¡Ay, Dios mío! ¿Se cree esto? Parece mentira, pero resulta que el alcalde Diego Miranda decidió quitarle el Tope al Carnaval de San José. Sí, así nomás, cancelado. Un maje que debería saber de nuestra idiosincrasia se mete con una tradición que va y viene desde tiempos de nuestros abuelos. ¡Qué despiche!
Para muchos, el Tope era solo un desfile de caballitos engalanados, pero eso es verlo con lupa de aumento. Más allá de la belleza de los caballos, el Tope siempre ha sido un encuentro entre la ciudad y el campo, un recordatorio de nuestras raíces rurales y de cómo fuimos creciendo como país. Decir que es “anticuado” es como decir que el café es anticuado porque ahora hay otras bebidas. ¡Es pura ignorancia!
Como nos cuentan Iván Molina Jiménez y Steven Palmer en su libro, Costa Rica no nació siendo un país de castas ni de haciendas enormes. Somos una nación de gente trabajadora, de campesinos, de pequeños productores que cultivaron la tierra y construyeron la patria. El caballo, en ese contexto, no era un símbolo de poder, sino una herramienta indispensable para el transporte, para trabajar la tierra, para conectar comunidades. Era el chunche del campesino, su medio de vida.
Y no olvidemos lo que dice Víctor Hugo Acuña Ortega en su Historia General de Costa Rica: las fiestas y celebraciones siempre han sido esenciales en nuestra cultura, momentos para compartir, para fortalecer lazos comunitarios, para celebrar la cosecha, la fe. El Tope josefino, entonces, se inserta en esa larga tradición de festividades populares que nos unen como ticos.
Reducir el Tope a una simple “exhibición de riqueza” es pasarse de listo, es mostrar una tremenda falta de conocimiento de nuestra historia. Iván Molina lo explica claro en su libro sobre identidad nacional: somos producto de una mezcla entre lo rural y lo urbano, entre lo popular y lo oficial. El Tope reflejaba esa dualidad, esa convivencia rica y compleja.
Claro que hay cosas que mejorar, nadie niega eso. El bienestar animal es primordial, la seguridad pública también, y el espacio público debe usarse para todos. Pero regular una actividad, buscar soluciones responsables, es diferente a eliminarla directamente. ¡Eso es cortar de raíz! No se puede meter el hacha sin pensar en las consecuencias, mae.
Lo que me preocupa es el mensaje que manda esto. Que la propia capital, el corazón del país, decida renunciar a una de sus tradiciones más emblemáticas, ¿qué estamos mostrando al resto del mundo? Da la impresión de que queremos borrar nuestro pasado, de que preferimos imitar modas extranjeras a valorar lo que es nuestro. ¡Qué pena!
Costa Rica siempre ha sabido modernizarse sin perder su esencia, reinventándose a sí misma conservando sus tradiciones. Nuestra modernidad no se construyó sobre el olvido, sino sobre la reinterpretación crítica de nuestra herencia cultural. Eliminando el Tope, no estamos avanzando, estamos empobreciendo nuestra memoria colectiva. Entonces, díganme, ¿cree usted que la alcaldía debió haber consultado a la comunidad antes de tomar esta decisión tan drástica, o es justo otro ejemplo de políticos desconectados de la realidad?
Para muchos, el Tope era solo un desfile de caballitos engalanados, pero eso es verlo con lupa de aumento. Más allá de la belleza de los caballos, el Tope siempre ha sido un encuentro entre la ciudad y el campo, un recordatorio de nuestras raíces rurales y de cómo fuimos creciendo como país. Decir que es “anticuado” es como decir que el café es anticuado porque ahora hay otras bebidas. ¡Es pura ignorancia!
Como nos cuentan Iván Molina Jiménez y Steven Palmer en su libro, Costa Rica no nació siendo un país de castas ni de haciendas enormes. Somos una nación de gente trabajadora, de campesinos, de pequeños productores que cultivaron la tierra y construyeron la patria. El caballo, en ese contexto, no era un símbolo de poder, sino una herramienta indispensable para el transporte, para trabajar la tierra, para conectar comunidades. Era el chunche del campesino, su medio de vida.
Y no olvidemos lo que dice Víctor Hugo Acuña Ortega en su Historia General de Costa Rica: las fiestas y celebraciones siempre han sido esenciales en nuestra cultura, momentos para compartir, para fortalecer lazos comunitarios, para celebrar la cosecha, la fe. El Tope josefino, entonces, se inserta en esa larga tradición de festividades populares que nos unen como ticos.
Reducir el Tope a una simple “exhibición de riqueza” es pasarse de listo, es mostrar una tremenda falta de conocimiento de nuestra historia. Iván Molina lo explica claro en su libro sobre identidad nacional: somos producto de una mezcla entre lo rural y lo urbano, entre lo popular y lo oficial. El Tope reflejaba esa dualidad, esa convivencia rica y compleja.
Claro que hay cosas que mejorar, nadie niega eso. El bienestar animal es primordial, la seguridad pública también, y el espacio público debe usarse para todos. Pero regular una actividad, buscar soluciones responsables, es diferente a eliminarla directamente. ¡Eso es cortar de raíz! No se puede meter el hacha sin pensar en las consecuencias, mae.
Lo que me preocupa es el mensaje que manda esto. Que la propia capital, el corazón del país, decida renunciar a una de sus tradiciones más emblemáticas, ¿qué estamos mostrando al resto del mundo? Da la impresión de que queremos borrar nuestro pasado, de que preferimos imitar modas extranjeras a valorar lo que es nuestro. ¡Qué pena!
Costa Rica siempre ha sabido modernizarse sin perder su esencia, reinventándose a sí misma conservando sus tradiciones. Nuestra modernidad no se construyó sobre el olvido, sino sobre la reinterpretación crítica de nuestra herencia cultural. Eliminando el Tope, no estamos avanzando, estamos empobreciendo nuestra memoria colectiva. Entonces, díganme, ¿cree usted que la alcaldía debió haber consultado a la comunidad antes de tomar esta decisión tan drástica, o es justo otro ejemplo de políticos desconectados de la realidad?
