¡Ay, Dios mío! Ya van seis días desde que Leandro, el nene de cinco añitos, desapareció en Purral. Se cayó en una alcantarilla que no tenía rejilla, ¡qué descuido!, y ahora la Cruz Roja anda buscando como loca tratando de encontrarlo. La cosa está bien fea, mae, porque ya llevan bastante tiempo revisando cada rincón y todavía nada.
Todo empezó el viernes pasado, cuando se produjo una tromba horrible que hizo que el caño se rebasara. Dicen que Leandro estaba jugando cerca y, pum, lo arrastró el agua directo a la alcantarilla. Imagínate el susto de sus papás... ¡qué pena! Desde entonces, equipos de rescate no han descansado, peinando la zona y alrededores buscando alguna pista. Han buscado arriba, abajo, y a los lados, pero hasta ahora no hay señales de él.
La Cruz Roja ha movilizado recursos importantes para esta búsqueda. Drones, cuadrillas de socorristas, voluntarios… todos trabajando contra reloj. Primero enfocaron la atención en la zona cercana a donde ocurrió el incidente, luego ampliaron el radio de búsqueda hacia el río Torres, el Tiribí, Letriona, Puente de Mulas, Santa Ana e incluso hasta el río Tárcoles. ¡Se rifan el brete! Revisaron cada poza, cada curva, cada posible lugar donde pudiera haberse quedado atascado.
Minyar Collado, uno de los rescatistas de la Cruz Roja, nos comentó ayer que “el día de hoy no logramos tener un resultado positivo como lo esperábamos”. Eso te da una idea del ánimo que hay en la zona. Se nota la frustración en los rostros de los rescatistas, pero también la determinación de seguir adelante. Están replanteando la estrategia, buscando nuevas formas de abordar la búsqueda. Parece que van a recurrir a expertos en aguas subterráneas y quizás hasta buzos especializados.
Ahora, si me preguntan, esto es una combinación de cosas. Por un lado, la tragedia de la desaparición de un niño inocente; por otro, la necesidad urgente de mejorar la infraestructura del país. ¿Cuántas veces hemos denunciado la falta de mantenimiento en las calles y alcantarillas? Esto le pasa a uno por andar dormido, o peor aún, por hacer caso omiso a las denuncias ciudadanas. ¡Qué carga! Esta vez, las consecuencias son terribles.
La comunidad de Guadalupe está consternada y preocupada. Hay un ambiente de tristeza y angustia palpable en el aire. Vecinos se organizan para ofrecer apoyo a la familia de Leandro, llevando comida, agua y cualquier otra ayuda que puedan necesitar. También están recaudando fondos para colaborar con los gastos de la búsqueda. ¡Eso sí que es espíritu vecinal! Demuestran que, a pesar de todo, todavía queda solidaridad en el mundo.
Muchos se preguntan qué pasó realmente, cómo pudo pasar esto. Algunos apuntan directamente a la falta de planificación urbana y a la negligencia de las autoridades municipales. Otros culpan a la naturaleza impredecible y a la fuerza destructora de las lluvias torrenciales. Lo cierto es que, pase lo que pase, esta tragedia deja una profunda cicatriz en nuestra sociedad. Una cicatriz que nos recordará la importancia de tomar medidas preventivas para evitar que situaciones similares vuelvan a ocurrir. Además, revela muchas fallas administrativas que, francamente, dan vergüenza ajena.
Así que, queridos lectores, les pregunto: ¿cree usted que las autoridades deberían asumir mayor responsabilidad ante este tipo de tragedias? ¿Deberían destinarse más recursos a mejorar la infraestructura pública y prevenir futuros accidentes? ¡Demos voz a nuestras inquietudes y construyamos juntos un país más seguro para nuestros niños!
Todo empezó el viernes pasado, cuando se produjo una tromba horrible que hizo que el caño se rebasara. Dicen que Leandro estaba jugando cerca y, pum, lo arrastró el agua directo a la alcantarilla. Imagínate el susto de sus papás... ¡qué pena! Desde entonces, equipos de rescate no han descansado, peinando la zona y alrededores buscando alguna pista. Han buscado arriba, abajo, y a los lados, pero hasta ahora no hay señales de él.
La Cruz Roja ha movilizado recursos importantes para esta búsqueda. Drones, cuadrillas de socorristas, voluntarios… todos trabajando contra reloj. Primero enfocaron la atención en la zona cercana a donde ocurrió el incidente, luego ampliaron el radio de búsqueda hacia el río Torres, el Tiribí, Letriona, Puente de Mulas, Santa Ana e incluso hasta el río Tárcoles. ¡Se rifan el brete! Revisaron cada poza, cada curva, cada posible lugar donde pudiera haberse quedado atascado.
Minyar Collado, uno de los rescatistas de la Cruz Roja, nos comentó ayer que “el día de hoy no logramos tener un resultado positivo como lo esperábamos”. Eso te da una idea del ánimo que hay en la zona. Se nota la frustración en los rostros de los rescatistas, pero también la determinación de seguir adelante. Están replanteando la estrategia, buscando nuevas formas de abordar la búsqueda. Parece que van a recurrir a expertos en aguas subterráneas y quizás hasta buzos especializados.
Ahora, si me preguntan, esto es una combinación de cosas. Por un lado, la tragedia de la desaparición de un niño inocente; por otro, la necesidad urgente de mejorar la infraestructura del país. ¿Cuántas veces hemos denunciado la falta de mantenimiento en las calles y alcantarillas? Esto le pasa a uno por andar dormido, o peor aún, por hacer caso omiso a las denuncias ciudadanas. ¡Qué carga! Esta vez, las consecuencias son terribles.
La comunidad de Guadalupe está consternada y preocupada. Hay un ambiente de tristeza y angustia palpable en el aire. Vecinos se organizan para ofrecer apoyo a la familia de Leandro, llevando comida, agua y cualquier otra ayuda que puedan necesitar. También están recaudando fondos para colaborar con los gastos de la búsqueda. ¡Eso sí que es espíritu vecinal! Demuestran que, a pesar de todo, todavía queda solidaridad en el mundo.
Muchos se preguntan qué pasó realmente, cómo pudo pasar esto. Algunos apuntan directamente a la falta de planificación urbana y a la negligencia de las autoridades municipales. Otros culpan a la naturaleza impredecible y a la fuerza destructora de las lluvias torrenciales. Lo cierto es que, pase lo que pase, esta tragedia deja una profunda cicatriz en nuestra sociedad. Una cicatriz que nos recordará la importancia de tomar medidas preventivas para evitar que situaciones similares vuelvan a ocurrir. Además, revela muchas fallas administrativas que, francamente, dan vergüenza ajena.
Así que, queridos lectores, les pregunto: ¿cree usted que las autoridades deberían asumir mayor responsabilidad ante este tipo de tragedias? ¿Deberían destinarse más recursos a mejorar la infraestructura pública y prevenir futuros accidentes? ¡Demos voz a nuestras inquietudes y construyamos juntos un país más seguro para nuestros niños!