¡Ay, Dios mío! Se armó un hueco tremendo aquí en Limón, raza. La noticia llegó como un balde de agua fría: un nene de 12 años, Jonder Ortega Agostos, decidió quitarse la vida. Imagínate, un chamaco con toda la vida por delante... Esto nos golpea duro, especialmente porque parece que las Pruebas Nacionales Estandarizadas, esas que tanto les hacen sacar canas verdes a los padres, tuvieron mucho que ver en esta tragedia.
Según su mamá, Jonder era un estudiante ejemplar, de esos que sacan puros dieces y siempre dispuesto a echarle ganas. Era un niño de bien, dicen los vecinos, servicial y alegre, el tipo de muchacho que ilumina cualquier brete. Pero reprobó las pruebas por solo dos puntitos, y eso, al parecer, lo hundió en una espiral de ansiedad y frustración que nadie pudo detener a tiempo. Su mami, con el corazón roto, salió a contar la historia para que esto sirva de llamada de atención para el MEP.
“Mi bb, mi tesoro… todo un año esforzándose, con buenas notas, siendo un ejemplo”, sollozaba la madre en sus publicaciones. “Y luego, unas pruebas estandarizadas, ¡unas malditas pruebas!, arruinan todo su esfuerzo”. Esta señora, que ya anda hecha polvo por el dolor, pide a gritos que las autoridades educativas abran los ojos ante el impacto emocional que estas evaluaciones tienen en nuestros hijos. No es bronca con estudiar, sino con poner tanta presión a unos niños que todavía están creciendo, ¿me entienden?
El Ministerio de Educación Pública, como es costumbre en estos casos, emitió un comunicado de “profundo pesar” y recordó que ahora le toca al Organismo de Investigación Judicial (OIJ) determinar las causas del fallecimiento. Claramente, evadiendo responsabilidades, pues siempre les sale con la excusa de que no saben qué pasó. ¡Pero vamos, mae! La evidencia está ahí, clara como el agua: un niño presionado, frustrado y desesperado por un resultado académico.
Y aquí viene lo importante, mi gente. Expertos en salud mental están insistiendo en la necesidad de prestar atención a las señales de alerta en nuestros hijos. Nos dicen que hay que estar pendientes de cambios de ánimo, aislamiento, problemas para dormir... En fin, cualquier cosa que indique que algo no anda bien. Porque a veces, los niños guardan todo adentro, por miedo a preocuparnos o a que piensen que son débiles. ¡Falso! Pedir ayuda nunca es signo de debilidad, sino de valentía.
Esto me recuerda a otra época donde los colegios tenían un consejero escolar dedicado, alguien que realmente pudiera atender a los estudiantes con problemas. Ahora, parece que todo se reduce a sacar buenas notas y competir a morir. Olvidamos que detrás de cada número hay un ser humano, con sentimientos, sueños y miedos. ¿No deberíamos darle más importancia a la formación integral de nuestros hijos que a un simple puntaje en una prueba?
Y no solo es responsabilidad del colegio, ni siquiera del gobierno. Nosotros, los padres, también tenemos que estar presentes, escucharlos, darles apoyo incondicional y hacerles saber que vale más su bienestar emocional que cualquier calificación. Estos tiempos son duros, diay, con tantas presiones y expectativas, los jóvenes necesitan más cariño y comprensión que nunca. Que esta tragedia sea un wake up call para todos nosotros.
La verdad es que este caso me dejó pensando, raza. Con tanta exigencia académica y tan poca atención a la salud mental, ¿no estamos creando una generación de niños presionados y ansiosos, listos para explotar? ¿Deberían replantearse las pruebas estandarizadas y buscar métodos de evaluación más justos y humanos, o estamos condenados a repetir esta triste historia?
Según su mamá, Jonder era un estudiante ejemplar, de esos que sacan puros dieces y siempre dispuesto a echarle ganas. Era un niño de bien, dicen los vecinos, servicial y alegre, el tipo de muchacho que ilumina cualquier brete. Pero reprobó las pruebas por solo dos puntitos, y eso, al parecer, lo hundió en una espiral de ansiedad y frustración que nadie pudo detener a tiempo. Su mami, con el corazón roto, salió a contar la historia para que esto sirva de llamada de atención para el MEP.
“Mi bb, mi tesoro… todo un año esforzándose, con buenas notas, siendo un ejemplo”, sollozaba la madre en sus publicaciones. “Y luego, unas pruebas estandarizadas, ¡unas malditas pruebas!, arruinan todo su esfuerzo”. Esta señora, que ya anda hecha polvo por el dolor, pide a gritos que las autoridades educativas abran los ojos ante el impacto emocional que estas evaluaciones tienen en nuestros hijos. No es bronca con estudiar, sino con poner tanta presión a unos niños que todavía están creciendo, ¿me entienden?
El Ministerio de Educación Pública, como es costumbre en estos casos, emitió un comunicado de “profundo pesar” y recordó que ahora le toca al Organismo de Investigación Judicial (OIJ) determinar las causas del fallecimiento. Claramente, evadiendo responsabilidades, pues siempre les sale con la excusa de que no saben qué pasó. ¡Pero vamos, mae! La evidencia está ahí, clara como el agua: un niño presionado, frustrado y desesperado por un resultado académico.
Y aquí viene lo importante, mi gente. Expertos en salud mental están insistiendo en la necesidad de prestar atención a las señales de alerta en nuestros hijos. Nos dicen que hay que estar pendientes de cambios de ánimo, aislamiento, problemas para dormir... En fin, cualquier cosa que indique que algo no anda bien. Porque a veces, los niños guardan todo adentro, por miedo a preocuparnos o a que piensen que son débiles. ¡Falso! Pedir ayuda nunca es signo de debilidad, sino de valentía.
Esto me recuerda a otra época donde los colegios tenían un consejero escolar dedicado, alguien que realmente pudiera atender a los estudiantes con problemas. Ahora, parece que todo se reduce a sacar buenas notas y competir a morir. Olvidamos que detrás de cada número hay un ser humano, con sentimientos, sueños y miedos. ¿No deberíamos darle más importancia a la formación integral de nuestros hijos que a un simple puntaje en una prueba?
Y no solo es responsabilidad del colegio, ni siquiera del gobierno. Nosotros, los padres, también tenemos que estar presentes, escucharlos, darles apoyo incondicional y hacerles saber que vale más su bienestar emocional que cualquier calificación. Estos tiempos son duros, diay, con tantas presiones y expectativas, los jóvenes necesitan más cariño y comprensión que nunca. Que esta tragedia sea un wake up call para todos nosotros.
La verdad es que este caso me dejó pensando, raza. Con tanta exigencia académica y tan poca atención a la salud mental, ¿no estamos creando una generación de niños presionados y ansiosos, listos para explotar? ¿Deberían replantearse las pruebas estandarizadas y buscar métodos de evaluación más justos y humanos, o estamos condenados a repetir esta triste historia?