Leyendo la carta de renuncia, el doctor Hernández dice sobre su postulación, que en este tiempo "nunca pensé que me tendría que enfrentar a tanta intriga, tanta envidia, tanto egoísmo, tanta traición y tanta deslealtad".
Lo cual suena bastante ingenuo. La verdad es que, sin desmerecer los grandes méritos que tenía como médico, en política no es llorando. También es ingenuo que la candidatura del doctor iba a "adecentar" la política, lo que sea que eso signifique. Porque en realidad la política la hacen hombres, imperfectos todos, y tendrá imperfecciones. Pero es inconmesurablemetne mejor que otros sistemas políticos, porque permite al menos una pacífica transición entre el grupo de ladrones de turno.
Es comprensible la desesperación y amargura del Doctor Hernández. Un doctor hace un diagnóstico, y aplica medidas. En la sala de operación hay una jerarquía definida. El doctor conduce a los demás, hace su trabajo y sutura.
En la política no es tan nítido ni tan ordenado como eso. Por eso gracias a Dios no elegimos doctores por cuan populares son.
La política es siempre enfrentar intereses contrapuestos, negociar y armar acuerdos. Yo voto por tí hoy y tu votas por mí mañana. Eso es así. No se ve bonito, pero como dijo Bismarck, hacer leyes es como hacer salchichas: no es un espectáculo muy bonito.
A los que comparan al Doctor Hernández con el Dr. Calderón Guardia olvidan el hecho que Calderón, si bien fue médico, era también un político: fue diputado antes de lanzarse a la carrera presidencial. El Doctor Hernández no tiene ninguna expereincia política.
Por eso es comprensible la exasperación y amargura del Dr. Hernández. Pero mucho pero y más condenable, es la absurda ilusión de mucha gente que creyendo que la solución de los problemas del país, es simplemente delegar las funciones en un técnico al cual creen que tiene todas las respuestas.