¡Ay, Dios mío! Ya saben cómo van las cosas en este país, ¿verdad? Entre tanto problema político y económico, a veces se nos olvidan las cositas pequeñas... o mejor dicho, los seres vivos más indefensos. Hoy quiero hablarles de un brete que Johanna Calderón y su hijo, Esteban Guevara, se han agarrado en Concepción de San Rafael de Heredia: Hope Farm, una granja de la esperanza para los animalitos que han tenido la desgracia de sufrir las peores miserias.
Imagínense esto: 100 animales rescatados, algunos con heridas que te rompen el corazón. Desde perros y gatos hasta cabras, cerdos y atéloras, todos ellos víctimas de actos de crueldad que desafían cualquier lógica. Tenemos leyes, sí, la ley de bienestar animal que castiga con penas de cárcel a quienes ataquen a un animal, pero parece que no es suficiente para frenar a esos maleantes que disfrutan causando sufrimiento.
Johanna y Esteban, estos dos luchadores sociales, se toparon con este panorama hace seis años, después de un divorcio y algunas situaciones personales difíciles. Transformaron una bodega en una cabaña donde vivieron inicialmente, pero pronto empezaron a recibir llamadas desesperadas. Y ahí empezó todo. Ahí llegó Dominico, un cabrito que, ay, dominico… Su historia es de esas que te dejan sin habla.
Según cuenta Johanna, encontraron a Dominico tirado en un potrero en Alajuela, abandonado a su suerte. Pero la verdad era aún más horrible: “Lo violaron con palos, con ramas, con todo lo que se pueda imaginar durante seis meses. Y además, lo torturaban.” ¡Una barbaridad! Imagínense el dolor físico y emocional que debió haber sentido ese pobre animal. El proceso de rehabilitación fue largo y difícil, pero Dominico logró superar el trauma y ahora vive feliz y seguro en Hope Farm, rodeado de amor y cuidados.
Pero Dominico no fue el único. Después de él llegaron muchos más casos horribles: perros violados, amputados, con orejas cortadas con tijeras, con un ojo sacado… “Parecía el pan que uno se come cada día,” comenta Johanna con tristeza. Historias desgarradoras como la de Panchito, al que le quebraron la columna vertebral con un tubo; Kiki, la perra que se desplaza arrastrándose debido a una fractura causada por una golpiza, o Niebla, una perrita que falleció tras sufrir un paro cardíaco probablemente causado por el estrés acumulado.
Este refugio no siempre ha sido fácil de mantener. Johanna nos cuenta que ha recibido hasta 27 denuncias ante el Senasa (Servicio Nacional de Salud Animal) y ha tenido que ir a seis juicios. Afortunadamente, ha ganado todas las batallas legales. Y agradece el apoyo incondicional del Senasa, de las doctoras Liza Maduro y Adnallely Rondon, quienes ofrecen atención veterinaria gratuita, y de personas como Kevin Argüello, conocido como el papá de los perros Logan y Luna, quien ha ayudado a visibilizar la labor de Hope Farm. También agradecen a las empresas y particulares que donan alimento y vacunas.
Ahora, los retos continúan. Necesitan alrededor de medio millón a setecientos cincuenta mil colones para las vacunas anuales de los animales –rabia, distemper y otras enfermedades–. Pueden colaborar enviando mensajes de texto al 6210-7404 o escribiendo al correo electrónico [email protected]. Además, sufrieron un revés con las fuertes lluvias que destruyeron parte de la infraestructura, incluyendo la cabaña donde vivían. A pesar de todo, Johanna se mantiene firme, aferrada a su amor por los animales, su fe y su hijo, a quien considera su ángel guardián. “Tenemos algo especial que Dios nos dio, toda la obra es para Él” afirma, con convicción.
Después de escuchar estas historias, me queda una pregunta: ¿Qué podemos hacer nosotros, como sociedad costarricense, para combatir la crueldad animal y apoyar iniciativas como Hope Farm? ¿Será suficiente con endurecer las leyes o necesitamos cambiar nuestra mentalidad y fomentar una cultura de respeto hacia todos los seres vivos?
Imagínense esto: 100 animales rescatados, algunos con heridas que te rompen el corazón. Desde perros y gatos hasta cabras, cerdos y atéloras, todos ellos víctimas de actos de crueldad que desafían cualquier lógica. Tenemos leyes, sí, la ley de bienestar animal que castiga con penas de cárcel a quienes ataquen a un animal, pero parece que no es suficiente para frenar a esos maleantes que disfrutan causando sufrimiento.
Johanna y Esteban, estos dos luchadores sociales, se toparon con este panorama hace seis años, después de un divorcio y algunas situaciones personales difíciles. Transformaron una bodega en una cabaña donde vivieron inicialmente, pero pronto empezaron a recibir llamadas desesperadas. Y ahí empezó todo. Ahí llegó Dominico, un cabrito que, ay, dominico… Su historia es de esas que te dejan sin habla.
Según cuenta Johanna, encontraron a Dominico tirado en un potrero en Alajuela, abandonado a su suerte. Pero la verdad era aún más horrible: “Lo violaron con palos, con ramas, con todo lo que se pueda imaginar durante seis meses. Y además, lo torturaban.” ¡Una barbaridad! Imagínense el dolor físico y emocional que debió haber sentido ese pobre animal. El proceso de rehabilitación fue largo y difícil, pero Dominico logró superar el trauma y ahora vive feliz y seguro en Hope Farm, rodeado de amor y cuidados.
Pero Dominico no fue el único. Después de él llegaron muchos más casos horribles: perros violados, amputados, con orejas cortadas con tijeras, con un ojo sacado… “Parecía el pan que uno se come cada día,” comenta Johanna con tristeza. Historias desgarradoras como la de Panchito, al que le quebraron la columna vertebral con un tubo; Kiki, la perra que se desplaza arrastrándose debido a una fractura causada por una golpiza, o Niebla, una perrita que falleció tras sufrir un paro cardíaco probablemente causado por el estrés acumulado.
Este refugio no siempre ha sido fácil de mantener. Johanna nos cuenta que ha recibido hasta 27 denuncias ante el Senasa (Servicio Nacional de Salud Animal) y ha tenido que ir a seis juicios. Afortunadamente, ha ganado todas las batallas legales. Y agradece el apoyo incondicional del Senasa, de las doctoras Liza Maduro y Adnallely Rondon, quienes ofrecen atención veterinaria gratuita, y de personas como Kevin Argüello, conocido como el papá de los perros Logan y Luna, quien ha ayudado a visibilizar la labor de Hope Farm. También agradecen a las empresas y particulares que donan alimento y vacunas.
Ahora, los retos continúan. Necesitan alrededor de medio millón a setecientos cincuenta mil colones para las vacunas anuales de los animales –rabia, distemper y otras enfermedades–. Pueden colaborar enviando mensajes de texto al 6210-7404 o escribiendo al correo electrónico [email protected]. Además, sufrieron un revés con las fuertes lluvias que destruyeron parte de la infraestructura, incluyendo la cabaña donde vivían. A pesar de todo, Johanna se mantiene firme, aferrada a su amor por los animales, su fe y su hijo, a quien considera su ángel guardián. “Tenemos algo especial que Dios nos dio, toda la obra es para Él” afirma, con convicción.
Después de escuchar estas historias, me queda una pregunta: ¿Qué podemos hacer nosotros, como sociedad costarricense, para combatir la crueldad animal y apoyar iniciativas como Hope Farm? ¿Será suficiente con endurecer las leyes o necesitamos cambiar nuestra mentalidad y fomentar una cultura de respeto hacia todos los seres vivos?
