¡Ay, Dios mío! ¿Se imaginan que alguien les esté revolviendo el celular como si fuera un chícharo? Pues resulta que eso, mis queridos, ya no es un simple cotilleo inofensivo, sino una verdadera metedura de pata con consecuencias bien gordas. Así me lo dijo Tatiana Cartin, una psicóloga de la U Fidélitas que sabe de estos temas y nos abrió los ojos sobre cómo algo tan cotidiano puede convertirse en una torta emocional.
Según la experta, revisar lo que escribimos, vemos o leemos nuestra pareja, familia o compañeros de trabajo, especialmente si pasa seguido, va mucho más allá de la invasión de la privacidad. Se mete en terrenos peligrosos donde entra el control, la manipulación y hasta el abuso psicológico. ¡Y eso sí que no es juego limpio, mae!
Pero, ¿qué dice la ley al respecto? Pues parece que tenemos varias opciones para defendernos. Nos comentaron que revolearle al celular a alguien puede considerarse violación de comunicaciones (artículo 196 del Código Penal), acceso indebido a sistemas informáticos (artículo 217 bis) e incluso violencia psicológica, dependiendo de la situación. Además, la ley de protección de datos personales (N.° 8968) también nos ampara, así que ahí tenemos respaldo legal, diay.
Más allá de lo legal, a nivel de ética y derechos humanos, es claro que fisgonear un celular es una barbaridad. Viola nuestra autonomía, nuestro derecho a la privacidad y, ni hablar, nuestra dignidad como seres humanos. Es como decir que no confiamos en nadie y que necesitamos controlar cada uno de sus movimientos, y eso, mi gente, no funciona en ninguna relación sana.
Ahora, las consecuencias para quien recibe este trato no son menores. Cartin nos cuenta que se crea un ambiente de desconfianza, miedo y humillación. Imagínense sentirse vigilados constantemente, saber que alguien está revisando cada mensaje, cada foto… ¡Me da escalofríos solo de pensarlo! En casos extremos, la persona puede sufrir estrés postraumático, perder la autoestima o simplemente querer esfumarse de la vida de esa persona.
Lo peor de todo es que muchas veces esta conducta se normaliza con frases como “si no tienes nada que esconder, no deberías molestar”. ¡Qué sal!, ¿verdad? Esa frase traslada toda la culpa a la víctima y perpetúa dinámicas de control y dominación que vamos luchando por erradicar. Hay que entender que la privacidad es un derecho fundamental, no un privilegio que podemos conceder a voluntad.
Entonces, ¿cómo nos protegemos de esto? La doctora Cartin nos da algunas ideas: fortalecer la educación en derechos digitales desde pequeños, pedir permiso antes de revisar cualquier dispositivo ajeno, promover campañas de sensibilización y buscar apoyo psicológico si sentimos que estamos siendo víctimas de este tipo de violencia. También debemos estar atentos a las señales de alerta: celos excesivos, necesidad de control y normalización de la vigilancia. ¡No nos quedemos callados ante estas situaciones!
En fin, proteger nuestra privacidad es clave para construir relaciones sanas y basadas en el respeto mutuo. Recordemos que el celular es una extensión de nosotros mismos, un espacio íntimo donde guardamos nuestros pensamientos, secretos y sueños. ¡Que nadie tenga derecho a invadirlo! Ahora me pregunto: ¿Ustedes creen que las escuelas deberían incluir clases obligatorias sobre privacidad digital y seguridad en internet?
Según la experta, revisar lo que escribimos, vemos o leemos nuestra pareja, familia o compañeros de trabajo, especialmente si pasa seguido, va mucho más allá de la invasión de la privacidad. Se mete en terrenos peligrosos donde entra el control, la manipulación y hasta el abuso psicológico. ¡Y eso sí que no es juego limpio, mae!
Pero, ¿qué dice la ley al respecto? Pues parece que tenemos varias opciones para defendernos. Nos comentaron que revolearle al celular a alguien puede considerarse violación de comunicaciones (artículo 196 del Código Penal), acceso indebido a sistemas informáticos (artículo 217 bis) e incluso violencia psicológica, dependiendo de la situación. Además, la ley de protección de datos personales (N.° 8968) también nos ampara, así que ahí tenemos respaldo legal, diay.
Más allá de lo legal, a nivel de ética y derechos humanos, es claro que fisgonear un celular es una barbaridad. Viola nuestra autonomía, nuestro derecho a la privacidad y, ni hablar, nuestra dignidad como seres humanos. Es como decir que no confiamos en nadie y que necesitamos controlar cada uno de sus movimientos, y eso, mi gente, no funciona en ninguna relación sana.
Ahora, las consecuencias para quien recibe este trato no son menores. Cartin nos cuenta que se crea un ambiente de desconfianza, miedo y humillación. Imagínense sentirse vigilados constantemente, saber que alguien está revisando cada mensaje, cada foto… ¡Me da escalofríos solo de pensarlo! En casos extremos, la persona puede sufrir estrés postraumático, perder la autoestima o simplemente querer esfumarse de la vida de esa persona.
Lo peor de todo es que muchas veces esta conducta se normaliza con frases como “si no tienes nada que esconder, no deberías molestar”. ¡Qué sal!, ¿verdad? Esa frase traslada toda la culpa a la víctima y perpetúa dinámicas de control y dominación que vamos luchando por erradicar. Hay que entender que la privacidad es un derecho fundamental, no un privilegio que podemos conceder a voluntad.
Entonces, ¿cómo nos protegemos de esto? La doctora Cartin nos da algunas ideas: fortalecer la educación en derechos digitales desde pequeños, pedir permiso antes de revisar cualquier dispositivo ajeno, promover campañas de sensibilización y buscar apoyo psicológico si sentimos que estamos siendo víctimas de este tipo de violencia. También debemos estar atentos a las señales de alerta: celos excesivos, necesidad de control y normalización de la vigilancia. ¡No nos quedemos callados ante estas situaciones!
En fin, proteger nuestra privacidad es clave para construir relaciones sanas y basadas en el respeto mutuo. Recordemos que el celular es una extensión de nosotros mismos, un espacio íntimo donde guardamos nuestros pensamientos, secretos y sueños. ¡Que nadie tenga derecho a invadirlo! Ahora me pregunto: ¿Ustedes creen que las escuelas deberían incluir clases obligatorias sobre privacidad digital y seguridad en internet?