiche, ¿qué dice el centro comercial? Diay, Momentum Pinares salió con el comunicado más corporativo y predecible de la historia. Confirmaron el “incidente”, dijeron que la herida fue “superficial” (minimizando un poco la vara, para ser honestos) y prometieron que van a “reforzar la supervisión de sus medidas”. O sea, el clásico “mea culpa” a medias para que la gente no los cancele. Se lavan las manos, pero al mismo tiempo admiten, entre líneas, que tal vez sus protocolos no son tan robustos como creían. No asumen la culpa directa, pero tampoco se la sacuden del todo. Una jugada de manual de relaciones públicas.
Al final, esta situación es el reflejo perfecto de un problema más grande. La moda “pet friendly” es muy chiva en teoría, pero en la práctica, parece que no estamos listos. Requiere un nivel de responsabilidad triple. Primero, del dueño, que tiene que ser 100% consciente del temperamento y los límites de su animal. No todos los perros, por más nobles que sean, están para el estrés de un centro comercial. Segundo, de los papás, que no pueden asumir que todos los perros son peluches que se pueden abrazar. Y tercero, del comercio, que si va a abrirle las puertas a las mascotas, tiene que tener reglas clarísimas y personal capacitado para hacerlas cumplir, no solo poner un sticker en la puerta para verse “cool”.
Así que, maes, les tiro la bola a ustedes. ¿Quién se jaló la torta aquí? ¿Fue el dueño por llevar al perro a un lugar así? ¿La mamá por un posible descuido? ¿O el mall por apuntarse a una moda sin tener un plan de contención real para cuando las cosas salen mal? ¿O es una culpa compartida? ¡Abran debate!
Por un lado, tenemos a la mamá de la niña, lógicamente asustada y furiosa. Según su versión, el perro le saltó a la hija de la nada. En una de las notas, la señora dice, y con toda la razón del mundo, que el susto fue mortal: “Pensé que le había arrancado un ojo”. ¡Qué torta! Uno se pone en sus zapatos y entiende perfectamente su reacción de culpar directamente al centro comercial. Ella le tira durísimo a la política “pet friendly” del lugar, argumentando que no hay control y que cualquiera llega con cualquier perro, sin importar si el animal está acostumbrado a estar rodeado de gente, bulla y carajillos corriendo por todo lado. Para ella, la responsabilidad es del mall por permitir una situación de riesgo.
Luego, como en toda buena polémica, aparece el dueño del perro, un mae llamado Bernardo Meza, a dar su versión, que es completamente opuesta. Él jura y perjura que su labrador es un pan de Dios, que siempre estuvo con correa y bajo control. Según él, la niña no iba de la mano de la mamá, sino que se le acercó directamente al perro para tocarlo. Meza está tan seguro de su punto que hasta está pidiendo los videos de seguridad para demostrar que la historia no es como la contaron. Él, básicamente, está diciendo que fue un accidente provocado por la curiosidad de la niña y, quizás, un descuido de los papás. Es la clásica defensa del dueño que confía ciegamente en su mascota.
Y en medio de este despiche, ¿qué dice el centro comercial? Diay, Momentum Pinares salió con el comunicado más corporativo y predecible de la historia. Confirmaron el “incidente”, dijeron que la herida fue “superficial” (minimizando un poco la vara, para ser honestos) y prometieron que van a “reforzar la supervisión de sus medidas”. O sea, el clásico “mea culpa” a medias para que la gente no los cancele. Se lavan las manos, pero al mismo tiempo admiten, entre líneas, que tal vez sus protocolos no son tan robustos como creían. No asumen la culpa directa, pero tampoco se la sacuden del todo. Una jugada de manual de relaciones públicas.
Al final, esta situación es el reflejo perfecto de un problema más grande. La moda “pet friendly” es muy chiva en teoría, pero en la práctica, parece que no estamos listos. Requiere un nivel de responsabilidad triple. Primero, del dueño, que tiene que ser 100% consciente del temperamento y los límites de su animal. No todos los perros, por más nobles que sean, están para el estrés de un centro comercial. Segundo, de los papás, que no pueden asumir que todos los perros son peluches que se pueden abrazar. Y tercero, del comercio, que si va a abrirle las puertas a las mascotas, tiene que tener reglas clarísimas y personal capacitado para hacerlas cumplir, no solo poner un sticker en la puerta para verse “cool”.
Así que, maes, les tiro la bola a ustedes. ¿Quién se jaló la torta aquí? ¿Fue el dueño por llevar al perro a un lugar así? ¿La mamá por un posible descuido? ¿O el mall por apuntarse a una moda sin tener un plan de contención real para cuando las cosas salen mal? ¿O es una culpa compartida? ¡Abran debate!