¡Ay, Dios mío, qué vara! Resulta que aquí estamos en pleno 2025 y todavía tenemos que lidiar con cosas así. La Sala Constitucional le bajó duro al Hospital de San Vito (la Juana Pirola, pa' los que no saben) por echarle burradas a una señora de 63 años porque supuestamente su enagua era 'demasiado corta'. ¡Pero díganme, quién midió eso con regla?
Todo empezó el 23 de agosto pasado. La señora, buena gente, iba a ayudar a alimentar a su papi, un señor ya de edad, internado en el hospital. Imagínate, con toda la intención del mundo, llega al sitio y ¡zas!, el guardia de seguridad le pone el boquete. Según él, la enagua de la doña violaba alguna norma interna sobre códigos de vestimenta. ¡Pero ay, qué pesadilla!
La pobre señora le intentó explicar que ella no anda con pantalones ni esas cosas, que por comodidad siempre va así. Pero el tipo, inflexible, no dio abasto. Dice que estaba aplicando un cartel que prohíbe faldas “a menos de cuatro centímetros arriba de la rodilla”. ¡Como si estuvieran buscando terroristas en vez de atender pacientes! Un verdadero despiche.
El director del hospital, Dr. Johnnie Deng Tong (imagínate el nombre), salió a defender la postura diciendo que estaban protegiendo el centro médico de ingresos indebidos, como comida o quién sabe qué. Como si una enagua fuera una amenaza biológica. ¡De verdad, me da pena ajena!
Pero la Sala Cuarta no se quedó callada. Les dijo clarito al doctorcito que las normas en lugares públicos tienen que tener sentido y razón de ser. Y que venir a medir el largo de una falda, especialmente en un lugar como San Vito, ¡es un abuso de autoridad hasta las lágrimas! Allá en el sur, con ese calorazo, la gente anda más ligera, ¿y qué quieren que les digamos?
El Tribunal Constitucional fue directo: comparar la prohibición de ingresar un arma (que sí es peligroso) con la de una enagua es un disparate monumental. Hicieron hincapié en que la sanción fue desproporcionada, totalmente fuera de lugar, considerando el clima y las costumbres de la zona. ¡Una apreciación subjetiva, como dice mi abu, hecha con ganas de meterse con la gente!
Ahora, el CCSS tendrá que ponerle precio a esta movida: pagará las costas y los daños morales a la señora. ¡Dinero que sale de nuestros bolsillos, mis queridos! Todo por la rigidez de unos pocos funcionarios que se creen los dueños de la verdad y de la modestia. Me pregunto, ¿quién les enseñó esos modales?
Esta historia nos deja pensando: ¿hasta dónde pueden llegar las autoridades a controlar nuestra forma de vestir y cómo podemos proteger nuestros derechos frente a decisiones arbitrarias? ¡Dígame usted, qué piensa de esto? ¿Cree que deberían regular más los códigos de vestimenta en hospitales o que esto es pura mamarrachada?
Todo empezó el 23 de agosto pasado. La señora, buena gente, iba a ayudar a alimentar a su papi, un señor ya de edad, internado en el hospital. Imagínate, con toda la intención del mundo, llega al sitio y ¡zas!, el guardia de seguridad le pone el boquete. Según él, la enagua de la doña violaba alguna norma interna sobre códigos de vestimenta. ¡Pero ay, qué pesadilla!
La pobre señora le intentó explicar que ella no anda con pantalones ni esas cosas, que por comodidad siempre va así. Pero el tipo, inflexible, no dio abasto. Dice que estaba aplicando un cartel que prohíbe faldas “a menos de cuatro centímetros arriba de la rodilla”. ¡Como si estuvieran buscando terroristas en vez de atender pacientes! Un verdadero despiche.
El director del hospital, Dr. Johnnie Deng Tong (imagínate el nombre), salió a defender la postura diciendo que estaban protegiendo el centro médico de ingresos indebidos, como comida o quién sabe qué. Como si una enagua fuera una amenaza biológica. ¡De verdad, me da pena ajena!
Pero la Sala Cuarta no se quedó callada. Les dijo clarito al doctorcito que las normas en lugares públicos tienen que tener sentido y razón de ser. Y que venir a medir el largo de una falda, especialmente en un lugar como San Vito, ¡es un abuso de autoridad hasta las lágrimas! Allá en el sur, con ese calorazo, la gente anda más ligera, ¿y qué quieren que les digamos?
El Tribunal Constitucional fue directo: comparar la prohibición de ingresar un arma (que sí es peligroso) con la de una enagua es un disparate monumental. Hicieron hincapié en que la sanción fue desproporcionada, totalmente fuera de lugar, considerando el clima y las costumbres de la zona. ¡Una apreciación subjetiva, como dice mi abu, hecha con ganas de meterse con la gente!
Ahora, el CCSS tendrá que ponerle precio a esta movida: pagará las costas y los daños morales a la señora. ¡Dinero que sale de nuestros bolsillos, mis queridos! Todo por la rigidez de unos pocos funcionarios que se creen los dueños de la verdad y de la modestia. Me pregunto, ¿quién les enseñó esos modales?
Esta historia nos deja pensando: ¿hasta dónde pueden llegar las autoridades a controlar nuestra forma de vestir y cómo podemos proteger nuestros derechos frente a decisiones arbitrarias? ¡Dígame usted, qué piensa de esto? ¿Cree que deberían regular más los códigos de vestimenta en hospitales o que esto es pura mamarrachada?