¡Ay, Dios mío! Quién lo diría, mi gente. Pensábamos que “se mataban entre ellos” era una forma de quitarle importancia a la cosa, pero el cierre de este 2025 nos cayó como balde de agua fría, ¡y vaya balde! El Organismo de Investigación Judicial (OIJ) sacudió la gallina con unos números que te hielan la sangre: 83 personas asesinadas este año no porque anduvieran metidas en cosas turbias, sino siendo pura víctima de balas perdidas. ¡Qué torta!
Durante años, hemos vivido con la tranquilidad –falsa, aparentemente– de que la violencia estaba contenida, dirigida a ciertos sectores. Pero ahora, parece que la bala no distingue colores ni barrios. La violencia se ha vuelto expansiva, indiscriminada, como un chunche descontrolado que le pega a todo lo que encuentra. Los cálculos preliminares hablan de un cierre de año con entre 870 y 880 homicidios, una cifra que supera cualquier expectativa y que nos pone a todos en alerta máxima.
El caso de Parrita, el día de Navidad, es el golpe más duro. Imagínate, mi pana, la familia reunida, destapando regalitos, compartiendo risas… y de pronto, irrumpe la tragedia. Dos mareros, sinvergüenzas, entran a una casa y empiezan a dispararle a diestra y siniestra, sin importarles quién estuviera ahí. Tres muertos, dos heridos, incluyendo una niña de 12 años, que quedó marcada de por vida por esta pesadilla. ¡Qué nivel de barbarie! Este mae, Michael Soto, director interino del OIJ, lo dijo claro: ya no esperan a que el objetivo esté solo, simplemente disparan a lo que se mueva. Una verdadera locura, brete.
Michael Soto, en declaraciones recientes, pintó un panorama bastante gris. Proyecta que la cifra de víctimas inocentes podría alcanzar las 90 personas al finalizar el año. Aseguró que “esta cifra es muy similar a la del año anterior, lo que nos indica que la dinámica de desprecio por la vida ajena se mantiene constante en las estructuras criminales”. ¡Uff!, difícil tragarse esas palabras, ¿verdad?
Ahora, el miedo se mete a nuestras casas, a nuestros corazones. Antes evitabas ir a ciertos lugares, pero ahora, ¿dónde puedes sentirte seguro? Balaceras en restaurantes, en parques, en centros comerciales… parece que ningún lugar es inmune. Las autoridades han reforzado los operativos, tratando de ponerle lomos a esta ola de violencia, pero la verdad es que estamos viendo cómo la delincuencia se sale de control. Ya ni se puede caminar tranquilo por la calle, diay.
Lo que más me preocupa, y seguramente a muchos de ustedes también, es el impacto psicológico que esto está teniendo en nuestra sociedad. Los niños crecen con el miedo constante, los padres se preocupan por sus hijos cada vez que salen de casa, la confianza en las instituciones se va erosionando. Esto no es solo una cuestión de cifras, es una cuestión de seguridad emocional, de calidad de vida. Nos estamos volviendo reacios a disfrutar de lo sencillo, a vivir sin temor, y eso es un precio demasiado alto que pagar.
Algunos analistas políticos señalan que la falta de políticas públicas efectivas, la corrupción endémica y la desigualdad social son factores que contribuyen a esta espiral de violencia. Otros culpan a la influencia de las pandillas extranjeras y al tráfico de drogas. Lo cierto es que no hay una respuesta fácil, una solución mágica. Se requiere un esfuerzo conjunto de todos los actores sociales, desde el gobierno hasta la comunidad, para abordar este problema de raíz. Tenemos que fortalecer la educación, promover el empleo digno, combatir la impunidad y restaurar el tejido social que se ha ido desgarrando con tanta crueldad.
En fin, mi gente, la situación es grave y compleja. Este 2025 quedará grabado en la memoria colectiva como un año de mucho sufrimiento y pérdida. Pero no podemos rendirnos, tenemos que seguir luchando por recuperar la paz y la seguridad en nuestro país. Ahora les pregunto, ¿ustedes creen que realmente hay esperanza de revertir esta terrible realidad o estamos condenados a vivir en un estado de miedo permanente? ¡Compartan sus opiniones en el foro!
Durante años, hemos vivido con la tranquilidad –falsa, aparentemente– de que la violencia estaba contenida, dirigida a ciertos sectores. Pero ahora, parece que la bala no distingue colores ni barrios. La violencia se ha vuelto expansiva, indiscriminada, como un chunche descontrolado que le pega a todo lo que encuentra. Los cálculos preliminares hablan de un cierre de año con entre 870 y 880 homicidios, una cifra que supera cualquier expectativa y que nos pone a todos en alerta máxima.
El caso de Parrita, el día de Navidad, es el golpe más duro. Imagínate, mi pana, la familia reunida, destapando regalitos, compartiendo risas… y de pronto, irrumpe la tragedia. Dos mareros, sinvergüenzas, entran a una casa y empiezan a dispararle a diestra y siniestra, sin importarles quién estuviera ahí. Tres muertos, dos heridos, incluyendo una niña de 12 años, que quedó marcada de por vida por esta pesadilla. ¡Qué nivel de barbarie! Este mae, Michael Soto, director interino del OIJ, lo dijo claro: ya no esperan a que el objetivo esté solo, simplemente disparan a lo que se mueva. Una verdadera locura, brete.
Michael Soto, en declaraciones recientes, pintó un panorama bastante gris. Proyecta que la cifra de víctimas inocentes podría alcanzar las 90 personas al finalizar el año. Aseguró que “esta cifra es muy similar a la del año anterior, lo que nos indica que la dinámica de desprecio por la vida ajena se mantiene constante en las estructuras criminales”. ¡Uff!, difícil tragarse esas palabras, ¿verdad?
Ahora, el miedo se mete a nuestras casas, a nuestros corazones. Antes evitabas ir a ciertos lugares, pero ahora, ¿dónde puedes sentirte seguro? Balaceras en restaurantes, en parques, en centros comerciales… parece que ningún lugar es inmune. Las autoridades han reforzado los operativos, tratando de ponerle lomos a esta ola de violencia, pero la verdad es que estamos viendo cómo la delincuencia se sale de control. Ya ni se puede caminar tranquilo por la calle, diay.
Lo que más me preocupa, y seguramente a muchos de ustedes también, es el impacto psicológico que esto está teniendo en nuestra sociedad. Los niños crecen con el miedo constante, los padres se preocupan por sus hijos cada vez que salen de casa, la confianza en las instituciones se va erosionando. Esto no es solo una cuestión de cifras, es una cuestión de seguridad emocional, de calidad de vida. Nos estamos volviendo reacios a disfrutar de lo sencillo, a vivir sin temor, y eso es un precio demasiado alto que pagar.
Algunos analistas políticos señalan que la falta de políticas públicas efectivas, la corrupción endémica y la desigualdad social son factores que contribuyen a esta espiral de violencia. Otros culpan a la influencia de las pandillas extranjeras y al tráfico de drogas. Lo cierto es que no hay una respuesta fácil, una solución mágica. Se requiere un esfuerzo conjunto de todos los actores sociales, desde el gobierno hasta la comunidad, para abordar este problema de raíz. Tenemos que fortalecer la educación, promover el empleo digno, combatir la impunidad y restaurar el tejido social que se ha ido desgarrando con tanta crueldad.
En fin, mi gente, la situación es grave y compleja. Este 2025 quedará grabado en la memoria colectiva como un año de mucho sufrimiento y pérdida. Pero no podemos rendirnos, tenemos que seguir luchando por recuperar la paz y la seguridad en nuestro país. Ahora les pregunto, ¿ustedes creen que realmente hay esperanza de revertir esta terrible realidad o estamos condenados a vivir en un estado de miedo permanente? ¡Compartan sus opiniones en el foro!
