Okay, gente, agarren la billetera y siéntense, porque les traigo noticias que probablemente no les van a cuadrar. Resulta que un mae que sabe un montón de estos enredos, Federico Quesada de la UNED, nos tiró la piedra: el dólar se nos va a poner chúcaro en lo que queda del año. Y no es por puro capricho, diay, es que se nos juntó el hambre con las ganas de comer. El panorama económico que se nos viene es un despiche y todo apunta a que vamos a terminar pagando más por casi todo.
Vamos por partes, como diría Jack. El primer clavo en el zapato es que nuestro principal socio comercial, Estados Unidos, se puso la gorra con el tema de los aranceles. Traducido al buen tico: nos van a poner más trabas para venderles nuestros chunches. ¿El resultado? Entran menos dólares al país. Si hay menos de algo, se vuelve más caro. Es matemática pura, maes. A eso súmenle que la reorganización mundial en el mercado de microprocesadores también nos va a golpear, generando más demanda de divisas y empujando el precio para arriba. ¡Qué torta!
El segundo leñazo viene por el lado del turismo. Aparentemente, la visitación internacional va a bajar en los próximos meses. Menos turistas paseando por La Fortuna o Manuel Antonio significa menos dólares frescos entrando a la economía. Es una cadena: el hotelero recibe menos, la sodita de la esquina vende menos frescos, el que alquila tablas de surf se queda viendo para el ciprés... y al final, el Banco Central tiene menos divisas para jugar. Para echarle más sal a la herida, esta combinación de menos exportaciones y menos turismo es la receta perfecta para un tipo de cambio que nos va a sacar canas verdes.
Ahora, seguro están pensando: '¡Pero y los eurobonos! ¿No eran la salvada?'. Pues, calma pueblo. Según el mismo Quesada, la colocación de eurobonos no va a hacer que el dólar baje mágicamente a ¢500. A lo mucho, y si nos va bien, podría meterle un freno y estabilizar un poco la vara. Piénsenlo como una curita para una herida de bala. Ayuda a que no se desangre todo de un solo tiro, pero el problema de fondo sigue ahí. El Banco Central, por su parte, está en modo espectador. Tienen platica guardada (las reservas), pero no van a intervenir a menos que el tipo de cambio se vuelva completamente loco, una situación que, honestamente, se ve poco probable por ahora.
Al final del día, el mensaje es claro: amárrense el cinturón. El futuro cercano del tipo de cambio es incierto y depende de un montón de factores que no controlamos. Nos toca esperar a ver cómo se acomodan las aguas a nivel internacional y cuál será el nuevo equilibrio aquí. Mientras tanto, los que tienen deudas en dólares o planeaban comprarse algo importado, mejor vayan haciendo números. La estabilidad de los últimos meses parece que se nos fue al traste.
Y ustedes, maes, ¿cómo la ven? ¿Ya están haciendo números, guardando los dólares debajo del colchón o creen que es puro alarmismo del bueno? ¡Los leo en los comentarios!
Vamos por partes, como diría Jack. El primer clavo en el zapato es que nuestro principal socio comercial, Estados Unidos, se puso la gorra con el tema de los aranceles. Traducido al buen tico: nos van a poner más trabas para venderles nuestros chunches. ¿El resultado? Entran menos dólares al país. Si hay menos de algo, se vuelve más caro. Es matemática pura, maes. A eso súmenle que la reorganización mundial en el mercado de microprocesadores también nos va a golpear, generando más demanda de divisas y empujando el precio para arriba. ¡Qué torta!
El segundo leñazo viene por el lado del turismo. Aparentemente, la visitación internacional va a bajar en los próximos meses. Menos turistas paseando por La Fortuna o Manuel Antonio significa menos dólares frescos entrando a la economía. Es una cadena: el hotelero recibe menos, la sodita de la esquina vende menos frescos, el que alquila tablas de surf se queda viendo para el ciprés... y al final, el Banco Central tiene menos divisas para jugar. Para echarle más sal a la herida, esta combinación de menos exportaciones y menos turismo es la receta perfecta para un tipo de cambio que nos va a sacar canas verdes.
Ahora, seguro están pensando: '¡Pero y los eurobonos! ¿No eran la salvada?'. Pues, calma pueblo. Según el mismo Quesada, la colocación de eurobonos no va a hacer que el dólar baje mágicamente a ¢500. A lo mucho, y si nos va bien, podría meterle un freno y estabilizar un poco la vara. Piénsenlo como una curita para una herida de bala. Ayuda a que no se desangre todo de un solo tiro, pero el problema de fondo sigue ahí. El Banco Central, por su parte, está en modo espectador. Tienen platica guardada (las reservas), pero no van a intervenir a menos que el tipo de cambio se vuelva completamente loco, una situación que, honestamente, se ve poco probable por ahora.
Al final del día, el mensaje es claro: amárrense el cinturón. El futuro cercano del tipo de cambio es incierto y depende de un montón de factores que no controlamos. Nos toca esperar a ver cómo se acomodan las aguas a nivel internacional y cuál será el nuevo equilibrio aquí. Mientras tanto, los que tienen deudas en dólares o planeaban comprarse algo importado, mejor vayan haciendo números. La estabilidad de los últimos meses parece que se nos fue al traste.
Y ustedes, maes, ¿cómo la ven? ¿Ya están haciendo números, guardando los dólares debajo del colchón o creen que es puro alarmismo del bueno? ¡Los leo en los comentarios!