Maes, seguro ya a estas horas de la noche vieron la noticia que empezó a circular y que, la verdad, se siente como un baldazo de agua fría. Murió don Alberto Rodríguez Baldí, el fundador y la mente maestra detrás de un lugar que es parte del ADN de muchísimos ticos: el Baldi Hot Springs allá en La Fortuna de San Carlos. La confirmación vino directo de la página oficial del hotel, con un mensaje sobrio y respetuoso, como tiene que ser. Y diay, aunque uno no lo conociera en persona, es de esas varas que pegan, porque se siente como que se va un pedazo de la historia del turismo de este país.
Es que hay que ser sinceros, ¿quién no tiene una historia en Baldi? Ya sea el paseo de la escuela que uno esperaba todo el año, las vacaciones familiares donde el güila no se quería salir del agua, o la primera escapada romántica. El lugar es un ícono. Pero más allá de los toboganes y las piscinas de agua termal, lo que siempre me ha parecido increíble es la visión que tuvo que tener este señor. Pensemos un toque en eso: hoy vemos La Fortuna como una potencia turística, un destino consolidado. Pero levantar un proyecto de esa magnitud, en ese entonces, era una apuesta de las bravas. Era creer en una zona y en una idea cuando quizás no todo el mundo la veía tan clara. Eso es más que poner plata, es tener un norte clarísimo y jugársela. Y ni qué decir de la cantidad de brete que ese complejo ha generado por décadas para la gente de San Carlos. Es un ecosistema completo.
A veces uno ve estos imperios y piensa que siempre estuvieron ahí, que aparecieron de la nada. Pero detrás de cada chunche, de cada piscina y de cada detalle, está el esfuerzo de alguien que empezó con un sueño. La vara con don Alberto es que su legado va más allá del cemento y las palmeras. Su proyecto ayudó a poner a La Fortuna en el mapa mundial, punto. Transformó un paisaje y, con él, la vida de miles de personas, tanto los que trabajan ahí como los que hemos ido a disfrutar y a desconectarnos un rato del desorden de la GAM. Es la materialización de esa idea de que en Costa Rica, con esfuerzo y visión, se pueden hacer cosas enormes.
La noticia, obviamente, es muy reciente y no se han dado detalles de la causa ni de las honras fúnebres, y eso se respeta. Pero la reflexión queda en el aire. Se nos están yendo los pioneros, esa generación que construyó mucho de lo que hoy damos por sentado en el sector turístico y empresarial. Figuras que no solo vieron una oportunidad de negocio, sino que entendieron el potencial de la belleza natural de Costa Rica y supieron cómo mostrársela al mundo sin perder esa esencia local. Es una lástima, porque son personas que dejan un vacío difícil de llenar y que nos recuerdan que los ciclos se acaban.
Al final, más allá del pésame para su familia y allegados, queda el agradecimiento. El legado de don Alberto Rodríguez Baldí no es solo un hotel, es un destino entero que floreció en parte gracias a su empuje. Paz a su alma. Y ahora, abro el micrófono para ustedes, maes. Más allá de la noticia en sí, me gustaría saber: ¿Qué recuerdo personal tienen de Baldi? ¿Creen que en la Costa Rica de hoy todavía hay campo para visionarios de ese calibre que quieran construir proyectos que marquen una época?
Es que hay que ser sinceros, ¿quién no tiene una historia en Baldi? Ya sea el paseo de la escuela que uno esperaba todo el año, las vacaciones familiares donde el güila no se quería salir del agua, o la primera escapada romántica. El lugar es un ícono. Pero más allá de los toboganes y las piscinas de agua termal, lo que siempre me ha parecido increíble es la visión que tuvo que tener este señor. Pensemos un toque en eso: hoy vemos La Fortuna como una potencia turística, un destino consolidado. Pero levantar un proyecto de esa magnitud, en ese entonces, era una apuesta de las bravas. Era creer en una zona y en una idea cuando quizás no todo el mundo la veía tan clara. Eso es más que poner plata, es tener un norte clarísimo y jugársela. Y ni qué decir de la cantidad de brete que ese complejo ha generado por décadas para la gente de San Carlos. Es un ecosistema completo.
A veces uno ve estos imperios y piensa que siempre estuvieron ahí, que aparecieron de la nada. Pero detrás de cada chunche, de cada piscina y de cada detalle, está el esfuerzo de alguien que empezó con un sueño. La vara con don Alberto es que su legado va más allá del cemento y las palmeras. Su proyecto ayudó a poner a La Fortuna en el mapa mundial, punto. Transformó un paisaje y, con él, la vida de miles de personas, tanto los que trabajan ahí como los que hemos ido a disfrutar y a desconectarnos un rato del desorden de la GAM. Es la materialización de esa idea de que en Costa Rica, con esfuerzo y visión, se pueden hacer cosas enormes.
La noticia, obviamente, es muy reciente y no se han dado detalles de la causa ni de las honras fúnebres, y eso se respeta. Pero la reflexión queda en el aire. Se nos están yendo los pioneros, esa generación que construyó mucho de lo que hoy damos por sentado en el sector turístico y empresarial. Figuras que no solo vieron una oportunidad de negocio, sino que entendieron el potencial de la belleza natural de Costa Rica y supieron cómo mostrársela al mundo sin perder esa esencia local. Es una lástima, porque son personas que dejan un vacío difícil de llenar y que nos recuerdan que los ciclos se acaban.
Al final, más allá del pésame para su familia y allegados, queda el agradecimiento. El legado de don Alberto Rodríguez Baldí no es solo un hotel, es un destino entero que floreció en parte gracias a su empuje. Paz a su alma. Y ahora, abro el micrófono para ustedes, maes. Más allá de la noticia en sí, me gustaría saber: ¿Qué recuerdo personal tienen de Baldi? ¿Creen que en la Costa Rica de hoy todavía hay campo para visionarios de ese calibre que quieran construir proyectos que marquen una época?