¡Ay, Dios mío! La noticia llegó acá como un balde de agua fría. Lo que debió ser una celebración, el fin de una etapa para esos jovencitos colombianos, se convirtió en una tragedia que te eriza el vello. Dieciséis vidas truncadas, veinte heridos… ¡Qué torta! Uno no puede creerlo.
Como bien sabemos, en Colombia siempre han tenido carreteras complicadas, con curvas peligrosas y poca visibilidad, especialmente en zonas rurales como la de Remedios y Segovia. Este bus, cargado de estudiantes del Liceo Antioqueño de Bello, se descarriló y cayó a un abismo. Imagínense el susto, el pánico… Te da escalofríos solo de pensar. Las autoridades ya están investigando qué pasó exactamente, si hubo falla mecánica, humana o incluso alguna condición climática desfavorable.
Y ahí radica el punto que nos toca reflexionar aquí en Costa Rica, maes. Nosotros también somos dados a estos viajes escolares, con colegios organizando paseos a Guanacaste, Puntarenas, o hasta Jacó para relajarnos después de exámenes. Nos encanta la idea de celebrar juntos, de crear recuerdos inolvidables, pero a veces olvidamos ponerle pausa y analizar los riesgos que implica transportar tantos jóvenes en un vehículo, especialmente en nuestras propias carreteras, que tampoco están exentas de peligros. ¿Cuántas veces hemos visto buses destartalados circulando por nuestras autopistas?
Lorena González, la alcaldesa de Bello, hizo hincapié en que este viaje no estaba organizado por la escuela. Eso es algo común por allá, que los estudiantes se autoorganizan para celebrar el grado. Pero eso no quita responsabilidad a nadie, ¿eh? Tanto padres como conductores deberían ser mucho más cuidadosos y exigir garantías de seguridad. Aquí en nuestro país tenemos que fortalecer los protocolos, ver qué tan rigurosas son las revisiones técnicas de los buses escolares y garantizar que los chóferes tengan la capacitación adecuada. No podemos esperar a que suceda una tragedia similar para ponernos las pilas.
Gustavo Petro, desde la presidencia de Colombia, lamentó profundamente lo sucedido y envió sus condolencias a las familias afectadas. Es obvio que este tipo de tragedias dejan una marca imborrable en toda una nación. Como dijo él mismo, “el dolor es profundo porque se trata de jóvenes que apenas empezaban una nueva etapa”. Y nosotros, como costarricenses, debemos solidarizarnos con el pueblo colombiano y aprender de esta experiencia amarga.
Aquí viene lo importante, maes. En el resto del mundo, otras naciones están revisando sus políticas de transporte escolar. Algunos ya están planteando la obligatoriedad de cinturones de seguridad, límites de velocidad más estrictos, e incluso la prohibición de viajar de noche. Estas medidas pueden parecer exageradas para algunos, pero ante la pérdida de tantas vidas, cualquier medida preventiva parece justificable. Yo creo que deberíamos empezar a estudiar esas opciones seriamente en nuestro país, aunque cueste un poquito, porque la seguridad de nuestros niños y jóvenes no tiene precio.
Esto me recuerda aquella vez que mi prima se fue de paseo a Manuel Antonio con el colegio y el bus tenía unos neblineros que parecían sacados de un junquito. ¡Qué brete! Gracias a Dios llegaron sanos y salvos, pero me dio un ataque. Desde entonces soy más exigente con la seguridad en estos asuntos. Necesitamos crear una cultura de prevención, donde todos – padres, escuelas, empresas transportistas – asuman su responsabilidad y prioricen la seguridad por encima de todo. Porque al final, lo único que queremos es que nuestros hijos regresen a casa sanos y felices.
En fin, este trágico suceso en Colombia debería servirnos de espejo. Es hora de preguntarnos: ¿Estamos haciendo lo suficiente para proteger a nuestros estudiantes en los viajes escolares? ¿Es momento de endurecer las regulaciones y aumentar los controles? ¿Cómo podemos asegurarnos de que estas celebraciones no se conviertan en pesadillas para las familias? Les leo sus opiniones, pues...
Como bien sabemos, en Colombia siempre han tenido carreteras complicadas, con curvas peligrosas y poca visibilidad, especialmente en zonas rurales como la de Remedios y Segovia. Este bus, cargado de estudiantes del Liceo Antioqueño de Bello, se descarriló y cayó a un abismo. Imagínense el susto, el pánico… Te da escalofríos solo de pensar. Las autoridades ya están investigando qué pasó exactamente, si hubo falla mecánica, humana o incluso alguna condición climática desfavorable.
Y ahí radica el punto que nos toca reflexionar aquí en Costa Rica, maes. Nosotros también somos dados a estos viajes escolares, con colegios organizando paseos a Guanacaste, Puntarenas, o hasta Jacó para relajarnos después de exámenes. Nos encanta la idea de celebrar juntos, de crear recuerdos inolvidables, pero a veces olvidamos ponerle pausa y analizar los riesgos que implica transportar tantos jóvenes en un vehículo, especialmente en nuestras propias carreteras, que tampoco están exentas de peligros. ¿Cuántas veces hemos visto buses destartalados circulando por nuestras autopistas?
Lorena González, la alcaldesa de Bello, hizo hincapié en que este viaje no estaba organizado por la escuela. Eso es algo común por allá, que los estudiantes se autoorganizan para celebrar el grado. Pero eso no quita responsabilidad a nadie, ¿eh? Tanto padres como conductores deberían ser mucho más cuidadosos y exigir garantías de seguridad. Aquí en nuestro país tenemos que fortalecer los protocolos, ver qué tan rigurosas son las revisiones técnicas de los buses escolares y garantizar que los chóferes tengan la capacitación adecuada. No podemos esperar a que suceda una tragedia similar para ponernos las pilas.
Gustavo Petro, desde la presidencia de Colombia, lamentó profundamente lo sucedido y envió sus condolencias a las familias afectadas. Es obvio que este tipo de tragedias dejan una marca imborrable en toda una nación. Como dijo él mismo, “el dolor es profundo porque se trata de jóvenes que apenas empezaban una nueva etapa”. Y nosotros, como costarricenses, debemos solidarizarnos con el pueblo colombiano y aprender de esta experiencia amarga.
Aquí viene lo importante, maes. En el resto del mundo, otras naciones están revisando sus políticas de transporte escolar. Algunos ya están planteando la obligatoriedad de cinturones de seguridad, límites de velocidad más estrictos, e incluso la prohibición de viajar de noche. Estas medidas pueden parecer exageradas para algunos, pero ante la pérdida de tantas vidas, cualquier medida preventiva parece justificable. Yo creo que deberíamos empezar a estudiar esas opciones seriamente en nuestro país, aunque cueste un poquito, porque la seguridad de nuestros niños y jóvenes no tiene precio.
Esto me recuerda aquella vez que mi prima se fue de paseo a Manuel Antonio con el colegio y el bus tenía unos neblineros que parecían sacados de un junquito. ¡Qué brete! Gracias a Dios llegaron sanos y salvos, pero me dio un ataque. Desde entonces soy más exigente con la seguridad en estos asuntos. Necesitamos crear una cultura de prevención, donde todos – padres, escuelas, empresas transportistas – asuman su responsabilidad y prioricen la seguridad por encima de todo. Porque al final, lo único que queremos es que nuestros hijos regresen a casa sanos y felices.
En fin, este trágico suceso en Colombia debería servirnos de espejo. Es hora de preguntarnos: ¿Estamos haciendo lo suficiente para proteger a nuestros estudiantes en los viajes escolares? ¿Es momento de endurecer las regulaciones y aumentar los controles? ¿Cómo podemos asegurarnos de que estas celebraciones no se conviertan en pesadillas para las familias? Les leo sus opiniones, pues...
