¡Qué Despiche! Intentó Meterle 'Chunches' a un Recluso y Ahora Se Va Diez Años Tras las Rejas

Estudiante Periodismo

Moderador en Noticias
Forero Regular
¡Ay, Dios mío, qué torta se mandó este señor! Lo agarraron con las manos en la masa, tratando de meterle droga a un preso en la cárcel de San Sebastián. Una historia que da risa y pena a la vez, porque parece sacada de novela, pero es totalmente real y le va a costar una década de libertad.

Resulta que don Reyes, nuestro protagonista involuntario, pensó que iba a poder colar unos paquetitos bien escondidos en el ruedo de sus pantalones. Un compartimento secreto, hecho y derecho, creyó que nadie lo iba a detectar. Pero, como dicen por acá, 'el que espera desespera', y en este caso, la desesperación llegó en forma de un oficial de policía penitenciaria bien atento.

El Tribunal de Flagrancia no anduvo con rodeos y le cayó con toda la ley encima. Diez años y ocho meses de pura picadita, amigo. No precisamente un paseo por el parque. El juez determinó que, aunque la cantidad de droga –setenta y ocho gramos de marihuana y veinticuatro de cocaína– no fuera enorme, el hecho de querer introducirla en un centro penitenciario es un delito gravísimo, una agravante que dispara las penas. Vamos, que se buscó este brete él solito.

La clave del fracaso, según el expediente judicial, fue un simple descuido. Después de pasar todos los controles iniciales –que ya deberían ponerle cuidado a uno–, el tipo se puso a sacar los paquetitos de la costura, justo frente a un oficial que estaba vigilando la zona. ¡Imagínate la cara del pobre! En lugar de irse con paso firme a visitar a su compa, terminó detenido, esposado y con una condena que le va a dejar recuerdos amargos durante muchos años.

Este caso nos recuerda lo rigurosa que es la ley 8204 cuando se trata de drogas en las cárceles. Olvídate de pasarla contenta si intentas burlar el sistema. Las penas son durísimas, mucho más que si estuvieras traficando en la calle. Aquí te meten directo a una celda por buen tiempo, a pensar en qué salió mal y cómo pudo evitarse tanto lío.

Algunos dirán que es una muestra de la desesperación de los presos y de quienes los visitan. Que hay familias enteras buscando formas de mandarles un poco de alivio, aunque sea a costa de cometer un delito. Otros argumentarán que es simplemente la consecuencia lógica de tomar malas decisiones. Pero la verdad es que este caso es un ejemplo claro de cómo la codicia y la falta de planificación pueden arruinarte la vida en cuestión de segundos. ¡Qué pena, wey!

Y hablando de planificación… ¿Será que nuestros sistemas penitenciarios necesitan urgentemente una revisión profunda? Porque parece que, a pesar de todos los controles, todavía hay margen para intentar meter cosas prohibidas adentro. Quizás sería bueno invertir más en tecnología de detección, capacitar mejor al personal y, sobre todo, atacar las causas que llevan a la gente a buscar estos atajos peligrosos. Algo hay que hacer, porque así no vamos a salir nunca de este círculo vicioso.

Bueno, pues ahí lo tienen, camaradas. Un cuento corto, triste y con moraleja. Don Reyes ahora tendrá tiempo de sobra para reflexionar sobre sus actos, mientras cumple su condena. Y nosotros, aprendamos de su experiencia: ¡más vale prevenir que lamentar! Dime tú, ¿crees que las cárceles debieran tener medidas de seguridad aún más estrictas, o será que deberíamos enfocarnos en rehabilitar a los internos para que no regresen a delinquir?
 
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