Ay, Dios mío, qué panorama… Una simple publicación en redes sociales, un comentario impulsivo, y voilà, un deseo de muerte. Esto pasó luego del lamentable accidente del diputado Eli Feinzaig y sus compañeros, y la reacción de una colega hotelera me dejó helada, confieso. No es que me extrañe, porque la cosa anda dura, pero ver eso plasmado tan claro… brrr.
Costa Rica siempre ha sido tierra de debates acalorados. Desde la eterna batalla entre los que prefieren gallito hervido y casado, hasta las pasiones futboleras que dividen familias. Teníamos nuestras diferencias, sí, pero siempre se mantuvo un mínimo de respeto, un ‘pues a ti te gusta así, yo creo otra cosa’. Ahora, parece que ese límite se ha borrado, y estamos cayendo en un pozo de intolerancia que no pinta bien para nadie.
Las redes sociales, esos bichos que prometían conectar al mundo, se han convertido en aceleradores de odio. Un like, un share, y te sientes el rey del mambo por vomitar veneno. La gente se refugia en grupos de afinidad, donde solo escuchan lo que quieren escuchar, creando burbujas digitales donde la realidad se distorsiona y cualquier opinión contraria es automáticamente demonizada. ¡Parece novela!
Como decía aquel político que ya ni recuerdo quién era, “divide y vencerás”. Esa táctica, que Napoleón usaba para conquistar imperios, ahora la utilizan algunos políticos locales para ganar réditos baratos. Sembrando discordia, alimentando prejuicios, promoviendo la polarización... Total, mientras estén en el poder, les da igual que el país se vaya al traste. ¡Qué poca pena!
Pero ojo, esto no es culpa exclusiva de los políticos. Nosotros, el pueblo, también tenemos la responsabilidad. Hemos permitido que el odio se normalice, que el insulto sea la respuesta fácil. Nos hemos olvidado de escuchar, de entender al otro, de buscar puntos en común. ¿Y saben qué? Eso es lo que realmente nos hace diferentes de los países vecinos, donde la violencia es moneda corriente. Somos capaces de mejorar, mae, ¡tengo fe!
Es hora de darle marcha atrás. De fomentar la empatía, la tolerancia y el respeto. Enseñarles a los niños que no todos tienen que pensar igual para vivir en armonía. Recordarle a los adultos que detrás de cada perfil hay una persona con sentimientos, con sueños, con miedos. Que antes de lanzar una pulla mordaz, uno se ponga en los zapatos del otro. ¿Tan difícil es eso?
Y hablando de ponerte en los zapatos del otro, recordemos que las palabras tienen poder. Pueden herir, pueden sanar, pueden construir puentes o levantar muros. Así que pensemos dos veces antes de publicar algo en redes sociales. Preguntémonos si lo que vamos a decir le suma valor al debate o simplemente sirve para alimentar el odio. ¡No sean ‘tostones’ asquerosos!
Ahora sí, a reflexionar: Ante esta creciente ola de odio online y discursos violentos, ¿creen que las plataformas de redes sociales deberían asumir mayor responsabilidad en moderar contenido o creen que la solución pasa primordialmente por cambios individuales en nuestra forma de comunicarnos y relacionarnos? Déjenme saber sus opiniones aquí abajo, ¡que quiero leerlas!
Costa Rica siempre ha sido tierra de debates acalorados. Desde la eterna batalla entre los que prefieren gallito hervido y casado, hasta las pasiones futboleras que dividen familias. Teníamos nuestras diferencias, sí, pero siempre se mantuvo un mínimo de respeto, un ‘pues a ti te gusta así, yo creo otra cosa’. Ahora, parece que ese límite se ha borrado, y estamos cayendo en un pozo de intolerancia que no pinta bien para nadie.
Las redes sociales, esos bichos que prometían conectar al mundo, se han convertido en aceleradores de odio. Un like, un share, y te sientes el rey del mambo por vomitar veneno. La gente se refugia en grupos de afinidad, donde solo escuchan lo que quieren escuchar, creando burbujas digitales donde la realidad se distorsiona y cualquier opinión contraria es automáticamente demonizada. ¡Parece novela!
Como decía aquel político que ya ni recuerdo quién era, “divide y vencerás”. Esa táctica, que Napoleón usaba para conquistar imperios, ahora la utilizan algunos políticos locales para ganar réditos baratos. Sembrando discordia, alimentando prejuicios, promoviendo la polarización... Total, mientras estén en el poder, les da igual que el país se vaya al traste. ¡Qué poca pena!
Pero ojo, esto no es culpa exclusiva de los políticos. Nosotros, el pueblo, también tenemos la responsabilidad. Hemos permitido que el odio se normalice, que el insulto sea la respuesta fácil. Nos hemos olvidado de escuchar, de entender al otro, de buscar puntos en común. ¿Y saben qué? Eso es lo que realmente nos hace diferentes de los países vecinos, donde la violencia es moneda corriente. Somos capaces de mejorar, mae, ¡tengo fe!
Es hora de darle marcha atrás. De fomentar la empatía, la tolerancia y el respeto. Enseñarles a los niños que no todos tienen que pensar igual para vivir en armonía. Recordarle a los adultos que detrás de cada perfil hay una persona con sentimientos, con sueños, con miedos. Que antes de lanzar una pulla mordaz, uno se ponga en los zapatos del otro. ¿Tan difícil es eso?
Y hablando de ponerte en los zapatos del otro, recordemos que las palabras tienen poder. Pueden herir, pueden sanar, pueden construir puentes o levantar muros. Así que pensemos dos veces antes de publicar algo en redes sociales. Preguntémonos si lo que vamos a decir le suma valor al debate o simplemente sirve para alimentar el odio. ¡No sean ‘tostones’ asquerosos!
Ahora sí, a reflexionar: Ante esta creciente ola de odio online y discursos violentos, ¿creen que las plataformas de redes sociales deberían asumir mayor responsabilidad en moderar contenido o creen que la solución pasa primordialmente por cambios individuales en nuestra forma de comunicarnos y relacionarnos? Déjenme saber sus opiniones aquí abajo, ¡que quiero leerlas!