Maes, seamos honestos: que la educación en este país está en crisis no es noticia nueva para nadie. Pero el último Informe Estado de la Educación ya no fue un balde de agua fría, fue un tsunami que nos revolcó a todos. Leer que los güilas de noveno año están pegados en materia de tercer grado es para sentarse a llorar. Es un vacío de cuatro años que nadie sabe cómo vamos a llenar. El despiche es monumental y, como siempre en estas épocas, aparece un político con la capa de superhéroe. Esta vez le tocó a Fernando Zamora, que llegó con una hoja de ruta bajo el brazo para, según él, rescatar el barco antes de que se hunda del todo.
A simple vista, hay que decirlo, la propuesta tiene partes que suenan bien. Zamora habla de mandarse una transformación total a la malla curricular para que responda a las necesidades del siglo XXI. O sea, dejar de enseñar varas del siglo pasado y meterle de verdad a lo que importa. Quiere reforzar mate y ciencias con un enfoque práctico, meter robótica y programación desde la escuela y, agárrense, educación financiera, emprendimiento y creatividad. Además, propone una plataforma de idiomas para que el inglés intensivo sea una realidad y hasta un segundo idioma opcional en el cole. Suena tuanis, ¿verdad? Casi que uno se ilusiona y todo.
Pero bueno, después de la parte bonita viene donde la puerca tuerce el rabo. En evaluación, Zamora quiere traer de vuelta los exámenes nacionales. Sí, leyeron bien. La idea es que sirvan para diagnosticar y dar tutorías, y hasta crear un sistema de becas para los más aplicados. Y aquí es donde la vara se pone color de hormiga, porque mientras unos aplauden la idea de volver a una “cultura del esfuerzo”, otros ya están sacando las pancartas. A los profes también les promete devolverles la autoridad, quitarles la millonada de papeleo inútil para que puedan dar clases y amarrar las plazas interinas con concursos de mérito. Menos burocracia y más pedagogía... el eterno sueño de cualquier educador.
Y claro, llegamos a la pregunta del millón: ¿de dónde sale la plata para todo esto? Zamora propone reordenar el gasto público (un clásico) y crear un fideicomiso con la banca estatal para arreglar la infraestructura que se cae a pedazos. Habla de alianzas público-privadas para financiar desde comedores hasta paneles solares y un plan para que cada estudiante tenga su propio chunche (entiéndase compu) y conexión a internet de calidad. La lista de promesas es larga y suena carísima, pero la presenta como una inversión innegociable si no queremos que el futuro del país se nos termine de ir por el caño.
Al final, el diagnóstico de Zamora es correcto: estamos hasta el cuello. El problema es que en cada campaña electoral escuchamos planes espectaculares que se quedan guardados en un cajón. La propuesta toca todos los puntos correctos: currículo moderno, docentes dignificados, infraestructura de primera y evaluaciones serias. Pero del dicho al hecho hay un trecho enorme, y la desconfianza es el pan de cada día. Diay, maes, ahora les pregunto a ustedes: ¿Este plan es la salvada que necesitamos o es el mismo cuento de siempre cada cuatro años? ¿Le compran la idea a Zamora o creen que es pura paja para ganar votos?
A simple vista, hay que decirlo, la propuesta tiene partes que suenan bien. Zamora habla de mandarse una transformación total a la malla curricular para que responda a las necesidades del siglo XXI. O sea, dejar de enseñar varas del siglo pasado y meterle de verdad a lo que importa. Quiere reforzar mate y ciencias con un enfoque práctico, meter robótica y programación desde la escuela y, agárrense, educación financiera, emprendimiento y creatividad. Además, propone una plataforma de idiomas para que el inglés intensivo sea una realidad y hasta un segundo idioma opcional en el cole. Suena tuanis, ¿verdad? Casi que uno se ilusiona y todo.
Pero bueno, después de la parte bonita viene donde la puerca tuerce el rabo. En evaluación, Zamora quiere traer de vuelta los exámenes nacionales. Sí, leyeron bien. La idea es que sirvan para diagnosticar y dar tutorías, y hasta crear un sistema de becas para los más aplicados. Y aquí es donde la vara se pone color de hormiga, porque mientras unos aplauden la idea de volver a una “cultura del esfuerzo”, otros ya están sacando las pancartas. A los profes también les promete devolverles la autoridad, quitarles la millonada de papeleo inútil para que puedan dar clases y amarrar las plazas interinas con concursos de mérito. Menos burocracia y más pedagogía... el eterno sueño de cualquier educador.
Y claro, llegamos a la pregunta del millón: ¿de dónde sale la plata para todo esto? Zamora propone reordenar el gasto público (un clásico) y crear un fideicomiso con la banca estatal para arreglar la infraestructura que se cae a pedazos. Habla de alianzas público-privadas para financiar desde comedores hasta paneles solares y un plan para que cada estudiante tenga su propio chunche (entiéndase compu) y conexión a internet de calidad. La lista de promesas es larga y suena carísima, pero la presenta como una inversión innegociable si no queremos que el futuro del país se nos termine de ir por el caño.
Al final, el diagnóstico de Zamora es correcto: estamos hasta el cuello. El problema es que en cada campaña electoral escuchamos planes espectaculares que se quedan guardados en un cajón. La propuesta toca todos los puntos correctos: currículo moderno, docentes dignificados, infraestructura de primera y evaluaciones serias. Pero del dicho al hecho hay un trecho enorme, y la desconfianza es el pan de cada día. Diay, maes, ahora les pregunto a ustedes: ¿Este plan es la salvada que necesitamos o es el mismo cuento de siempre cada cuatro años? ¿Le compran la idea a Zamora o creen que es pura paja para ganar votos?