¡Ay, Dios mío! Esto del Banco Nacional nunca acaba, ¿verdad, compas? Resulta que la exdirectiva, la que echó Chaves y la Sala Constitucional puso pa’ trás, dejó un reguero de asuntos marcados como “confidenciales”. ¡Ciento cuarenta y uno, pa’ que se hagan una idea!
Y ni hablar del tiempo que esto duró, ¡veinte sesiones! Imagínate las reuniones, los martes a la una de la tarde, alargándose hasta pasadas las cinco, debatiendo cosas que ahora resulta que eran, pues, supuestamente, importantes. Según me cuentan, no es raro que los directivos, al entrar a la sala, ya sabían cuáles temas iban a ir bajo candado, pero a veces, en plena conversación, alguien decía “mae, creo que esto va pa'l secreto”, y pum, ¡clasificado!
Ahora, claro, el expresidente Maximiliano Alvarado Ramírez dice que no le cuadran esas cuentas, que le parece raro que hayan sido tantos. Y el actual, Marvin Arias Aguilar, tampoco se queda callado: dice que ciento cuarenta y uno es un montón, ¡un dineral de papel guardado debajo del colchón de secretos! Uno se pregunta, ¿qué tan importante era guardar todo eso en candelero?
Lo curioso es cómo decidían qué iba a ser confidencial y qué no. A veces con recomendaciones del asesor legal, Rafael Brenes Villalobos, que ahí anda metiéndose en todos lados, cambiando un puntito aquí, otro allá. Por ejemplo, aprobaban una sesión privada al final de la reunión formal, ¡como si fueran a resolver los problemas del mundo a escondidas! Y te juro, cada vez que leo esos documentos, siento que estoy entrando a una película de espías.
Pero lo que realmente levantó cejas fue ese “addendum a la constatación de experiencia” de los directivos. ¡Imagínate!, un documento que votaron en secreto, pa' demostrar que sí sabían de lo que estaban hablando. Y la Sugef, ¡la Superintendencia!, resultó que a cuatro de los siete directivos no les alcanzaba para la talla. Qué bochorno, mándale saludos a la Sugef.
Hay que entender, según Alvarado Ramírez, que algunas cosas tienen que ser confidenciales porque tratan información estratégica, planes a futuro, estrategias comerciales, toda esa vaina que nadie más tiene que saber. Pero bueno, también dice que siempre es el asesor legal quien lo recomienda, así que uno se queda pensando… ¿estarán usando la confidencialidad como excusa pa' esconder otras cositas?
Y es que no es ningún secreto que en Costa Rica tenemos una relación especial con el secretismo oficial. Como si la transparencia fuera un lujo que no podemos permitirnos. Entre leyes y regulaciones, terminamos enterrados bajo montañas de papeleo y restricciones, mientras la gente común se pregunta qué diablos está pasando. Desde planes estratégicos institucionales hasta actividades de mercadeo, casi todo se encierra entre cuatro paredes, dejando a nosotros afuera, sin poder opinar ni participar.
Bueno, ahora dime, compa: ¿crees que esta avalancha de asuntos confidenciales fue necesaria para proteger al Banco Nacional o simplemente un pretexto para evitar la fiscalización y mantener todo bajo control? ¿Debería haber límites más claros sobre qué información puede considerarse confidencial y cuándo?
Y ni hablar del tiempo que esto duró, ¡veinte sesiones! Imagínate las reuniones, los martes a la una de la tarde, alargándose hasta pasadas las cinco, debatiendo cosas que ahora resulta que eran, pues, supuestamente, importantes. Según me cuentan, no es raro que los directivos, al entrar a la sala, ya sabían cuáles temas iban a ir bajo candado, pero a veces, en plena conversación, alguien decía “mae, creo que esto va pa'l secreto”, y pum, ¡clasificado!
Ahora, claro, el expresidente Maximiliano Alvarado Ramírez dice que no le cuadran esas cuentas, que le parece raro que hayan sido tantos. Y el actual, Marvin Arias Aguilar, tampoco se queda callado: dice que ciento cuarenta y uno es un montón, ¡un dineral de papel guardado debajo del colchón de secretos! Uno se pregunta, ¿qué tan importante era guardar todo eso en candelero?
Lo curioso es cómo decidían qué iba a ser confidencial y qué no. A veces con recomendaciones del asesor legal, Rafael Brenes Villalobos, que ahí anda metiéndose en todos lados, cambiando un puntito aquí, otro allá. Por ejemplo, aprobaban una sesión privada al final de la reunión formal, ¡como si fueran a resolver los problemas del mundo a escondidas! Y te juro, cada vez que leo esos documentos, siento que estoy entrando a una película de espías.
Pero lo que realmente levantó cejas fue ese “addendum a la constatación de experiencia” de los directivos. ¡Imagínate!, un documento que votaron en secreto, pa' demostrar que sí sabían de lo que estaban hablando. Y la Sugef, ¡la Superintendencia!, resultó que a cuatro de los siete directivos no les alcanzaba para la talla. Qué bochorno, mándale saludos a la Sugef.
Hay que entender, según Alvarado Ramírez, que algunas cosas tienen que ser confidenciales porque tratan información estratégica, planes a futuro, estrategias comerciales, toda esa vaina que nadie más tiene que saber. Pero bueno, también dice que siempre es el asesor legal quien lo recomienda, así que uno se queda pensando… ¿estarán usando la confidencialidad como excusa pa' esconder otras cositas?
Y es que no es ningún secreto que en Costa Rica tenemos una relación especial con el secretismo oficial. Como si la transparencia fuera un lujo que no podemos permitirnos. Entre leyes y regulaciones, terminamos enterrados bajo montañas de papeleo y restricciones, mientras la gente común se pregunta qué diablos está pasando. Desde planes estratégicos institucionales hasta actividades de mercadeo, casi todo se encierra entre cuatro paredes, dejando a nosotros afuera, sin poder opinar ni participar.
Bueno, ahora dime, compa: ¿crees que esta avalancha de asuntos confidenciales fue necesaria para proteger al Banco Nacional o simplemente un pretexto para evitar la fiscalización y mantener todo bajo control? ¿Debería haber límites más claros sobre qué información puede considerarse confidencial y cuándo?