Maes, hay que hablar de la última bomba que soltó Sofía Guillén en el plenario. La diputada del Frente Amplio, que no tiene pelos en la lengua, se fue de frente contra los partidos oficialistas y sus aspiraciones de armar una aplanadora de 40 diputados en las próximas elecciones. Y diay, no se anduvo por las ramas: les dijo que esa vara de querer cambiar el “pacto social” de Costa Rica a la brava no les va a funcionar, porque la gente no es tonta y los números, simplemente, no les dan. Fue un estatequieto en toda regla, un recordatorio de que aquí las cosas no son tan fáciles como llegar y decir “ahora todo cambia porque yo lo digo”.
El meollo del asunto, el verdadero centro del despiche, es esa idea del “pacto social”. Guillén fue clarísima. Les dijo, casi que retándolos: “¿Quieren cambiar el pacto social? Oficialistas, ¿quieren cambiarlo? Reformen la Constitución Política”. Básicamente, lo que les está diciendo es que dejen la hablada y sigan las reglas del juego. Este pacto no es un chunche que se pueda quitar y poner. Es el acuerdo no escrito que nos ha permitido tener educación pública, salud para (casi) todos y una convivencia medio decente. Es la razón por la que, con todos nuestros problemas, no somos otros países del área. Querer pasarle por encima a eso sin un debate nacional y sin los votos necesarios es, para ponerlo en buen tico, jugar con fuego.
Y ahí fue donde tiró el dato que más les tuvo que haber dolido, el que le da título a toda esta vara. Con una seguridad que asusta, les soltó: “Vayan haciéndose esa idea, porque matemáticamente 40 diputados no sacan pero ni en los sueños”. ¡Tome chichí! Un baldazo de agua fría para cualquiera que ande en campaña prematura. Según ella, existe una línea roja que la sociedad tica no va a cruzar, y esa línea se llama renunciar a lo básico: la educación, la salud y los valores que nos definen. Es un recordatorio de que, por más que un político quiera, hay cosas que en este país todavía son sagradas y no se negocian tan fácil en una elección.
Pero la cosa no paró ahí. El discurso se puso todavía más denso cuando empezó a hablar, sin decir nombres pero con una puntería de francotirador, de los modelos autoritarios. Dijo textual: “No queremos dictadorcillos, no nos gustan. Sabemos que llevan a la muerte, a la desgracia y a la pobreza”. Mae, más claro no canta un gallo. Es un mensaje directo a los que andan coqueteando con la idea de que un liderazgo “fuerte”, al estilo Bukele, es la solución a todos nuestros problemas. Guillén les advierte que ese camino es un engaño, una receta para el desastre que históricamente solo ha traído pobreza y represión. Querer competir por ver quién es más “mano dura” es, según ella, jalarse una torta monumental de la que después es muy difícil recuperarse.
Al final, cerró con una reflexión que debería poner a pensar a más de uno en Cuesta de Moras. Les dijo que sus acciones de hoy serán juzgadas por la historia. “Qué vergüenza que los recuerden así”, concluyó, refiriéndose a que en 50 años los libros de historia podrían decir que en 2025 los políticos competían por ver quién prometía más megacárceles y quién quitaba más derechos. Es una advertencia pesada, un llamado a la responsabilidad histórica en un momento donde parece que todo vale con tal de ganar popularidad. Una cosa es el brete político del día a día y otra, muy distinta, es empezar a desmantelar las bases del país.
Maes, hablando en serio, ¿creen que Guillén le pegó al clavo o está exagerando? ¿De verdad la gente en la calle está tan preocupada por el "pacto social" o es puro discurso político para la galería? ¡Abro debate!
El meollo del asunto, el verdadero centro del despiche, es esa idea del “pacto social”. Guillén fue clarísima. Les dijo, casi que retándolos: “¿Quieren cambiar el pacto social? Oficialistas, ¿quieren cambiarlo? Reformen la Constitución Política”. Básicamente, lo que les está diciendo es que dejen la hablada y sigan las reglas del juego. Este pacto no es un chunche que se pueda quitar y poner. Es el acuerdo no escrito que nos ha permitido tener educación pública, salud para (casi) todos y una convivencia medio decente. Es la razón por la que, con todos nuestros problemas, no somos otros países del área. Querer pasarle por encima a eso sin un debate nacional y sin los votos necesarios es, para ponerlo en buen tico, jugar con fuego.
Y ahí fue donde tiró el dato que más les tuvo que haber dolido, el que le da título a toda esta vara. Con una seguridad que asusta, les soltó: “Vayan haciéndose esa idea, porque matemáticamente 40 diputados no sacan pero ni en los sueños”. ¡Tome chichí! Un baldazo de agua fría para cualquiera que ande en campaña prematura. Según ella, existe una línea roja que la sociedad tica no va a cruzar, y esa línea se llama renunciar a lo básico: la educación, la salud y los valores que nos definen. Es un recordatorio de que, por más que un político quiera, hay cosas que en este país todavía son sagradas y no se negocian tan fácil en una elección.
Pero la cosa no paró ahí. El discurso se puso todavía más denso cuando empezó a hablar, sin decir nombres pero con una puntería de francotirador, de los modelos autoritarios. Dijo textual: “No queremos dictadorcillos, no nos gustan. Sabemos que llevan a la muerte, a la desgracia y a la pobreza”. Mae, más claro no canta un gallo. Es un mensaje directo a los que andan coqueteando con la idea de que un liderazgo “fuerte”, al estilo Bukele, es la solución a todos nuestros problemas. Guillén les advierte que ese camino es un engaño, una receta para el desastre que históricamente solo ha traído pobreza y represión. Querer competir por ver quién es más “mano dura” es, según ella, jalarse una torta monumental de la que después es muy difícil recuperarse.
Al final, cerró con una reflexión que debería poner a pensar a más de uno en Cuesta de Moras. Les dijo que sus acciones de hoy serán juzgadas por la historia. “Qué vergüenza que los recuerden así”, concluyó, refiriéndose a que en 50 años los libros de historia podrían decir que en 2025 los políticos competían por ver quién prometía más megacárceles y quién quitaba más derechos. Es una advertencia pesada, un llamado a la responsabilidad histórica en un momento donde parece que todo vale con tal de ganar popularidad. Una cosa es el brete político del día a día y otra, muy distinta, es empezar a desmantelar las bases del país.
Maes, hablando en serio, ¿creen que Guillén le pegó al clavo o está exagerando? ¿De verdad la gente en la calle está tan preocupada por el "pacto social" o es puro discurso político para la galería? ¡Abro debate!