¡Ay, papá Dios! Esto sí que es novela. Después de 17 años prófugo, Juan José Sant’Anna, el exsacerdote acusado de abusar sexualmente a más de treinta niños, amaneció esposado en Uruguay. Parece que su intento de esconderse en la casa de sus viejos no funcionó. Ahora sí, mándale rogas, porque la cosa pinta fea.
La historia es larga y llena de sal. Resulta que Sant'Anna, que era encargado del ala masculina del internado Monseñor Ángel Gelmi en Tapacarí, Bolivia, entre 2005 y 2007, se aprovechó de la confianza de esos nenes – algunos apenas tenían seis años, ¡diay! – para cometer actos terribles. Un brete oscuro que tardó años en salir a la luz, pero cuando explotó, el mae desapareció como humo.
Después de que la denuncia se hiciera pública, Sant’Anna echó varas, dejando atrás a las víctimas y huyendo a Uruguay, donde vivió en el anonimato, precisamente, refugiándose en el cariño familiar. Imagínate, tapándose detrás de sus viejitos, mientras las familias de esas víctimas estaban destrozadas buscando respuestas y justicia. ¡Qué barbaridad!
Ahora, gracias a las autoridades uruguayas, han puesto fin a esta farsa. Se dice que la Interpol jugó un papel clave en rastrearlo hasta su guarida. Pero la espera no terminó ahí, todavía le queda un largo camino por recorrer. Bolivia tiene 40 días para tramitar su extradición, un plazo corto si consideramos toda la burocracia que implica esto.
Según fuentes legales, si todo sale bien, Sant’Anna será enviado a Bolivia para enfrentar un juicio que podría llevarlo a pasar hasta 30 años tras las rejas. Una condena que, esperemos, sirva de consuelo para las víctimas y envíe un mensaje claro a cualquier persona que piense en dañar a un menor. ¡Eso no se tolera, ni aquí, ni en ningún lado!
Lo que más me pone los pelos de punta es que, pese a admitir sentir culpa en entrevistas, el reverendo nunca ha pedido perdón públicamente a los niños que dañó. ¿Cómo puedes sentir culpa y no tener la decencia de decir 'perdón'? Eso demuestra una falta de empatía que realmente da asco. Que se prepare para escuchar lo que tienen que decirle las víctimas en el juzgado, porque eso sí que va a doler.
Este caso nos recuerda lo importante que es denunciar cualquier tipo de abuso infantil. No podemos permitir que estos monstruos se escuden en el silencio y la impunidad. Si sabes algo, habla. Protege a nuestros niños, son el futuro de Costa Rica y del mundo entero. ¡No sean cómplices del silencio!
Ahora, díganme, queridos lectores del Foro: ¿Creen que las disculpas privadas tienen el mismo valor que una disculpa pública y sincera frente a las víctimas? ¿Y consideran que una pena de 30 años es suficiente castigo para alguien que causó tanto daño a tantos niños?
La historia es larga y llena de sal. Resulta que Sant'Anna, que era encargado del ala masculina del internado Monseñor Ángel Gelmi en Tapacarí, Bolivia, entre 2005 y 2007, se aprovechó de la confianza de esos nenes – algunos apenas tenían seis años, ¡diay! – para cometer actos terribles. Un brete oscuro que tardó años en salir a la luz, pero cuando explotó, el mae desapareció como humo.
Después de que la denuncia se hiciera pública, Sant’Anna echó varas, dejando atrás a las víctimas y huyendo a Uruguay, donde vivió en el anonimato, precisamente, refugiándose en el cariño familiar. Imagínate, tapándose detrás de sus viejitos, mientras las familias de esas víctimas estaban destrozadas buscando respuestas y justicia. ¡Qué barbaridad!
Ahora, gracias a las autoridades uruguayas, han puesto fin a esta farsa. Se dice que la Interpol jugó un papel clave en rastrearlo hasta su guarida. Pero la espera no terminó ahí, todavía le queda un largo camino por recorrer. Bolivia tiene 40 días para tramitar su extradición, un plazo corto si consideramos toda la burocracia que implica esto.
Según fuentes legales, si todo sale bien, Sant’Anna será enviado a Bolivia para enfrentar un juicio que podría llevarlo a pasar hasta 30 años tras las rejas. Una condena que, esperemos, sirva de consuelo para las víctimas y envíe un mensaje claro a cualquier persona que piense en dañar a un menor. ¡Eso no se tolera, ni aquí, ni en ningún lado!
Lo que más me pone los pelos de punta es que, pese a admitir sentir culpa en entrevistas, el reverendo nunca ha pedido perdón públicamente a los niños que dañó. ¿Cómo puedes sentir culpa y no tener la decencia de decir 'perdón'? Eso demuestra una falta de empatía que realmente da asco. Que se prepare para escuchar lo que tienen que decirle las víctimas en el juzgado, porque eso sí que va a doler.
Este caso nos recuerda lo importante que es denunciar cualquier tipo de abuso infantil. No podemos permitir que estos monstruos se escuden en el silencio y la impunidad. Si sabes algo, habla. Protege a nuestros niños, son el futuro de Costa Rica y del mundo entero. ¡No sean cómplices del silencio!
Ahora, díganme, queridos lectores del Foro: ¿Creen que las disculpas privadas tienen el mismo valor que una disculpa pública y sincera frente a las víctimas? ¿Y consideran que una pena de 30 años es suficiente castigo para alguien que causó tanto daño a tantos niños?