¡Ay, Dios mío! La cosa está más que cargada. Con la reciente polémica alrededor de las reformas electorales, uno no sabe si reírse o llorar. Parece que estamos reviviendo viejas discusiones que creíamos superadas, y la verdad, da qué pensar cómo algunos personajes siguen aferrados a ideas que ya quedaron obsoletas.
Si nos vamos atrás, recuerden los tiempos donde la elección de diputados era un verdadero brete. Las máquinas políticas mandaban, la voluntad popular era secundaria, y el voto ciudadano tenía poca influencia. Gracias a luchas sociales y reformas graduales, logramos construir un sistema electoral más transparente y participativo, aunque todavía lejos de ser perfecto. Ahora, parece que alguien quiere echar toda esa chamba a perder, proponiendo cambios que podrían revertir muchos de esos avances.
Lo que me preocupa es la falta de visión histórica. Como bien decía aquel dicho, “el que no conoce su pasado, está condenado a repetirlo”. Estos debates sobre la reimpresión de cédulas, la eliminación de la Revoe, o incluso cuestionamientos al Tribunal Electoral, demuestran una desconexión alarmante con la realidad y con las necesidades de la gente. No estoy diciendo que no haya espacio para mejorar, pero cualquier cambio debe ir precedido de un amplio diálogo social y de un análisis riguroso de sus posibles consecuencias.
Y ni hablar de la politiquería barata que hemos visto en estos días. Algunos actores parecen más preocupados por ganar réditos políticos que por defender el interés público. Se lanzan acusaciones, se descalifican oponentes, y se manipula la información para confundir a la ciudadanía. ¡Qué pena ajena ver cómo se banalizan temas tan importantes como la soberanía popular y la integridad del proceso democrático!
Es importante recordar que la libertad electoral no es un regalo caído del cielo. Es fruto de años de lucha y sacrificio por parte de generaciones de costarricenses. Tenemos la fortuna de vivir en un país con una tradición democrática sólida, pero eso no significa que debamos darla por sentada. Al contrario, debemos estar siempre vigilantes para protegerla de aquellos que pretenden socavarla con fines egoístas.
Me pregunto, ¿por qué tanta prisa por modificar las reglas del juego justo antes de unas elecciones? ¿Será que hay quienes temen perder si se mantiene el statu quo? Esa es la vara que uno se agarra, porque la transparencia y la confianza son pilares fundamentales de nuestra democracia. Un sistema electoral robusto y confiable es esencial para garantizar la legitimidad de nuestros representantes y fortalecer la gobernabilidad del país.
No podemos permitir que intereses particulares o agendas ideológicas pongan en riesgo la estabilidad institucional. Necesitamos líderes responsables y comprometidos con el bienestar de todos los ciudadanos, capaces de trascender las divisiones partidistas y trabajar juntos por el bien común. Esto implica escuchar diferentes voces, respetar opiniones divergentes y buscar soluciones consensuadas que beneficien a la mayoría.
En fin, la situación actual nos obliga a reflexionar profundamente sobre el futuro de nuestra democracia. ¿Estamos dispuestos a dejar que unos pocos determinen el rumbo del país, o vamos a levantar la voz y exigir un proceso electoral limpio, transparente y justo? ¿Qué medidas concretas creen ustedes que deberían tomarse para fortalecer la confianza en nuestras instituciones y asegurar que la voluntad popular sea respetada?
Si nos vamos atrás, recuerden los tiempos donde la elección de diputados era un verdadero brete. Las máquinas políticas mandaban, la voluntad popular era secundaria, y el voto ciudadano tenía poca influencia. Gracias a luchas sociales y reformas graduales, logramos construir un sistema electoral más transparente y participativo, aunque todavía lejos de ser perfecto. Ahora, parece que alguien quiere echar toda esa chamba a perder, proponiendo cambios que podrían revertir muchos de esos avances.
Lo que me preocupa es la falta de visión histórica. Como bien decía aquel dicho, “el que no conoce su pasado, está condenado a repetirlo”. Estos debates sobre la reimpresión de cédulas, la eliminación de la Revoe, o incluso cuestionamientos al Tribunal Electoral, demuestran una desconexión alarmante con la realidad y con las necesidades de la gente. No estoy diciendo que no haya espacio para mejorar, pero cualquier cambio debe ir precedido de un amplio diálogo social y de un análisis riguroso de sus posibles consecuencias.
Y ni hablar de la politiquería barata que hemos visto en estos días. Algunos actores parecen más preocupados por ganar réditos políticos que por defender el interés público. Se lanzan acusaciones, se descalifican oponentes, y se manipula la información para confundir a la ciudadanía. ¡Qué pena ajena ver cómo se banalizan temas tan importantes como la soberanía popular y la integridad del proceso democrático!
Es importante recordar que la libertad electoral no es un regalo caído del cielo. Es fruto de años de lucha y sacrificio por parte de generaciones de costarricenses. Tenemos la fortuna de vivir en un país con una tradición democrática sólida, pero eso no significa que debamos darla por sentada. Al contrario, debemos estar siempre vigilantes para protegerla de aquellos que pretenden socavarla con fines egoístas.
Me pregunto, ¿por qué tanta prisa por modificar las reglas del juego justo antes de unas elecciones? ¿Será que hay quienes temen perder si se mantiene el statu quo? Esa es la vara que uno se agarra, porque la transparencia y la confianza son pilares fundamentales de nuestra democracia. Un sistema electoral robusto y confiable es esencial para garantizar la legitimidad de nuestros representantes y fortalecer la gobernabilidad del país.
No podemos permitir que intereses particulares o agendas ideológicas pongan en riesgo la estabilidad institucional. Necesitamos líderes responsables y comprometidos con el bienestar de todos los ciudadanos, capaces de trascender las divisiones partidistas y trabajar juntos por el bien común. Esto implica escuchar diferentes voces, respetar opiniones divergentes y buscar soluciones consensuadas que beneficien a la mayoría.
En fin, la situación actual nos obliga a reflexionar profundamente sobre el futuro de nuestra democracia. ¿Estamos dispuestos a dejar que unos pocos determinen el rumbo del país, o vamos a levantar la voz y exigir un proceso electoral limpio, transparente y justo? ¿Qué medidas concretas creen ustedes que deberían tomarse para fortalecer la confianza en nuestras instituciones y asegurar que la voluntad popular sea respetada?