La Universidad Nacional de Costa Rica (UNA) ha decidido enfrentar un problema que muchos prefieren ignorar: el suicidio. Con una visión clara, la UNA busca crear una Red Comunitaria de Prevención del Suicidio, diseñada para intervenir en las fases tempranas de esta problemática, ofreciendo soporte psicológico, espacios educativos y vías creativas para quienes lo necesiten. Pero este esfuerzo va más allá de los simples números. En una sociedad donde los jóvenes enfrentan más presiones que nunca, el acceso a salud mental se convierte en un lujo. La iniciativa de la UNA se propone hacer algo al respecto: capacitar a la comunidad para identificar señales, acompañar a quienes sufren y, sobre todo, crear un entorno de apoyo real.
Esta red estará basada en un enfoque integral, atendiendo no solo el aspecto clínico, sino también fomentando el arte y la creatividad como formas de expresión para canalizar emociones que muchas veces no encuentran salida. En este sentido, el proyecto no solo busca salvar vidas, sino también cambiar la percepción sobre el suicidio y la salud mental en general.
¿Por qué?
Porque las cifras son alarmantes.
Los jóvenes están más expuestos a trastornos como la depresión, y la falta de acceso a servicios adecuados de salud mental empeora la situación.
El plan piloto que se implementará en 2025 pretende dar un primer paso hacia la transformación. La UNA no solo quiere ser un centro académico, sino también un espacio de bienestar, donde cada estudiante se sienta seguro de expresar sus emociones sin temor al juicio. Es una apuesta por el diálogo, la empatía y la prevención efectiva.
La estadística es dura: en Costa Rica, los hombres son más propensos a consumar el suicidio, mientras que las mujeres lideran los intentos no fatales. A pesar de estas diferencias de género, el problema sigue siendo uno: la invisibilización de las señales de advertencia. Lo que la UNA propone es sencillo pero revolucionario: capacitar a la comunidad para actuar antes de que sea demasiado tarde. Reconocer que el suicidio no es una decisión de último minuto, sino un proceso que puede ser interrumpido con intervención oportuna.
El proyecto incluye una fase educativa que va más allá de la universidad. Se trata de formar a las familias, a los amigos y a toda la comunidad universitaria para que sean capaces de ver lo que a menudo es invisible. Así, la UNA pretende convertirse en un referente para otras instituciones educativas del país, en un lugar donde la salud mental sea tomada en serio, y donde el suicidio se trate como el problema social que es.
En el fondo, lo que la UNA está haciendo es demostrar que la educación va más allá de las aulas. Es un mensaje potente para el país: no basta con formar a profesionales; se trata de formar seres humanos capaces de apoyarse entre sí. Si la red funciona como se espera, podríamos estar ante un cambio profundo en cómo se aborda el suicidio en Costa Rica. Lo que está en juego es la vida de cientos de jóvenes que, hasta ahora, no habían encontrado el apoyo necesario.
La creación de esta red por parte de la UNA es una apuesta necesaria en un momento en que la salud mental sigue siendo un tema secundario en muchas conversaciones. Pero la prevención del suicidio no puede seguir siendo un asunto marginal. Es momento de actuar, y la UNA parece estar dispuesta a liderar este cambio.
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Esta red estará basada en un enfoque integral, atendiendo no solo el aspecto clínico, sino también fomentando el arte y la creatividad como formas de expresión para canalizar emociones que muchas veces no encuentran salida. En este sentido, el proyecto no solo busca salvar vidas, sino también cambiar la percepción sobre el suicidio y la salud mental en general.
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Porque las cifras son alarmantes.
Los jóvenes están más expuestos a trastornos como la depresión, y la falta de acceso a servicios adecuados de salud mental empeora la situación.
El plan piloto que se implementará en 2025 pretende dar un primer paso hacia la transformación. La UNA no solo quiere ser un centro académico, sino también un espacio de bienestar, donde cada estudiante se sienta seguro de expresar sus emociones sin temor al juicio. Es una apuesta por el diálogo, la empatía y la prevención efectiva.
La estadística es dura: en Costa Rica, los hombres son más propensos a consumar el suicidio, mientras que las mujeres lideran los intentos no fatales. A pesar de estas diferencias de género, el problema sigue siendo uno: la invisibilización de las señales de advertencia. Lo que la UNA propone es sencillo pero revolucionario: capacitar a la comunidad para actuar antes de que sea demasiado tarde. Reconocer que el suicidio no es una decisión de último minuto, sino un proceso que puede ser interrumpido con intervención oportuna.
El proyecto incluye una fase educativa que va más allá de la universidad. Se trata de formar a las familias, a los amigos y a toda la comunidad universitaria para que sean capaces de ver lo que a menudo es invisible. Así, la UNA pretende convertirse en un referente para otras instituciones educativas del país, en un lugar donde la salud mental sea tomada en serio, y donde el suicidio se trate como el problema social que es.
En el fondo, lo que la UNA está haciendo es demostrar que la educación va más allá de las aulas. Es un mensaje potente para el país: no basta con formar a profesionales; se trata de formar seres humanos capaces de apoyarse entre sí. Si la red funciona como se espera, podríamos estar ante un cambio profundo en cómo se aborda el suicidio en Costa Rica. Lo que está en juego es la vida de cientos de jóvenes que, hasta ahora, no habían encontrado el apoyo necesario.
La creación de esta red por parte de la UNA es una apuesta necesaria en un momento en que la salud mental sigue siendo un tema secundario en muchas conversaciones. Pero la prevención del suicidio no puede seguir siendo un asunto marginal. Es momento de actuar, y la UNA parece estar dispuesta a liderar este cambio.
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