¡Qué chiva pensar que llevamos 25 años con gente dando vueltas alrededor de la Tierra! Desde que nacimos, siempre ha habido alguien flotando ahí arriba, viendo nuestro planeta desde una perspectiva que pocos podemos imaginar. La Estación Espacial Internacional (EEI), esa torta de metal gigante, se ha convertido en un símbolo de lo que podemos lograr cuando dejamos de pelear y nos ponemos a trabajar juntos, aunque no todo haya sido color de rosa.
Imagínate, a principios de los 90, la idea era armar una estación espacial que fuera el sucesor de Mir, la estación rusa, y un reemplazo para el proyecto Freedom, que Estados Unidos tenía en mente. Pero la cosa se puso fea con retrasos, sobrecostos y hasta políticos pidiendo que la canceláramos. ¡Parecía que se iba al traste el proyecto entero! Afortunadamente, la perseverancia y la colaboración internacional lograron salvar la situación, y en noviembre de 1998 lanzaron Zarya, el primer módulo de la EEI, desde Kazajistán. Aquella mañana no se veía muy prometedora, brete complicado.
Y hablando de inicios complicados, recuerden que cuando Bill Shepherd, Sergei Krikalev y Yuri Gidzenko encendieron las luces en la EEI en 2000, la estación era un mero esquema de lo que es hoy. Tres módulos –Zarya, Zvezda y Unity– conformaban el núcleo inicial, responsables de darle energía, oxígeno y las conexiones necesarias para los demás módulos que vendrían después. Más que alojamiento, esos módulos eran el corazón palpitante de la incipiente estación, permitiendo a los astronautas realizar 22 investigaciones científicas, siete caminatas espaciales, y recibir a otras tripulaciones. ¡Un chunche bastante decente para empezar!
Ahora, la EEI es un laberinto de módulos presurizados, paneles solares gigantescos y miles de componentes interconectados, requiriendo cerca de 4.400 investigaciones publicadas. No olvidemos que armar semejante estructura en el espacio no es tarea fácil. Gracias al Transbordador Espacial de EE.UU., varios componentes fueron trasladados y ensamblados con precisión milimétrica utilizando su brazo robótico. Que le esperaban engranajes precisos y mucho esfuerzo, diay.
Dentro de esa estructura, con sus 388 metros cúbicos habitables (más o menos el tamaño de una casa de seis habitaciones, aunque ahí el techo también sirve de piso!), la vida cotidiana de los astronautas no es precisamente un paseo por Parque Nacional. Dos horas diarias de ejercicio son obligatorias para combatir los efectos negativos de la microgravedad en los músculos y los huesos. Imaginen tener que correr una maratón en el espacio, como lo hizo Tim Peake, ¡qué nivel de disciplina!
Pero la EEI no es solo gimnasio y ciencia. También es un ejemplo de ingeniería sostenible. Su sistema de reciclaje de agua recupera prácticamente todo el líquido que producen los astronautas –orina, sudor, vapor– transformándolo en agua potable. ¡Así que, literalmente, la orina de hoy puede ser el café de mañana! Aunque no todo es perfecto, la convivencia con microorganismos diversos y los inevitables berrinches de los equipos tecnológicos son parte de la rutina. Esa vara ha demostrado ser sumamente compleja, pero desafiante.
Y qué decir del panorama que ofrece la Cúpula, esa ventana panorámica que permite a los astronautas contemplar la Tierra desde una perspectiva única. Nicole Stott tuvo que ponerse alarmas para recordar que debía volver al trabajo, tanta era la tentación de quedarse mirando nuestro planeta. Además, las fotos y videos que comparten son increíbles, mostrando la belleza de Costa Rica y el mundo desde el espacio. ¡Qué tuanis!
Después de 25 años en órbita, la Estación Espacial Internacional sigue siendo un logro asombroso de la cooperación internacional y la innovación humana. Con 70 años siendo la edad máxima alcanzada por un astronauta en la EEI, y el récord de Frank Rubio de 371 días consecutivos en el espacio, nos demuestra que la exploración espacial está en constante evolución. ¿Ustedes creen que la inversión en la EEI justifica los costos, o deberíamos enfocarnos en resolver los problemas aquí en la Tierra? Déjenme leer sus opiniones en el foro!
Imagínate, a principios de los 90, la idea era armar una estación espacial que fuera el sucesor de Mir, la estación rusa, y un reemplazo para el proyecto Freedom, que Estados Unidos tenía en mente. Pero la cosa se puso fea con retrasos, sobrecostos y hasta políticos pidiendo que la canceláramos. ¡Parecía que se iba al traste el proyecto entero! Afortunadamente, la perseverancia y la colaboración internacional lograron salvar la situación, y en noviembre de 1998 lanzaron Zarya, el primer módulo de la EEI, desde Kazajistán. Aquella mañana no se veía muy prometedora, brete complicado.
Y hablando de inicios complicados, recuerden que cuando Bill Shepherd, Sergei Krikalev y Yuri Gidzenko encendieron las luces en la EEI en 2000, la estación era un mero esquema de lo que es hoy. Tres módulos –Zarya, Zvezda y Unity– conformaban el núcleo inicial, responsables de darle energía, oxígeno y las conexiones necesarias para los demás módulos que vendrían después. Más que alojamiento, esos módulos eran el corazón palpitante de la incipiente estación, permitiendo a los astronautas realizar 22 investigaciones científicas, siete caminatas espaciales, y recibir a otras tripulaciones. ¡Un chunche bastante decente para empezar!
Ahora, la EEI es un laberinto de módulos presurizados, paneles solares gigantescos y miles de componentes interconectados, requiriendo cerca de 4.400 investigaciones publicadas. No olvidemos que armar semejante estructura en el espacio no es tarea fácil. Gracias al Transbordador Espacial de EE.UU., varios componentes fueron trasladados y ensamblados con precisión milimétrica utilizando su brazo robótico. Que le esperaban engranajes precisos y mucho esfuerzo, diay.
Dentro de esa estructura, con sus 388 metros cúbicos habitables (más o menos el tamaño de una casa de seis habitaciones, aunque ahí el techo también sirve de piso!), la vida cotidiana de los astronautas no es precisamente un paseo por Parque Nacional. Dos horas diarias de ejercicio son obligatorias para combatir los efectos negativos de la microgravedad en los músculos y los huesos. Imaginen tener que correr una maratón en el espacio, como lo hizo Tim Peake, ¡qué nivel de disciplina!
Pero la EEI no es solo gimnasio y ciencia. También es un ejemplo de ingeniería sostenible. Su sistema de reciclaje de agua recupera prácticamente todo el líquido que producen los astronautas –orina, sudor, vapor– transformándolo en agua potable. ¡Así que, literalmente, la orina de hoy puede ser el café de mañana! Aunque no todo es perfecto, la convivencia con microorganismos diversos y los inevitables berrinches de los equipos tecnológicos son parte de la rutina. Esa vara ha demostrado ser sumamente compleja, pero desafiante.
Y qué decir del panorama que ofrece la Cúpula, esa ventana panorámica que permite a los astronautas contemplar la Tierra desde una perspectiva única. Nicole Stott tuvo que ponerse alarmas para recordar que debía volver al trabajo, tanta era la tentación de quedarse mirando nuestro planeta. Además, las fotos y videos que comparten son increíbles, mostrando la belleza de Costa Rica y el mundo desde el espacio. ¡Qué tuanis!
Después de 25 años en órbita, la Estación Espacial Internacional sigue siendo un logro asombroso de la cooperación internacional y la innovación humana. Con 70 años siendo la edad máxima alcanzada por un astronauta en la EEI, y el récord de Frank Rubio de 371 días consecutivos en el espacio, nos demuestra que la exploración espacial está en constante evolución. ¿Ustedes creen que la inversión en la EEI justifica los costos, o deberíamos enfocarnos en resolver los problemas aquí en la Tierra? Déjenme leer sus opiniones en el foro!
