¡Ay, Dios mío! Aquí vamos otra vez. Ocho cientos quince asesinatos en lo que va del año. Sí, lo leíste bien. Ochocientos quince. Parece sacado de una película de terror, pero esto está pasando aquí mismo, en nuestro querido Costa Rica. Y lo peor de todo, parece que nadie quiere hacer nada al respecto. El país está temblando, y la clase política… bueno, digamos que ‘duermen el sueño de los justos’, como dice el dicho.
La situación es más que preocupante. Familias enteras destrozadas, comunidades viviendo con miedo constante, y una sensación generalizada de impotencia. Los policías, nuestros héroes anónimos, están haciendo lo que pueden, pero luchan con una mano atada a la espalda. Dicen que capturan gatilleros como quien persigue viento, porque luego esos mismos salen caminando libres gracias a leyes que parecen hechas a medida para proteger a los delincuentes.
El Ministerio de Seguridad Pública está hecho un brete, la frustración es palpable. Nuestros jefes de policía han salido a decir que necesitamos una ley que ponga a los sicarios en su lugar, que les dé un susto de verdad. Pero ahí está, estancada. Claman por herramientas efectivas, por leyes claras que les permitan realmente combatir el flagelo del sicariato. No quieren estar peleando una pelea perdida, enfrentándose a organizadores criminales que operan como si fueran dueños de la calle.
El problema, como siempre, es la burocracia. El proyecto de ley, que tenía pinta de ser la solución a nuestros males, se topó con la famosa Consulta Facultativa ante la Sala Constitucional. Unos diputados que, aparentemente, tienen dudas sobre si las penas propuestas son proporcionales o no. ¿Proporcional? ¡Cuando matan a alguien a cambio de unos cuantos billetes, nada es proporcional!
Mientrastanto, los magistrados deliberan y nosotros seguimos contando cadáveres. Cada día que pasa, los sicarios se mueven más libres, planeando sus próximos ataques. Y la gente común, la que trabaja duro para ganarse la vida, vive con el temor de convertirse en la próxima víctima. Ya me imagino que algunos dirán 'ya nos tocó', pero yo creo que no tenemos por qué aceptarlo así. ¡Tenemos que exigirle algo a nuestros representantes!
Hablemos del perfil del gatillero moderno. Ya no son los matones de poca monta de antes. Ahora son profesionales, entrenados, con contactos, y dispuestos a hacer cualquier cosa por dinero. Son parte de una maquinaria mucho más grande, de organizaciones criminales que controlan el tráfico de drogas y otras actividades ilícitas. Y hasta que no atacamos el problema desde la raíz, cortando el financiamiento de estas bandas, seguiremos viendo cómo aumentan estos asesinatos.
Es una carrera contra el tiempo. Tenemos que lograr que la Asamblea Legislativa actúe ya, sin excusas, sin dilaciones. Necesitamos una ley que endurezca las penas contra el sicariato, que haga saber a los delincuentes que en Costa Rica no se puede jugar con la vida de las personas. Pero más allá de la ley, necesitamos un cambio de mentalidad, un compromiso de toda la sociedad para construir un país más seguro y justo para todos. ¿Será que necesitamos ver aún más sangre derramada para que se muevan?
En fin, la pregunta del millón: ¿Estamos dispuestos a seguir esperando a que la burocracia se decida a actuar, o debemos tomar cartas en el asunto y exigirle a nuestros representantes que pongan fin a esta espiral de violencia? Compartan sus ideas y opiniones en los comentarios. ¡Este tema nos concierne a todos!
La situación es más que preocupante. Familias enteras destrozadas, comunidades viviendo con miedo constante, y una sensación generalizada de impotencia. Los policías, nuestros héroes anónimos, están haciendo lo que pueden, pero luchan con una mano atada a la espalda. Dicen que capturan gatilleros como quien persigue viento, porque luego esos mismos salen caminando libres gracias a leyes que parecen hechas a medida para proteger a los delincuentes.
El Ministerio de Seguridad Pública está hecho un brete, la frustración es palpable. Nuestros jefes de policía han salido a decir que necesitamos una ley que ponga a los sicarios en su lugar, que les dé un susto de verdad. Pero ahí está, estancada. Claman por herramientas efectivas, por leyes claras que les permitan realmente combatir el flagelo del sicariato. No quieren estar peleando una pelea perdida, enfrentándose a organizadores criminales que operan como si fueran dueños de la calle.
El problema, como siempre, es la burocracia. El proyecto de ley, que tenía pinta de ser la solución a nuestros males, se topó con la famosa Consulta Facultativa ante la Sala Constitucional. Unos diputados que, aparentemente, tienen dudas sobre si las penas propuestas son proporcionales o no. ¿Proporcional? ¡Cuando matan a alguien a cambio de unos cuantos billetes, nada es proporcional!
Mientrastanto, los magistrados deliberan y nosotros seguimos contando cadáveres. Cada día que pasa, los sicarios se mueven más libres, planeando sus próximos ataques. Y la gente común, la que trabaja duro para ganarse la vida, vive con el temor de convertirse en la próxima víctima. Ya me imagino que algunos dirán 'ya nos tocó', pero yo creo que no tenemos por qué aceptarlo así. ¡Tenemos que exigirle algo a nuestros representantes!
Hablemos del perfil del gatillero moderno. Ya no son los matones de poca monta de antes. Ahora son profesionales, entrenados, con contactos, y dispuestos a hacer cualquier cosa por dinero. Son parte de una maquinaria mucho más grande, de organizaciones criminales que controlan el tráfico de drogas y otras actividades ilícitas. Y hasta que no atacamos el problema desde la raíz, cortando el financiamiento de estas bandas, seguiremos viendo cómo aumentan estos asesinatos.
Es una carrera contra el tiempo. Tenemos que lograr que la Asamblea Legislativa actúe ya, sin excusas, sin dilaciones. Necesitamos una ley que endurezca las penas contra el sicariato, que haga saber a los delincuentes que en Costa Rica no se puede jugar con la vida de las personas. Pero más allá de la ley, necesitamos un cambio de mentalidad, un compromiso de toda la sociedad para construir un país más seguro y justo para todos. ¿Será que necesitamos ver aún más sangre derramada para que se muevan?
En fin, la pregunta del millón: ¿Estamos dispuestos a seguir esperando a que la burocracia se decida a actuar, o debemos tomar cartas en el asunto y exigirle a nuestros representantes que pongan fin a esta espiral de violencia? Compartan sus ideas y opiniones en los comentarios. ¡Este tema nos concierne a todos!
