¡Ay, Dios mío! Aquí estamos otra vez, leyendo el Estado de la Nación y descubriendo que seguimos metidos hasta el cuello en broncas. Este año no pinta lindo, ni poquito. Las malas noticias no paran: infraestructura hecha polvo y una inseguridad que da más miedo que ir al Cerro de la Muerte de noche. Según el informe, esto nos está costando una pasta, y la economía toscana ya estaba medio tambaleante.
La verdad, la inversión en carreteras y puentes ha sido una burla durante los últimos años. En lugar de dedicarle al menos el 4% del PIB, como se había planeado hace tiempo, hemos ido destinando migajas, como si construir caminos fuera un lujo, ¡cuando es básico para movernos y trabajar!
Y eso se nota, ¿eh? Los proyectos se estiran más que chicle, se van al traste por sobrecostos y, mientras tanto, las empresas pierden una banda de plata. Piensen en el puente sobre el río Tempisque, que tuvo que cerrar casi cuatro meses. ¡Eso sí es qué sal! Las pérdidas fueron mayores que el valor del mismo puente, ¡imagínense la torta!
Pero la cosa no es solo la infraestructura; también tenemos que lidiar con una ola de violencia que nos está asfixiando. Los homicidios han subido como espuma, llegando a cifras alarmantes. ¡Qué carga! La OMS ya clasificó esto como una epidemia, y no se andan tintas.
Lo peor es que esta violencia afecta directamente a las zonas más productivas del país. Cantones como San Carlos, Turrialba y Bagaz, que generan gran parte de la riqueza nacional, están siendo azotados por el crimen. Y ahí es donde viene lo feo: el delito organizado está utilizando los negocios locales como fachadas para lavar billetes y hacer sus trapicheos. Un chunche que vende zapato puede estar financiando cosas turbias, diay.
Este cóctel explosivo de infraestructura ruinosa e inseguridad rampante nos pone en una situación de mucho riesgo. La competitividad del país se ve afectada, los empleos se pierden y la desigualdad crece entre las diferentes regiones. Esto no es un juego, mae. Es un problema serio que requiere soluciones urgentes y contundentes.
Para salir de este brete, necesitamos darle prioridad a la inversión pública en infraestructuras claves, como carreteras, puertos y aeropuertos. Pero no basta con echarle lana; hay que mejorar la gestión de los proyectos y asegurarnos de que se hagan bien, sin tantos rodeos ni corrupción. Además, es vital fortalecer nuestras instituciones de seguridad y aplicar políticas integrales que aborden las causas de la violencia desde la raíz.
En fin, parece que nos toca remar contracorriente, pero no podemos rendirnos. Tenemos que exigir a nuestros gobernantes que tomen cartas en el asunto y que trabajen duro para sacar a Costa Rica de esta encrucijada. ¿Ustedes creen que realmente vamos a ver cambios significativos en los próximos años, o seguiremos arrastrando estos problemas por mucho tiempo más?
La verdad, la inversión en carreteras y puentes ha sido una burla durante los últimos años. En lugar de dedicarle al menos el 4% del PIB, como se había planeado hace tiempo, hemos ido destinando migajas, como si construir caminos fuera un lujo, ¡cuando es básico para movernos y trabajar!
Y eso se nota, ¿eh? Los proyectos se estiran más que chicle, se van al traste por sobrecostos y, mientras tanto, las empresas pierden una banda de plata. Piensen en el puente sobre el río Tempisque, que tuvo que cerrar casi cuatro meses. ¡Eso sí es qué sal! Las pérdidas fueron mayores que el valor del mismo puente, ¡imagínense la torta!
Pero la cosa no es solo la infraestructura; también tenemos que lidiar con una ola de violencia que nos está asfixiando. Los homicidios han subido como espuma, llegando a cifras alarmantes. ¡Qué carga! La OMS ya clasificó esto como una epidemia, y no se andan tintas.
Lo peor es que esta violencia afecta directamente a las zonas más productivas del país. Cantones como San Carlos, Turrialba y Bagaz, que generan gran parte de la riqueza nacional, están siendo azotados por el crimen. Y ahí es donde viene lo feo: el delito organizado está utilizando los negocios locales como fachadas para lavar billetes y hacer sus trapicheos. Un chunche que vende zapato puede estar financiando cosas turbias, diay.
Este cóctel explosivo de infraestructura ruinosa e inseguridad rampante nos pone en una situación de mucho riesgo. La competitividad del país se ve afectada, los empleos se pierden y la desigualdad crece entre las diferentes regiones. Esto no es un juego, mae. Es un problema serio que requiere soluciones urgentes y contundentes.
Para salir de este brete, necesitamos darle prioridad a la inversión pública en infraestructuras claves, como carreteras, puertos y aeropuertos. Pero no basta con echarle lana; hay que mejorar la gestión de los proyectos y asegurarnos de que se hagan bien, sin tantos rodeos ni corrupción. Además, es vital fortalecer nuestras instituciones de seguridad y aplicar políticas integrales que aborden las causas de la violencia desde la raíz.
En fin, parece que nos toca remar contracorriente, pero no podemos rendirnos. Tenemos que exigir a nuestros gobernantes que tomen cartas en el asunto y que trabajen duro para sacar a Costa Rica de esta encrucijada. ¿Ustedes creen que realmente vamos a ver cambios significativos en los próximos años, o seguiremos arrastrando estos problemas por mucho tiempo más?