Maes, hay noticias que parecen sacadas de una serie de Netflix, y luego está lo que pasó en el Palí de Hone Creek, en Limón. Diay, es que esta vara se pasa de la raya. Estamos hablando de un robo de película, con 50 melones de por medio, acetileno para abrir una caja fuerte y, para ponerle la cereza al pastel, la aparente líder de la banda era la mismísima supervisora regional de Walmart. ¡Qué torta más monumental!
Imagínense la escena: son las seis de la mañana, usted va llegando al brete, medio dormido, pensando en el cafecito, y de pronto lo encañonan tres maes. Así, de la nada. Eso fue lo que les pasó a los pobres empleados del Palí el pasado 19 de abril. Los tipos no se anduvieron con rodeos: los amarraron con gazas plásticas y se fueron directo a la caja fuerte. Pero aquí es donde la cosa se pone más pro. No fue un simple batazo; esta gente llegó preparada con equipo de acetileno, como si fueran a hacer una obra de construcción, para derretir el metal y sacar la plata. Un nivel de planificación que asusta.
Pero, ¿saben qué es lo que de verdad da cólera en todo este despiche? Que el plan maestro, al parecer, fue orquestado desde adentro. La OIJ detuvo a cinco personas, y entre ellas está una mujer de apellidos Granados Chavarría. ¿Y quién es ella? Nada más y nada menos que la supervisora regional de la cadena para Limón. O sea, la persona que, en teoría, debería velar por la seguridad y el buen funcionamiento de los supermercados, era la que estaba pasando el santo y seña para que se volaran 50 millones. Con razón todo les salió tan a cachete al principio; tenían a la enemiga durmiendo en casa.
Este es el tipo de situación que le vuela la teja a uno. La confianza, ese chunche tan frágil, se fue al traste por completo. ¿Cómo vuelve uno a ver a los jefes de la misma manera? Según las autoridades, esta señora usó su puesto y su conocimiento interno para facilitar el golpe, y ahora se investiga si no estará metida en otros chanchullos similares. Aunque ya cayeron cinco, incluyendo a la presunta cabecilla, la novela no ha terminado. Todavía hay cuatro sospechosos en fuga, lo que significa que una parte de la banda sigue por ahí, probablemente gastándose la plata que le robaron a la empresa para la que trabajaba su líder.
Al final, la vara queda así: cinco detenidos que ahora enfrentan a la justicia y cuatro prófugos que el OIJ anda buscando hasta debajo de las piedras. Es un recordatorio de que a veces los planes más elaborados se caen por el detalle más simple, pero también es una muestra de la audacia que puede alcanzar el hampa. Uno se queda pensando en los empleados que vivieron ese susto, en la traición que significa un acto así y en el descaro de usar tu propio brete para orquestar un robo de este calibre. ¡Qué sal más grande para la empresa!
Ahora les pregunto a ustedes, maes: Más allá de la plata, ¿qué creen que pega más duro en un caso así? ¿La audacia del robo con acetileno o la traición de que una alta funcionaria sea la que movía los hilos? ¿Cómo se recupera la confianza en un brete después de una torta de este calibre?
Imagínense la escena: son las seis de la mañana, usted va llegando al brete, medio dormido, pensando en el cafecito, y de pronto lo encañonan tres maes. Así, de la nada. Eso fue lo que les pasó a los pobres empleados del Palí el pasado 19 de abril. Los tipos no se anduvieron con rodeos: los amarraron con gazas plásticas y se fueron directo a la caja fuerte. Pero aquí es donde la cosa se pone más pro. No fue un simple batazo; esta gente llegó preparada con equipo de acetileno, como si fueran a hacer una obra de construcción, para derretir el metal y sacar la plata. Un nivel de planificación que asusta.
Pero, ¿saben qué es lo que de verdad da cólera en todo este despiche? Que el plan maestro, al parecer, fue orquestado desde adentro. La OIJ detuvo a cinco personas, y entre ellas está una mujer de apellidos Granados Chavarría. ¿Y quién es ella? Nada más y nada menos que la supervisora regional de la cadena para Limón. O sea, la persona que, en teoría, debería velar por la seguridad y el buen funcionamiento de los supermercados, era la que estaba pasando el santo y seña para que se volaran 50 millones. Con razón todo les salió tan a cachete al principio; tenían a la enemiga durmiendo en casa.
Este es el tipo de situación que le vuela la teja a uno. La confianza, ese chunche tan frágil, se fue al traste por completo. ¿Cómo vuelve uno a ver a los jefes de la misma manera? Según las autoridades, esta señora usó su puesto y su conocimiento interno para facilitar el golpe, y ahora se investiga si no estará metida en otros chanchullos similares. Aunque ya cayeron cinco, incluyendo a la presunta cabecilla, la novela no ha terminado. Todavía hay cuatro sospechosos en fuga, lo que significa que una parte de la banda sigue por ahí, probablemente gastándose la plata que le robaron a la empresa para la que trabajaba su líder.
Al final, la vara queda así: cinco detenidos que ahora enfrentan a la justicia y cuatro prófugos que el OIJ anda buscando hasta debajo de las piedras. Es un recordatorio de que a veces los planes más elaborados se caen por el detalle más simple, pero también es una muestra de la audacia que puede alcanzar el hampa. Uno se queda pensando en los empleados que vivieron ese susto, en la traición que significa un acto así y en el descaro de usar tu propio brete para orquestar un robo de este calibre. ¡Qué sal más grande para la empresa!
Ahora les pregunto a ustedes, maes: Más allá de la plata, ¿qué creen que pega más duro en un caso así? ¿La audacia del robo con acetileno o la traición de que una alta funcionaria sea la que movía los hilos? ¿Cómo se recupera la confianza en un brete después de una torta de este calibre?