Maes, a veces uno anda por la vida medio en automático, pegado en la presa, quejándose del brete o del aguacero, y de repente se topa con una vara que lo deja a uno pensando. Eso me pasó con la historia de Jairo Mora. Seguro algunos lo vieron en la Expo Quepos 2025, un evento que por lo general está lleno de las varas de siempre, pero entre los stands y la bulla, estaba este mae, Jairo, creando magia. Y no, no es una metáfora. El tipo pinta cuadros increíbles de nuestra fauna, de esos que cualquier turista se llevaría a cachete, pero lo hace todo con la boca. Sí, leyeron bien. Mae, ¡qué nivel!
Diay, la primera pregunta que a uno se le viene a la jupa es: ¿cómo? Jairo nació con una condición que le quitó la movilidad en los brazos, un despiche que para el 99% de nosotros significaría el fin de cualquier sueño artístico. Pero para él, fue solo un obstáculo más en el mapa. El mismo Jairo lo cuenta sin mucho enredo: a los 13 años, viendo un programa de pintura, le picaron las ganas. Y como dicen que el que quiere, puede, el mae simplemente agarró el pincel con la boca y empezó a darle. Su primer intento fue un árbol, y de ahí para el real. Ver sus cuadros, llenos de lapas rojas y perezosos que parecen que te van a hablar, y pensar que cada trazo fue hecho con una precisión que ya quisiéramos muchos con las dos manos… ¡qué chiva!, de verdad que sí.
Pero aquí es donde la vara se pone todavía más interesante, porque el verdadero arte de Jairo no está solo en el lienzo. Cuando le preguntan por las adversidades, el mae responde con una simpleza que desarma. Dice que es una persona “simplista y muy feliz” y que el día a día “depende como usted lo vea”. Y punto. Mientras uno a veces se ahoga en un vaso de agua porque se le fue el Internet, este compa, que tiene todos los motivos del mundo para estar frustrado, decide ver el lado bueno. Esa filosofía, esa actitud, es una obra maestra en sí misma. Es un recordatorio de que la felicidad y la amargura son, en gran parte, una decisión. Él no solo pinta animales, pinta lecciones de vida con cada pincelada.
Y que nadie piense que esta es una historia de lástima, ¡para nada! Jairo no está pidiendo caridad; está pulseándola y ganándose la vida con su talento. Es su brete, y lo hace con un profesionalismo increíble. Los turistas, ticos y gringos, compran sus obras porque son buenas, no por su historia. Además, ha recibido el apoyo de gente como la Red Costarricense de Turismo Accesible, que le ha ayudado a moverse y a exponer sus chunches en diferentes lugares. Esto es clave, porque demuestra que cuando hay talento y ganas, y se topa con una mano amiga, el resultado es impresionante. Es un ecosistema de pura vida que funciona: un artista carga, una organización que apoya, y un público que valora el buen arte.
Al final, historias como la de Jairo son las que a uno le resetean la perspectiva. Nos sacan del modo queja y nos recuerdan el calibre de gente que hay en este país. No es solo un pintor; es el arquetipo del tico que no se deja vencer, que le busca el lado a la tostada y que, con lo que tiene, crea algo hermoso. Es un carga, punto. Y nos deja una enseñanza mucho más valiosa que cualquier cuadro que pueda pintar: que los únicos límites que de verdad importan son los que nos ponemos nosotros mismos en la cabeza. Su brete es un espejo que nos obliga a preguntarnos: ¿cuál es nuestra excusa?
Maes, para no quedarnos solo con esto, ¿conocen otras historias así de tuanis de ticos que la están pulseando y rompiendo esquemas en cualquier campo? ¡Compartan para hacerles bulla!
Diay, la primera pregunta que a uno se le viene a la jupa es: ¿cómo? Jairo nació con una condición que le quitó la movilidad en los brazos, un despiche que para el 99% de nosotros significaría el fin de cualquier sueño artístico. Pero para él, fue solo un obstáculo más en el mapa. El mismo Jairo lo cuenta sin mucho enredo: a los 13 años, viendo un programa de pintura, le picaron las ganas. Y como dicen que el que quiere, puede, el mae simplemente agarró el pincel con la boca y empezó a darle. Su primer intento fue un árbol, y de ahí para el real. Ver sus cuadros, llenos de lapas rojas y perezosos que parecen que te van a hablar, y pensar que cada trazo fue hecho con una precisión que ya quisiéramos muchos con las dos manos… ¡qué chiva!, de verdad que sí.
Pero aquí es donde la vara se pone todavía más interesante, porque el verdadero arte de Jairo no está solo en el lienzo. Cuando le preguntan por las adversidades, el mae responde con una simpleza que desarma. Dice que es una persona “simplista y muy feliz” y que el día a día “depende como usted lo vea”. Y punto. Mientras uno a veces se ahoga en un vaso de agua porque se le fue el Internet, este compa, que tiene todos los motivos del mundo para estar frustrado, decide ver el lado bueno. Esa filosofía, esa actitud, es una obra maestra en sí misma. Es un recordatorio de que la felicidad y la amargura son, en gran parte, una decisión. Él no solo pinta animales, pinta lecciones de vida con cada pincelada.
Y que nadie piense que esta es una historia de lástima, ¡para nada! Jairo no está pidiendo caridad; está pulseándola y ganándose la vida con su talento. Es su brete, y lo hace con un profesionalismo increíble. Los turistas, ticos y gringos, compran sus obras porque son buenas, no por su historia. Además, ha recibido el apoyo de gente como la Red Costarricense de Turismo Accesible, que le ha ayudado a moverse y a exponer sus chunches en diferentes lugares. Esto es clave, porque demuestra que cuando hay talento y ganas, y se topa con una mano amiga, el resultado es impresionante. Es un ecosistema de pura vida que funciona: un artista carga, una organización que apoya, y un público que valora el buen arte.
Al final, historias como la de Jairo son las que a uno le resetean la perspectiva. Nos sacan del modo queja y nos recuerdan el calibre de gente que hay en este país. No es solo un pintor; es el arquetipo del tico que no se deja vencer, que le busca el lado a la tostada y que, con lo que tiene, crea algo hermoso. Es un carga, punto. Y nos deja una enseñanza mucho más valiosa que cualquier cuadro que pueda pintar: que los únicos límites que de verdad importan son los que nos ponemos nosotros mismos en la cabeza. Su brete es un espejo que nos obliga a preguntarnos: ¿cuál es nuestra excusa?
Maes, para no quedarnos solo con esto, ¿conocen otras historias así de tuanis de ticos que la están pulseando y rompiendo esquemas en cualquier campo? ¡Compartan para hacerles bulla!