¡Damas y caballeros, tenemos buenas noticias pa' alegrarnos el día! La pobreza en Costa Rica le dio un frenazo considerable, cayendo al 15,2% en 2025. Sí, así como lo oyen, casi cuatro puntos menos que el año pasado. Esto significa que más de 40 mil familias lograron salir de esas garras de la precariedad, y eso siempre es motivo pa’ brindar – con agua dulce, claro, que estamos cuidando la cartera.
Ahora, pa’ ponerle contexto a esto, recordemos que hace poquito estábamos viendo números bien feos. En 2024, casi una quinta parte de la población estaba viviendo por debajo de la línea de pobreza. Pero parece que las cositas empezaron a acomodarse, gracias a una combinación de factores, principalmente la reactivación del mercado laboral y unos cuantos chuches extra en ayudas sociales. El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) ya soltó las cifras oficiales y nos dicen que la cosa va viento en popa… aunque siempre hay matices, ¡eso nunca falta!
Y hablando de matices, la pobreza extrema también sintió el golpe, bajando a 3,8%. Eso implica que unas 71 mil familias ahora tienen acceso a condiciones de vida un poquito mejores. Imaginen la diferencia que puede hacer tener un plato caliente en la mesa todos los días o poder pagar la colegiatura de los niños. Pequeños cambios, sí, pero con un impacto enorme en la calidad de vida de estas personas. De verdad, es una vara que nos llena de esperanza.
Pero ojo, que no todo es miel sobre hojuelas. La llamada ‘pobreza multidimensional’, esa que mide si la gente tiene acceso a educación, salud, vivienda decente, trabajo digno y otros servicios básicos, sigue bastante igualita que el año pasado. Se mantiene en un 9,9%, y eso nos dice que todavía hay muchos retos por delante. Parece que estamos quitándole presión a la billetera, pero aún no hemos atacado las raíces profundas del problema.
Si revisamos los datos con lupa, vemos que la falta de capital humano (más del 65% de la población), la ausencia de seguro de salud (55%), las casas en mal estado (52%), la poca formación educativa (49%) y la dificultad para encontrar un trabajo que pague las cuentas (45%) siguen siendo obstáculos gigantescos. Es como estar escalando una montaña con zapatos rotos, ¿me entienden?
La diferencia entre la ciudad y el campo sigue siendo una brecha abismal. En las áreas urbanas, la pobreza bajó de 16,4% a 13,6%, lo cual es positivo, pero en las zonas rurales la cifra aun preocupa, pasando de 22,1% a 19,3%. Las regiones Central y Huetar Caribe cuentan con las estadísticas más bajas y altas, respectivamente. Esa disparidad geográfica nos obliga a replantearnos cómo llegamos a las comunidades más alejadas y cómo podemos ofrecerles oportunidades reales.
Hablemos de plata: las familias que viven en situación de pobreza reciben un promedio de ¢314.018 al mes en las ciudades y ¢239.812 en el campo. En el caso de la pobreza extrema, esos números bajan drásticamente a ¢132.261 y ¢106.688, respectivamente. Estas cantidades, aunque ligeramente superiores a las del año pasado, siguen siendo insuficientes para cubrir las necesidades básicas y garantizar una vida digna. Son menos del 25% del ingreso promedio nacional, ¡qué despiche!
En resumen, celebramos esta disminución en la pobreza como un paso importante hacia una sociedad más justa, pero sabemos que aún queda muchísimo por hacer. Hay que seguir trabajando en fortalecer el sistema educativo, mejorar el acceso a la salud, crear empleos dignos y cerrar la brecha entre el campo y la ciudad. Así que, mi pregunta para ustedes, compas: ¿cuáles creen que deberían ser las prioridades del gobierno para seguir combatiendo la pobreza y asegurarle a todos los costarricenses una vida con dignidad y oportunidades?
Ahora, pa’ ponerle contexto a esto, recordemos que hace poquito estábamos viendo números bien feos. En 2024, casi una quinta parte de la población estaba viviendo por debajo de la línea de pobreza. Pero parece que las cositas empezaron a acomodarse, gracias a una combinación de factores, principalmente la reactivación del mercado laboral y unos cuantos chuches extra en ayudas sociales. El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) ya soltó las cifras oficiales y nos dicen que la cosa va viento en popa… aunque siempre hay matices, ¡eso nunca falta!
Y hablando de matices, la pobreza extrema también sintió el golpe, bajando a 3,8%. Eso implica que unas 71 mil familias ahora tienen acceso a condiciones de vida un poquito mejores. Imaginen la diferencia que puede hacer tener un plato caliente en la mesa todos los días o poder pagar la colegiatura de los niños. Pequeños cambios, sí, pero con un impacto enorme en la calidad de vida de estas personas. De verdad, es una vara que nos llena de esperanza.
Pero ojo, que no todo es miel sobre hojuelas. La llamada ‘pobreza multidimensional’, esa que mide si la gente tiene acceso a educación, salud, vivienda decente, trabajo digno y otros servicios básicos, sigue bastante igualita que el año pasado. Se mantiene en un 9,9%, y eso nos dice que todavía hay muchos retos por delante. Parece que estamos quitándole presión a la billetera, pero aún no hemos atacado las raíces profundas del problema.
Si revisamos los datos con lupa, vemos que la falta de capital humano (más del 65% de la población), la ausencia de seguro de salud (55%), las casas en mal estado (52%), la poca formación educativa (49%) y la dificultad para encontrar un trabajo que pague las cuentas (45%) siguen siendo obstáculos gigantescos. Es como estar escalando una montaña con zapatos rotos, ¿me entienden?
La diferencia entre la ciudad y el campo sigue siendo una brecha abismal. En las áreas urbanas, la pobreza bajó de 16,4% a 13,6%, lo cual es positivo, pero en las zonas rurales la cifra aun preocupa, pasando de 22,1% a 19,3%. Las regiones Central y Huetar Caribe cuentan con las estadísticas más bajas y altas, respectivamente. Esa disparidad geográfica nos obliga a replantearnos cómo llegamos a las comunidades más alejadas y cómo podemos ofrecerles oportunidades reales.
Hablemos de plata: las familias que viven en situación de pobreza reciben un promedio de ¢314.018 al mes en las ciudades y ¢239.812 en el campo. En el caso de la pobreza extrema, esos números bajan drásticamente a ¢132.261 y ¢106.688, respectivamente. Estas cantidades, aunque ligeramente superiores a las del año pasado, siguen siendo insuficientes para cubrir las necesidades básicas y garantizar una vida digna. Son menos del 25% del ingreso promedio nacional, ¡qué despiche!
En resumen, celebramos esta disminución en la pobreza como un paso importante hacia una sociedad más justa, pero sabemos que aún queda muchísimo por hacer. Hay que seguir trabajando en fortalecer el sistema educativo, mejorar el acceso a la salud, crear empleos dignos y cerrar la brecha entre el campo y la ciudad. Así que, mi pregunta para ustedes, compas: ¿cuáles creen que deberían ser las prioridades del gobierno para seguir combatiendo la pobreza y asegurarle a todos los costarricenses una vida con dignidad y oportunidades?