Maes, hablemos en serio un toque. ¿Se acuerdan cuando la vara con los vapeadores era que eran "la alternativa sana" al cigarro? Diay, parece que ese cuento de hadas se nos fue al traste, y de la peor manera. La noticia que soltaron el IAFA y el INCIENSA es para sentarse a llorar: resulta que ese chunche que parecía tan inofensivo y que huele a mango con fresa, en realidad es un coctel con más de 50 sustancias que uno no le desearía ni a su peor enemigo. La verdad es que esta situación ya es un despiche a nivel nacional, y los números que están saliendo a la luz son para preocuparse de verdad.
Y es que la ministra de Salud, Mary Munive, no se anduvo por las ramas. Soltó los datos y, ¡qué torta! El consumo en güilas se triplicó en los últimos cuatro años. Pasamos de un modesto 4% a un alarmante 13%. Pónganle mente a eso: uno de cada siete jóvenes anda por la vida echando un vapor que, según los análisis, puede tener hasta tres veces más nicotina de la permitida en otros países serios. Y eso no es todo, también encontraron cochinadas capaces de irritar la piel, dañar los ojos y, con el tiempo, afectar órganos internos. Ya esto dejó de ser una moda "cool" para convertirse en un problema de salud pública con mayúsculas.
Por si fuera poco, la Caja ya está viendo los resultados de este vacilón. Reportaron que más de 42 mil personas han necesitado atención médica este año por broncas relacionadas con el vapeo. ¡42 mil! Eso no es un número para tomar a la ligera. Y claro, el MEP tuvo que reaccionar. Su gran solución fue endurecer las reglas en los coles: ahora, si lo pescan a uno con un vapeador, le clavan una rebaja de 20 puntos en la nota de conducta. Diay, uno entiende la intención, pero queda la duda de si un castigo en el expediente es suficiente para frenar una adicción que se está cocinando a fuego lento entre toda una generación que creyó que esto era un juego inofensivo.
Aquí es donde la cosa se pone más densa. Las autoridades hablan de "reforzar la regulación", que en buen tico significa que hasta ahora el control ha sido un chiste. Y, como siempre, le tiran la bola a las familias para que se encarguen de la prevención. Pero, mae, seamos honestos: cuando estos chunches se venden en cada esquina, con colores llamativos y sabores a confite, y se promocionan en redes sociales como si fueran lo más tuanis del mundo, el brete para los tatas y para la comunidad se pone bien cuesta arriba. No se puede tapar el sol con un dedo; hay un mercado agresivo que le está vendiendo veneno a la juventud.
Al final del día, la conclusión es bastante salada. Nos vendieron la idea del "vapor sano" y nos comimos el cuento con todo y empaque. Ahora tenemos una generación de jóvenes enganchada a un dispositivo del que apenas estamos empezando a entender sus verdaderos peligros. El daño ya está hecho para muchos, y las consecuencias las vamos a ver por años. La pregunta ahora es más grande que un simple regaño o una multa. Esto ya escaló y se nos salió de las manos a todos como sociedad.
Maes, más allá del regaño del MEP o de lo que diga la ministra, ¿qué hacemos nosotros? ¿Cómo se frena esta vara en la calle, entre compas, en las fiestas? ¿Es un tema de prohibir todo o de educar mejor y más duro? Los leo.
Y es que la ministra de Salud, Mary Munive, no se anduvo por las ramas. Soltó los datos y, ¡qué torta! El consumo en güilas se triplicó en los últimos cuatro años. Pasamos de un modesto 4% a un alarmante 13%. Pónganle mente a eso: uno de cada siete jóvenes anda por la vida echando un vapor que, según los análisis, puede tener hasta tres veces más nicotina de la permitida en otros países serios. Y eso no es todo, también encontraron cochinadas capaces de irritar la piel, dañar los ojos y, con el tiempo, afectar órganos internos. Ya esto dejó de ser una moda "cool" para convertirse en un problema de salud pública con mayúsculas.
Por si fuera poco, la Caja ya está viendo los resultados de este vacilón. Reportaron que más de 42 mil personas han necesitado atención médica este año por broncas relacionadas con el vapeo. ¡42 mil! Eso no es un número para tomar a la ligera. Y claro, el MEP tuvo que reaccionar. Su gran solución fue endurecer las reglas en los coles: ahora, si lo pescan a uno con un vapeador, le clavan una rebaja de 20 puntos en la nota de conducta. Diay, uno entiende la intención, pero queda la duda de si un castigo en el expediente es suficiente para frenar una adicción que se está cocinando a fuego lento entre toda una generación que creyó que esto era un juego inofensivo.
Aquí es donde la cosa se pone más densa. Las autoridades hablan de "reforzar la regulación", que en buen tico significa que hasta ahora el control ha sido un chiste. Y, como siempre, le tiran la bola a las familias para que se encarguen de la prevención. Pero, mae, seamos honestos: cuando estos chunches se venden en cada esquina, con colores llamativos y sabores a confite, y se promocionan en redes sociales como si fueran lo más tuanis del mundo, el brete para los tatas y para la comunidad se pone bien cuesta arriba. No se puede tapar el sol con un dedo; hay un mercado agresivo que le está vendiendo veneno a la juventud.
Al final del día, la conclusión es bastante salada. Nos vendieron la idea del "vapor sano" y nos comimos el cuento con todo y empaque. Ahora tenemos una generación de jóvenes enganchada a un dispositivo del que apenas estamos empezando a entender sus verdaderos peligros. El daño ya está hecho para muchos, y las consecuencias las vamos a ver por años. La pregunta ahora es más grande que un simple regaño o una multa. Esto ya escaló y se nos salió de las manos a todos como sociedad.
Maes, más allá del regaño del MEP o de lo que diga la ministra, ¿qué hacemos nosotros? ¿Cómo se frena esta vara en la calle, entre compas, en las fiestas? ¿Es un tema de prohibir todo o de educar mejor y más duro? Los leo.