Maes, hablemos de una vara que pica más que la cebolla misma. Resulta que mientras uno está en la cocina, echándole cebollita al gallo pinto para que quede a cachete, hay todo un sector de agricultores ticos que la está viendo de cuadritos. Y no es para menos, porque el panorama para los cebolleros de este país es, en una palabra, un completo despiche. La gente de la Asociación de Horticultores del Irazú pegó el grito al cielo y, con toda la razón del mundo, nos están diciendo que su brete de toda la vida se está yendo al traste por culpa de una avalancha de importaciones que nadie parece querer frenar.
Vamos a los números, que es donde la torta se pone fea de verdad. Agárrense: el año pasado, las importaciones de cebolla subieron un 504%. No, no me equivoqué de tecla, leyeron bien: quinientos cuatro por ciento. Cebolla de 11 países distintos, inundando nuestros supermercados. Y este año, la proyección es que la cosa se ponga todavía peor. Uno se pregunta, ¿cómo compite un agricultor de Cartago, que se levanta a las 4 de la mañana, contra una maquinaria de importación tan masiva? Diay, la respuesta es simple: no compite. Está más que salado. La situación es tan crítica que ya no es un tema de ganar más o menos plata; es un tema de supervivencia.
Aquí es donde la cadena se rompe y el agricultor siempre lleva la peor parte. Según los cálculos que presentaron, producir un kilo de cebolla en la finca les cuesta ₡420. ¿Saben cuánto les pagan los intermediarios? Unos tristes ₡220. ¡Están perdiendo 200 colones por cada kilo que cosechan con el sudor de su frente! Mientras tanto, usted y yo vamos al súper o a la feria y pagamos entre ₡500 y hasta más de ₡1.000 por ese mismo kilo. La matemática es clara: el esfuerzo lo pone el agricultor, pero la tajada grande del queque se la están comiendo otros. Como dijo un experto en impuestos, el único que pierde en toda la cadena es el que siembra la tierra.
Y por si el golpe al bolsillo no fuera suficiente, la vara se complica con temas de salud y hasta de medio ambiente. La vocera de los productores, Hilda González, lo puso muy claro: "No sabemos cómo es la cebolla que está entrando, qué estamos consumiendo". ¿Cuánto tiempo lleva esa cebolla guardada en una bodega? ¿Qué controles fitosanitarios le aplicaron en su país de origen? Traer un chunche como una cebolla desde Egipto, por ejemplo, tiene una huella de carbono gigantesca que nos podríamos ahorrar si simplemente apoyáramos lo nuestro. Es ilógico que teniendo tierra tan fértil, terminemos comiendo una cebolla que viajó medio mundo para llegar a nuestro plato.
Al final, todo apunta a una aparente desconexión del Gobierno. Un exministro de Agricultura, Felipe Arauz, acusó a la administración actual de desatender al sector, de no usar las herramientas que existen para protegerlos. Los productores no están pidiendo que se prohíban las importaciones, sino que la competencia sea justa, que los controles sean rigurosos y que haya transparencia. Básicamente, están pidiendo que no los dejen morir solos. La pelota está en la cancha del Gobierno, que parece estarse jalando una torta monumental por inacción, pero también en la nuestra como consumidores. La próxima vez que agarren una cebolla en el súper, tómense dos segundos para buscar la etiqueta que dice "Producto de Costa Rica".
Ahora les paso la palabra a ustedes, maes. ¿Qué opinan de todo este enredo? ¿Es pura hablada de los productores para proteger su negocio o de verdad el sistema los está ahogando? Y más importante, ¿creemos que como consumidores tenemos alguna vela en este entierro o esto es bronca exclusiva del Gobierno?
Vamos a los números, que es donde la torta se pone fea de verdad. Agárrense: el año pasado, las importaciones de cebolla subieron un 504%. No, no me equivoqué de tecla, leyeron bien: quinientos cuatro por ciento. Cebolla de 11 países distintos, inundando nuestros supermercados. Y este año, la proyección es que la cosa se ponga todavía peor. Uno se pregunta, ¿cómo compite un agricultor de Cartago, que se levanta a las 4 de la mañana, contra una maquinaria de importación tan masiva? Diay, la respuesta es simple: no compite. Está más que salado. La situación es tan crítica que ya no es un tema de ganar más o menos plata; es un tema de supervivencia.
Aquí es donde la cadena se rompe y el agricultor siempre lleva la peor parte. Según los cálculos que presentaron, producir un kilo de cebolla en la finca les cuesta ₡420. ¿Saben cuánto les pagan los intermediarios? Unos tristes ₡220. ¡Están perdiendo 200 colones por cada kilo que cosechan con el sudor de su frente! Mientras tanto, usted y yo vamos al súper o a la feria y pagamos entre ₡500 y hasta más de ₡1.000 por ese mismo kilo. La matemática es clara: el esfuerzo lo pone el agricultor, pero la tajada grande del queque se la están comiendo otros. Como dijo un experto en impuestos, el único que pierde en toda la cadena es el que siembra la tierra.
Y por si el golpe al bolsillo no fuera suficiente, la vara se complica con temas de salud y hasta de medio ambiente. La vocera de los productores, Hilda González, lo puso muy claro: "No sabemos cómo es la cebolla que está entrando, qué estamos consumiendo". ¿Cuánto tiempo lleva esa cebolla guardada en una bodega? ¿Qué controles fitosanitarios le aplicaron en su país de origen? Traer un chunche como una cebolla desde Egipto, por ejemplo, tiene una huella de carbono gigantesca que nos podríamos ahorrar si simplemente apoyáramos lo nuestro. Es ilógico que teniendo tierra tan fértil, terminemos comiendo una cebolla que viajó medio mundo para llegar a nuestro plato.
Al final, todo apunta a una aparente desconexión del Gobierno. Un exministro de Agricultura, Felipe Arauz, acusó a la administración actual de desatender al sector, de no usar las herramientas que existen para protegerlos. Los productores no están pidiendo que se prohíban las importaciones, sino que la competencia sea justa, que los controles sean rigurosos y que haya transparencia. Básicamente, están pidiendo que no los dejen morir solos. La pelota está en la cancha del Gobierno, que parece estarse jalando una torta monumental por inacción, pero también en la nuestra como consumidores. La próxima vez que agarren una cebolla en el súper, tómense dos segundos para buscar la etiqueta que dice "Producto de Costa Rica".
Ahora les paso la palabra a ustedes, maes. ¿Qué opinan de todo este enredo? ¿Es pura hablada de los productores para proteger su negocio o de verdad el sistema los está ahogando? Y más importante, ¿creemos que como consumidores tenemos alguna vela en este entierro o esto es bronca exclusiva del Gobierno?