¡Ay, Dios mío! Quién se imaginaba que la Iglesia, allá arriba en sus cumbres espirituales, estaría pasando por este brete tan complicado. Pero así es la vida, ¿no le parece?, siempre hay sorpresas, algunas bonitas, otras… bueno, digamos que te dejan con la boca abierta y el corazón apesadumbrado. Lo que tenemos ahora es un congreso buscando darle solución a un problema que ha sacudido los cimientos de la fe de muchos costarricenses: el abuso dentro de la institución.
El IV Congreso Nacional de Prevención de Abusos, que se llevó a cabo entre el 13 y el 18 de octubre, buscó precisamente eso: ver cómo acompañar a las víctimas de esos actos terribles, especialmente aquellos ocurridos en ambientes religiosos. Se juntaron expertos de todas partes, tanto nacionales como internacionales, para hablar claro y ponerle paños fríos a esta situación que ha dolido profundamente a la comunidad católica y más allá.
Imagínese, ¡más de 200 personas conectándose virtualmente! Ahí salió el Máster Juan Carlos Oviedo, de Conaprome, soltando verdades como balazos sobre la urgencia de crear una cultura donde todos nos cuidemos unos a otros. Dijo que hay que reconocer la gravedad del asunto y entender que no se puede seguir tapándole el ojo a la realidad. Que esto no es juerga, este es un tema serio que requiere atención inmediata y acciones contundentes.
Y ni hablar de la psicóloga Marianela Monge, que les dio unas herramientas súper útiles para ayudar a las personas que están pasando por momentos difíciles. Una especie de ‘kit de supervivencia’ emocional para enfrentar la crisis. Luego vino la teóloga argentina Reina Camjii, aportando su visión desde el Evangelio, mostrando un camino de buen trato hacia las víctimas. ¡Uy, qué harta información valiosa!
El cierre presencial, en el auditorio de la UCA, fue otro relato aparte. Cerca de 200 asistentes escuchando atentamente al padre Luis Alfonso Zamorano, un hombre que vive la vara de primera mano por haber sido testigo del escándalo Karadima en Chile. Él, que sabe de sufrimiento, enfatizó que sin justicia, sin verdad, es casi imposible sanar las heridas espirituales. Subrayó la importancia de escuchar a las víctimas, respetarlas y evitar estigmatizarlas. Hasta cantó una canción, ¡una joya para reflexionar sobre la prevención!
Monseñor José Manuel Garita Herrera, el presidente de Conaprome, también puso su granito de arena, pidiendo a diestra y siniestra que redoblen esfuerzos para proteger a las víctimas, que les brinden toda la ayuda necesaria para que puedan recuperar su bienestar físico, emocional y espiritual. ¡Se nota que este tema le toca el alma al señor arzobispo!
Lo que quedó claro es que no basta con pedir perdón; hay que actuar. Hay que cambiar la forma en que se han hecho las cosas durante años. Hay que crear espacios seguros donde las víctimas se sientan escuchadas y apoyadas. Y lo más importante, hay que hacer justicia, porque sin justicia, todo lo demás es pura charlatanería. Este proceso va a ser largo y complejo, seguro, pero es esencial para restaurar la confianza en la Iglesia y en las instituciones religiosas.
Ahora bien, después de escuchar todas estas reflexiones, me pregunto: ¿cree usted que la Iglesia está haciendo lo suficiente para abordar este problema de raíz, o simplemente estamos viendo medidas paliativas que no llegarán a solucionar el fondo del asunto? ¿Y cómo podemos, como sociedad costarricense, contribuir a crear una cultura de prevención y protección de las personas más vulnerables?
El IV Congreso Nacional de Prevención de Abusos, que se llevó a cabo entre el 13 y el 18 de octubre, buscó precisamente eso: ver cómo acompañar a las víctimas de esos actos terribles, especialmente aquellos ocurridos en ambientes religiosos. Se juntaron expertos de todas partes, tanto nacionales como internacionales, para hablar claro y ponerle paños fríos a esta situación que ha dolido profundamente a la comunidad católica y más allá.
Imagínese, ¡más de 200 personas conectándose virtualmente! Ahí salió el Máster Juan Carlos Oviedo, de Conaprome, soltando verdades como balazos sobre la urgencia de crear una cultura donde todos nos cuidemos unos a otros. Dijo que hay que reconocer la gravedad del asunto y entender que no se puede seguir tapándole el ojo a la realidad. Que esto no es juerga, este es un tema serio que requiere atención inmediata y acciones contundentes.
Y ni hablar de la psicóloga Marianela Monge, que les dio unas herramientas súper útiles para ayudar a las personas que están pasando por momentos difíciles. Una especie de ‘kit de supervivencia’ emocional para enfrentar la crisis. Luego vino la teóloga argentina Reina Camjii, aportando su visión desde el Evangelio, mostrando un camino de buen trato hacia las víctimas. ¡Uy, qué harta información valiosa!
El cierre presencial, en el auditorio de la UCA, fue otro relato aparte. Cerca de 200 asistentes escuchando atentamente al padre Luis Alfonso Zamorano, un hombre que vive la vara de primera mano por haber sido testigo del escándalo Karadima en Chile. Él, que sabe de sufrimiento, enfatizó que sin justicia, sin verdad, es casi imposible sanar las heridas espirituales. Subrayó la importancia de escuchar a las víctimas, respetarlas y evitar estigmatizarlas. Hasta cantó una canción, ¡una joya para reflexionar sobre la prevención!
Monseñor José Manuel Garita Herrera, el presidente de Conaprome, también puso su granito de arena, pidiendo a diestra y siniestra que redoblen esfuerzos para proteger a las víctimas, que les brinden toda la ayuda necesaria para que puedan recuperar su bienestar físico, emocional y espiritual. ¡Se nota que este tema le toca el alma al señor arzobispo!
Lo que quedó claro es que no basta con pedir perdón; hay que actuar. Hay que cambiar la forma en que se han hecho las cosas durante años. Hay que crear espacios seguros donde las víctimas se sientan escuchadas y apoyadas. Y lo más importante, hay que hacer justicia, porque sin justicia, todo lo demás es pura charlatanería. Este proceso va a ser largo y complejo, seguro, pero es esencial para restaurar la confianza en la Iglesia y en las instituciones religiosas.
Ahora bien, después de escuchar todas estas reflexiones, me pregunto: ¿cree usted que la Iglesia está haciendo lo suficiente para abordar este problema de raíz, o simplemente estamos viendo medidas paliativas que no llegarán a solucionar el fondo del asunto? ¿Y cómo podemos, como sociedad costarricense, contribuir a crear una cultura de prevención y protección de las personas más vulnerables?