Ay, diay, pero qué fastidio. Se estrena ‘Avatar: Fuego y Cenizas’ y la expectativa era alta, créeme. Todos corriendo al cine pensando que iban a revivir la magia de Pandora, pero resulta que te sientas tres horas y media sintiéndote como si estuvieras viendo un documental de National Geographic con explosiones. La verdad, uno sale del cine agotado, sí, pero no precisamente emocionado. Más bien, con ganas de echarse un buen chinchorro y olvidarse del asunto.
Cameron lo hizo otra vez. Nos volvió a meter en ese mundo alucinante de Pandora, con gráficos que te dejan boquiabierto, tenés que verlo en IMAX 3D para entenderlo. Las texturas, la fauna, la flora... ¡madre mía! Es una maravilla técnica, no me hagan hablar. Pero eso, como dicen por acá, no llena el vacío del estómago. Uno espera una conexión más profunda, sentir algo más que admiración por la calidad visual. Parece que Cameron está más preocupado por romper récords técnicos que por contar una historia que realmente te toque el corazón.
Y hablando de dinero, ¡qué vara! Con un presupuesto que supera los 450 millones de dólares, esta película es un caso aparte. Supera a sus antecesores en costos y se mete en el top de las producciones más caras de la historia del cine. ¿Vale la pena? Bueno, ahí es donde la cosa se complica. Porque al final, se trata de entregarle a Disney un retorno de inversión enorme, y si eso significa sacrificar un poquito de contenido emotivo, pues… se sacrifica. Claramente, la intención es seguir exprimiendo esa vaca lechera llamada Avatar hasta dejarla seca, y le quepa el chunche a cualquiera.
En cuanto a la trama, bueno… es la misma de siempre. Los Na’vi peleando contra los humanos, los malos siendo espantosamente malvados y los buenos haciendo lo que pueden para proteger su territorio. Hay algunas pinceladas nuevas, como la introducción de Varang, interpretada por Oona Chaplin, que le da un aire diferente a la cosa. Ella se roba unos cuantos momentos, la verdad, con su papel de villana compleja y atormentada. Pero la estructura general es predecible, repetitiva. Ya la hemos visto antes y probablemente la veremos muchas más veces.
Las escenas de batalla son espectaculares, no hay que negar. Cameron sigue siendo un maestro en coreografiar combates aéreos y acuáticos. Te sientes adentro de la pelea, rodeado de explosiones y disparos láser. Pero después de un rato, se vuelve monótono. Como ver un videojuego sin demasiada sustancia detrás. Al final, uno más que disfruta de la pirotecnia que de la estrategia bélica.
Y ahí radica el problema fundamental de ‘Avatar’. Es un espectáculo visual impresionante, sí, pero carece de alma. Los personajes son planos, las motivaciones poco claras y la historia, aunque épica en apariencia, termina siendo superficial. Falta profundizar en la psicología de los personajes, explorar sus conflictos internos, mostrar un lado más vulnerable. En lugar de eso, tenemos una sucesión de escenas grandilocuentes que terminan dejando al espectador frío. Es como comer un plato lleno de adornos que no tienen sabor.
Muchos dirán que es injusto pedirle a una película de ciencia ficción que tenga la profundidad de un drama psicológico. Y tal vez tengan razón. Pero también es cierto que ‘Avatar’, con su presupuesto colosal y su marketing agresivo, prometió mucho más de lo que entregó. Prometió revolucionar la forma de hacer cine, crear un nuevo paradigma narrativo. Pero al final, se quedó en un ejercicio de virtuosismo técnico sin demasiada trascendencia artística. Quiás, la gente se dejó cazar con el embrujo de las imágenes bonitas, y eso está bien, pero que no esperen hallar la solución a todos sus problemas existenciales ahí dentro.
Así que, mi conclusión final es esta: ‘Avatar: Fuego y Cenizas’ es una película entretenida, sí, pero no es una obra maestra. Es un festín visual que deja el corazón frío. Vale la pena verla en la pantalla más grande posible, disfrutar de los efectos especiales, dejarse llevar por la inmersión sonora. Pero no esperen encontrar respuestas profundas ni emociones intensas. Después de todo esto, dime tú: ¿crees que James Cameron está priorizando la innovación narrativa sobre el mero espectáculo visual, o estamos condenados a repetir la fórmula Avatar hasta el infinito?
Cameron lo hizo otra vez. Nos volvió a meter en ese mundo alucinante de Pandora, con gráficos que te dejan boquiabierto, tenés que verlo en IMAX 3D para entenderlo. Las texturas, la fauna, la flora... ¡madre mía! Es una maravilla técnica, no me hagan hablar. Pero eso, como dicen por acá, no llena el vacío del estómago. Uno espera una conexión más profunda, sentir algo más que admiración por la calidad visual. Parece que Cameron está más preocupado por romper récords técnicos que por contar una historia que realmente te toque el corazón.
Y hablando de dinero, ¡qué vara! Con un presupuesto que supera los 450 millones de dólares, esta película es un caso aparte. Supera a sus antecesores en costos y se mete en el top de las producciones más caras de la historia del cine. ¿Vale la pena? Bueno, ahí es donde la cosa se complica. Porque al final, se trata de entregarle a Disney un retorno de inversión enorme, y si eso significa sacrificar un poquito de contenido emotivo, pues… se sacrifica. Claramente, la intención es seguir exprimiendo esa vaca lechera llamada Avatar hasta dejarla seca, y le quepa el chunche a cualquiera.
En cuanto a la trama, bueno… es la misma de siempre. Los Na’vi peleando contra los humanos, los malos siendo espantosamente malvados y los buenos haciendo lo que pueden para proteger su territorio. Hay algunas pinceladas nuevas, como la introducción de Varang, interpretada por Oona Chaplin, que le da un aire diferente a la cosa. Ella se roba unos cuantos momentos, la verdad, con su papel de villana compleja y atormentada. Pero la estructura general es predecible, repetitiva. Ya la hemos visto antes y probablemente la veremos muchas más veces.
Las escenas de batalla son espectaculares, no hay que negar. Cameron sigue siendo un maestro en coreografiar combates aéreos y acuáticos. Te sientes adentro de la pelea, rodeado de explosiones y disparos láser. Pero después de un rato, se vuelve monótono. Como ver un videojuego sin demasiada sustancia detrás. Al final, uno más que disfruta de la pirotecnia que de la estrategia bélica.
Y ahí radica el problema fundamental de ‘Avatar’. Es un espectáculo visual impresionante, sí, pero carece de alma. Los personajes son planos, las motivaciones poco claras y la historia, aunque épica en apariencia, termina siendo superficial. Falta profundizar en la psicología de los personajes, explorar sus conflictos internos, mostrar un lado más vulnerable. En lugar de eso, tenemos una sucesión de escenas grandilocuentes que terminan dejando al espectador frío. Es como comer un plato lleno de adornos que no tienen sabor.
Muchos dirán que es injusto pedirle a una película de ciencia ficción que tenga la profundidad de un drama psicológico. Y tal vez tengan razón. Pero también es cierto que ‘Avatar’, con su presupuesto colosal y su marketing agresivo, prometió mucho más de lo que entregó. Prometió revolucionar la forma de hacer cine, crear un nuevo paradigma narrativo. Pero al final, se quedó en un ejercicio de virtuosismo técnico sin demasiada trascendencia artística. Quiás, la gente se dejó cazar con el embrujo de las imágenes bonitas, y eso está bien, pero que no esperen hallar la solución a todos sus problemas existenciales ahí dentro.
Así que, mi conclusión final es esta: ‘Avatar: Fuego y Cenizas’ es una película entretenida, sí, pero no es una obra maestra. Es un festín visual que deja el corazón frío. Vale la pena verla en la pantalla más grande posible, disfrutar de los efectos especiales, dejarse llevar por la inmersión sonora. Pero no esperen encontrar respuestas profundas ni emociones intensas. Después de todo esto, dime tú: ¿crees que James Cameron está priorizando la innovación narrativa sobre el mero espectáculo visual, o estamos condenados a repetir la fórmula Avatar hasta el infinito?
