¡Ay, Dios mío! Quién lo diría, ¿verdad? Resulta que unos muchachos del TEC, esos que siempre andan metidos en sus libros y fórmulas, decidieron dejar un rato la física y la producción industrial para echarle hombros a una necesidad bien sentida: arreglar el puentecito que une a la comunidad indígena cabécar de Simiriñak en Turrialba. Una movida chiva, vamos.
La cosa es que ese puente, un tipo hamaca que cruza el río Pacuare, ya estaba dando más sustillo que risa. Las tablas más flacas que un espagueti, el cableado oxidado hasta decir basta… pa’ que les cuento, un peligro de campeonato. Según cuentan los lugareños, varios se han resbalado y dado un chapuzón inesperado en el río, tratando de pasar al otro lado. ¡Imagínate el susto!
Y colorín colorado, este no es un juego cualquiera, porque por ahí pasan estudiando niños, abuelitos con sus achaques, campesinos cargados de productos frescos para vender en el mercado… familias completas, ¿me entienden? Gente que necesita ir y venir para poder comer, estudiar, recibir atención médica... toda la onda. Sin ese puente, la vida se pone bien complicada, señores. De verdad, qué vara.
Pero fíjate tú, estos estudiantes del TEC no se quedaron con los brazos cruzados. Decidieron tomar cartas en el asunto como parte del curso de Administración de Proyectos. Son casi 50 muchachos entre físicos matemáticos e ingenieros en producción industrial, trabajando como si fueran unos jefes de obra. Desde planificación hasta conseguir materiales, pasando por bingos y rifas pa' juntar un poquito de lana, se están poniendo las pilas de verdad.
“Es que esto pasó de ser un simple proyecto académico a una misión de corazón”, me cuenta Lissy Aguilera Cordero, una de las estudiantes involucradas y quien parece tener la información más clara de todo el brete. “Nosotros trabajamos como una empresa, con un gerente elegido por nosotros mismos. Es una experiencia súper valiosa, porque además, estamos viendo cómo funciona todo esto de la gestión de proyectos en la vida real”.
La petición de ayuda llegó a través de una asociación de Turrialba que lleva años apoyando a las comunidades indígenas de la zona. Después de una votación masiva –y con razón– los estudiantes eligieron hacerce cargo del proyecto. Ahora, con el apoyo de algunos ingenieros que les están echando una mano con el diagnóstico estructural, están corriendo a buscar donaciones y a organizar actividades para recaudar fondos. ¡No se duermen en los laureles!
Ya tienen algunas ideas claras de cómo va a ser la reparación. Van a reforzar la base, reemplazar las tablas dañadas, mejorar el sistema de cables… básicamente, darle una renovación completa al puentecito. Han puesto una campaña en redes sociales con un llamado a la solidaridad: “¡Con un rojo cruzamos juntos!”. Una imagen bien creativa, con el logo del puente y un mensaje claro: cualquier aporte cuenta. Además, están vendiendo comida en la U, rifando premios y buscando patrocinios... todo vale pa’ que el puente esté listo pronto.
Así que ya ven, aunque a veces parezca que la juventud de hoy solo anda pendiente de sus celulares y sus redes sociales, todavía quedan maes con ganas de hacer cosas buenas por su país. Esperemos que este “Puente de Esperanza” sea solo el inicio de muchas otras iniciativas similares. Ahora, díganme, ¿ustedes creen que las universidades deberían fomentar más este tipo de proyectos de servicio comunitario en sus planes de estudio, o prefieren que los estudiantes se enfoquen únicamente en sus temas académicos?
La cosa es que ese puente, un tipo hamaca que cruza el río Pacuare, ya estaba dando más sustillo que risa. Las tablas más flacas que un espagueti, el cableado oxidado hasta decir basta… pa’ que les cuento, un peligro de campeonato. Según cuentan los lugareños, varios se han resbalado y dado un chapuzón inesperado en el río, tratando de pasar al otro lado. ¡Imagínate el susto!
Y colorín colorado, este no es un juego cualquiera, porque por ahí pasan estudiando niños, abuelitos con sus achaques, campesinos cargados de productos frescos para vender en el mercado… familias completas, ¿me entienden? Gente que necesita ir y venir para poder comer, estudiar, recibir atención médica... toda la onda. Sin ese puente, la vida se pone bien complicada, señores. De verdad, qué vara.
Pero fíjate tú, estos estudiantes del TEC no se quedaron con los brazos cruzados. Decidieron tomar cartas en el asunto como parte del curso de Administración de Proyectos. Son casi 50 muchachos entre físicos matemáticos e ingenieros en producción industrial, trabajando como si fueran unos jefes de obra. Desde planificación hasta conseguir materiales, pasando por bingos y rifas pa' juntar un poquito de lana, se están poniendo las pilas de verdad.
“Es que esto pasó de ser un simple proyecto académico a una misión de corazón”, me cuenta Lissy Aguilera Cordero, una de las estudiantes involucradas y quien parece tener la información más clara de todo el brete. “Nosotros trabajamos como una empresa, con un gerente elegido por nosotros mismos. Es una experiencia súper valiosa, porque además, estamos viendo cómo funciona todo esto de la gestión de proyectos en la vida real”.
La petición de ayuda llegó a través de una asociación de Turrialba que lleva años apoyando a las comunidades indígenas de la zona. Después de una votación masiva –y con razón– los estudiantes eligieron hacerce cargo del proyecto. Ahora, con el apoyo de algunos ingenieros que les están echando una mano con el diagnóstico estructural, están corriendo a buscar donaciones y a organizar actividades para recaudar fondos. ¡No se duermen en los laureles!
Ya tienen algunas ideas claras de cómo va a ser la reparación. Van a reforzar la base, reemplazar las tablas dañadas, mejorar el sistema de cables… básicamente, darle una renovación completa al puentecito. Han puesto una campaña en redes sociales con un llamado a la solidaridad: “¡Con un rojo cruzamos juntos!”. Una imagen bien creativa, con el logo del puente y un mensaje claro: cualquier aporte cuenta. Además, están vendiendo comida en la U, rifando premios y buscando patrocinios... todo vale pa’ que el puente esté listo pronto.
Así que ya ven, aunque a veces parezca que la juventud de hoy solo anda pendiente de sus celulares y sus redes sociales, todavía quedan maes con ganas de hacer cosas buenas por su país. Esperemos que este “Puente de Esperanza” sea solo el inicio de muchas otras iniciativas similares. Ahora, díganme, ¿ustedes creen que las universidades deberían fomentar más este tipo de proyectos de servicio comunitario en sus planes de estudio, o prefieren que los estudiantes se enfoquen únicamente en sus temas académicos?
