¡Paté!, parece que la relación entre Costa Rica y México sigue fluyendo a toda máquina. Según el Sexto Estudio del Impacto de la Inversión Mexicana en Costa Rica, ahora tenemos 100 empresas mexicanas operando en territorio tico, generando más de 12 mil empleos directos y casi 94 mil indirectos. Eso sí es moverle el chunche.
La Cámara de Industria y Comercio entre Costa Rica y México (CICOMEX) está celebrando a lo grande estos 30 años desde la firma del TLC, resaltando cómo esta relación comercial se ha fortalecido año tras año. Rosa María Morales, la presidenta de CICOMEX, lo dejó bien claro: la inversión mexicana no solo se mantiene, sino que planea crecer aún más, y eso nos da para pensar si estamos caminando por buen brete o si estamos creando una dependencia económica que nos puede salir cara a futuro.
Y no hablamos de mermas, ¡qué va! Las cosas van a toda marcha. El estudio revela que el 95% de estas empresas tienen planes de expansión ambiciosos, y juntas han generado ventas que superan los $5.300 millones. Eso es pura plata, diay. Sectores como la manufactura, los servicios, el comercio al por mayor y hasta los restaurantes están recibiendo el grueso de esta inversión gringa… perdón, mexicana.
Pero vamos a analizarlo con calma. El TLC, que cumplió tres décadas, ha abierto puertas para el intercambio comercial entre nuestros países. Ya no es cuento: podemos mandar nuestros jarabes y aceites de palma a México, y ellos nos mandan vehículos y medicinas. Aunque algunos dirían “¿y qué?”, esto impulsa la economía, abre mercados y crea oportunidades para los emprendedores nacionales. Claro, siempre hay que estar ojo avizor con la competencia, pero la idea es jugarle a ganar.
Ahora bien, la pregunta que ronda por la cabeza de muchos es: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar con esta relación? Algunos economistas advierten sobre el riesgo de depender demasiado de un solo mercado externo. Imaginen que la economía mexicana se tambalea, ¿cómo le afectaría eso a nuestras empresas? Sería como tener un pie afuera del barco, listos para irnos al traste si las cosas se ponen feas. Tenemos que buscar diversificar nuestros socios comerciales, maes, no poner todos los huevos en la misma cesta.
Sin embargo, también hay que reconocer las ventajas innegables de esta inversión. No solo generamos empleo, sino que también aprendemos nuevas técnicas, adoptamos tecnologías innovadoras y nos integramos a cadenas de valor globales. Además, la presencia de empresas mexicanas atrae talento, fomenta la competencia y eleva el nivel de exigencia en el mercado laboral. Al final, todo suma, aunque hay que andar con la mosca detrás de la oreja para evitar sorpresas desagradables.
Otro punto importante es la influencia cultural. Con tantas empresas mexicanas instaladas en Costa Rica, estamos expuestos a nuevas ideas, modas y formas de hacer negocios. Esto puede enriquecer nuestra sociedad y abrirnos a nuevos horizontes, pero también puede amenazar nuestra identidad cultural si no somos cuidadosos. Hay que encontrar un equilibrio, valorar lo nuestro sin cerrarnos a lo nuevo. Como dicen por ahí, “ni tanto entusiasmo, ni tanto abandono”.
Así que ya ven, la inversión mexicana en Costa Rica es una vara compleja, con luces y sombras. Por un lado, trae consigo beneficios económicos evidentes; por otro, plantea interrogantes sobre nuestra independencia económica y nuestra identidad cultural. ¿Ustedes creen que debemos apostar aún más fuerte por esta relación con México, asumiendo los riesgos que ello implica, o sería más prudente diversificar nuestros mercados y proteger nuestra propia industria nacional? ¡Déjenme sus opiniones en los comentarios!
La Cámara de Industria y Comercio entre Costa Rica y México (CICOMEX) está celebrando a lo grande estos 30 años desde la firma del TLC, resaltando cómo esta relación comercial se ha fortalecido año tras año. Rosa María Morales, la presidenta de CICOMEX, lo dejó bien claro: la inversión mexicana no solo se mantiene, sino que planea crecer aún más, y eso nos da para pensar si estamos caminando por buen brete o si estamos creando una dependencia económica que nos puede salir cara a futuro.
Y no hablamos de mermas, ¡qué va! Las cosas van a toda marcha. El estudio revela que el 95% de estas empresas tienen planes de expansión ambiciosos, y juntas han generado ventas que superan los $5.300 millones. Eso es pura plata, diay. Sectores como la manufactura, los servicios, el comercio al por mayor y hasta los restaurantes están recibiendo el grueso de esta inversión gringa… perdón, mexicana.
Pero vamos a analizarlo con calma. El TLC, que cumplió tres décadas, ha abierto puertas para el intercambio comercial entre nuestros países. Ya no es cuento: podemos mandar nuestros jarabes y aceites de palma a México, y ellos nos mandan vehículos y medicinas. Aunque algunos dirían “¿y qué?”, esto impulsa la economía, abre mercados y crea oportunidades para los emprendedores nacionales. Claro, siempre hay que estar ojo avizor con la competencia, pero la idea es jugarle a ganar.
Ahora bien, la pregunta que ronda por la cabeza de muchos es: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar con esta relación? Algunos economistas advierten sobre el riesgo de depender demasiado de un solo mercado externo. Imaginen que la economía mexicana se tambalea, ¿cómo le afectaría eso a nuestras empresas? Sería como tener un pie afuera del barco, listos para irnos al traste si las cosas se ponen feas. Tenemos que buscar diversificar nuestros socios comerciales, maes, no poner todos los huevos en la misma cesta.
Sin embargo, también hay que reconocer las ventajas innegables de esta inversión. No solo generamos empleo, sino que también aprendemos nuevas técnicas, adoptamos tecnologías innovadoras y nos integramos a cadenas de valor globales. Además, la presencia de empresas mexicanas atrae talento, fomenta la competencia y eleva el nivel de exigencia en el mercado laboral. Al final, todo suma, aunque hay que andar con la mosca detrás de la oreja para evitar sorpresas desagradables.
Otro punto importante es la influencia cultural. Con tantas empresas mexicanas instaladas en Costa Rica, estamos expuestos a nuevas ideas, modas y formas de hacer negocios. Esto puede enriquecer nuestra sociedad y abrirnos a nuevos horizontes, pero también puede amenazar nuestra identidad cultural si no somos cuidadosos. Hay que encontrar un equilibrio, valorar lo nuestro sin cerrarnos a lo nuevo. Como dicen por ahí, “ni tanto entusiasmo, ni tanto abandono”.
Así que ya ven, la inversión mexicana en Costa Rica es una vara compleja, con luces y sombras. Por un lado, trae consigo beneficios económicos evidentes; por otro, plantea interrogantes sobre nuestra independencia económica y nuestra identidad cultural. ¿Ustedes creen que debemos apostar aún más fuerte por esta relación con México, asumiendo los riesgos que ello implica, o sería más prudente diversificar nuestros mercados y proteger nuestra propia industria nacional? ¡Déjenme sus opiniones en los comentarios!
