¡Ay, Dios mío! La cosa está más caliente que gallina pochada. Entre que nos quieren vender tranvías chinos a precio de oro y ahora esto… parece que Costa Rica se va al traste poco a poco. Seis jóvenes muertos en una semana, varios ejecutados con precisión quirúrgica, como si fueran muñecos. Esto ya no da pa’ más, bretes.
Las estadísticas del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) son más frías que hielo seco en Cartago. Resulta que hace unos años, entre 2018 y 2022, la media anual de jóvenes entre 15 y 25 fallecidos violentamente rondaba los 17. Un número lamentable, sí, pero digerible, vamos. Pero ojo, ahí viene la torta: el 2023 y el 2024 dispararon esa cifra hasta los 35 asesinatos al año. ¡Un cien por ciento!, chavales. Eso significa que estamos perdiendo a nuestro futuro a un ritmo aterrador, como si estuviera lloviendo jóvenes en los cementerios.
Y no me vengan con cuentos de “la pobreza causa criminalidad”. Claro, la pobreza es una vara complicada, pero esto es mucho más profundo. Los expertos en criminología, esos mae que saben de esas cosas, dicen que esto es reflejo de una mutación del crimen organizado. Ya no andan jugando; ahora son depredadores buscando expandir su territorio y controlar las rutas de droga. No les importa quién esté en medio, ni siquiera si es un nene o una nena. Puro negocio para ellos, pura destrucción para nosotros.
Lo peor es cómo reclutan a estos jóvenes. Algunos van cayendo por necesidad económica, otros por influencia de viejos conocidos, pero muchos, muchísimos son seducidos por la falsa promesa de poder y dinero fácil. Les pintan un mundo donde pueden tener carros importados, celulares de última generación y respeto en el barrio. Pero la realidad es que terminan siendo carne de cañón, peones en un juego peligroso donde la única regla es sobrevivir... si es que eso es posible.
Tenemos que entender que esto no es un problema lejano, de barrios marginales o cantones olvidados. Esto nos afecta a todos. Si dejamos que estas bandas sigan creciendo, eventualmente llegarán a todas partes. Y entonces, ¿qué haremos? ¿Esperaremos a que nuestros hijos o nietos sean la próxima víctima? ¡De ninguna manera!
La reacción del gobierno, por cierto, deja mucho que desear. Promesas vacías, operativos policiales aislados y un discurso que no conecta con la realidad. Necesitamos una estrategia integral, que combine medidas de prevención, control y rehabilitación. Hay que invertir en educación, deporte, cultura y oportunidades laborales para los jóvenes en riesgo. Hay que fortalecer las instituciones encargadas de combatir el crimen y brindar apoyo a las víctimas.
Pero también necesitamos un cambio cultural. Tenemos que dejar de romantizar la figura del “delincuente” y empezar a valorar el esfuerzo honesto. Hay que enseñar a nuestros hijos a pensar por sí mismos, a cuestionar las normas establecidas y a construir un futuro basado en principios sólidos. Porque al final del día, la verdadera victoria es vivir una vida digna y plena, sin tener que recurrir a la violencia o la ilegalidad.
Es una situación jodida, diay. Nos enfrentamos a una crisis de seguridad nunca antes vista en Costa Rica. Pero no podemos rendirnos. Tenemos que unir fuerzas, exigir cambios reales y luchar por un país donde nuestros jóvenes puedan crecer seguros y felices. Entonces, dime, ¿crees que las políticas actuales son suficientes para frenar esta ola de violencia juvenil, o necesitamos soluciones más radicales? ¿Qué medidas crees que podrían funcionar realmente?
Las estadísticas del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) son más frías que hielo seco en Cartago. Resulta que hace unos años, entre 2018 y 2022, la media anual de jóvenes entre 15 y 25 fallecidos violentamente rondaba los 17. Un número lamentable, sí, pero digerible, vamos. Pero ojo, ahí viene la torta: el 2023 y el 2024 dispararon esa cifra hasta los 35 asesinatos al año. ¡Un cien por ciento!, chavales. Eso significa que estamos perdiendo a nuestro futuro a un ritmo aterrador, como si estuviera lloviendo jóvenes en los cementerios.
Y no me vengan con cuentos de “la pobreza causa criminalidad”. Claro, la pobreza es una vara complicada, pero esto es mucho más profundo. Los expertos en criminología, esos mae que saben de esas cosas, dicen que esto es reflejo de una mutación del crimen organizado. Ya no andan jugando; ahora son depredadores buscando expandir su territorio y controlar las rutas de droga. No les importa quién esté en medio, ni siquiera si es un nene o una nena. Puro negocio para ellos, pura destrucción para nosotros.
Lo peor es cómo reclutan a estos jóvenes. Algunos van cayendo por necesidad económica, otros por influencia de viejos conocidos, pero muchos, muchísimos son seducidos por la falsa promesa de poder y dinero fácil. Les pintan un mundo donde pueden tener carros importados, celulares de última generación y respeto en el barrio. Pero la realidad es que terminan siendo carne de cañón, peones en un juego peligroso donde la única regla es sobrevivir... si es que eso es posible.
Tenemos que entender que esto no es un problema lejano, de barrios marginales o cantones olvidados. Esto nos afecta a todos. Si dejamos que estas bandas sigan creciendo, eventualmente llegarán a todas partes. Y entonces, ¿qué haremos? ¿Esperaremos a que nuestros hijos o nietos sean la próxima víctima? ¡De ninguna manera!
La reacción del gobierno, por cierto, deja mucho que desear. Promesas vacías, operativos policiales aislados y un discurso que no conecta con la realidad. Necesitamos una estrategia integral, que combine medidas de prevención, control y rehabilitación. Hay que invertir en educación, deporte, cultura y oportunidades laborales para los jóvenes en riesgo. Hay que fortalecer las instituciones encargadas de combatir el crimen y brindar apoyo a las víctimas.
Pero también necesitamos un cambio cultural. Tenemos que dejar de romantizar la figura del “delincuente” y empezar a valorar el esfuerzo honesto. Hay que enseñar a nuestros hijos a pensar por sí mismos, a cuestionar las normas establecidas y a construir un futuro basado en principios sólidos. Porque al final del día, la verdadera victoria es vivir una vida digna y plena, sin tener que recurrir a la violencia o la ilegalidad.
Es una situación jodida, diay. Nos enfrentamos a una crisis de seguridad nunca antes vista en Costa Rica. Pero no podemos rendirnos. Tenemos que unir fuerzas, exigir cambios reales y luchar por un país donde nuestros jóvenes puedan crecer seguros y felices. Entonces, dime, ¿crees que las políticas actuales son suficientes para frenar esta ola de violencia juvenil, o necesitamos soluciones más radicales? ¿Qué medidas crees que podrían funcionar realmente?