Ay, mi clave, qué situación más pesada. En Ciudad Cortés de Osa, la Escuela Nieborowsky vive un brete que te quita las ganas de ir a la escuela, y eso que hablamos de un colegio con más de cien años de historia, donde salieron figuras importantes de la zona sur. Pero parece que a nadie le importa que sus niños estén aprendiendo entre goteras, pasillos y hasta en medio del barrote. ¡Imagínate!
La directora, Yazmina Sánchez Chaverri, no se anda con rodeos: dice que la escuela y la comunidad están totalmente olvidadas. “No hay chambas acá,” explica con frustración, “la mayoría de los estudiantes vienen de familias humildes. Anda por la comunidad y mira cómo está destruida la infraestructura, no hay economía, estamos parchís.” Uno se pone a pensar, ¿cómo esperan que los niños tengan futuro si ni siquiera tienen unas condiciones dignas para estudiar?
Y ni hablar de la falta de espacio. Han tenido que meter clase en lugares que no son para tal fin: la biblioteca ahora es salón de preescolar, el comedor también funciona como aula, y algunos pasillos se han convertido en improvisadas aulas. ¡Un verdadero cafecito! Pobreza y hacinamiento se mezclan creando un ambiente contraproducente para el aprendizaje. A esto súmale la preocupación por los nenes con necesidades especiales que no cuentan con los espacios adecuados.
La raíz del problema se remonta a 2017, cuando iniciaron los trámites para construir una nueva escuela. En 2023 pensaron que ya era realidad gracias a un préstamo del BCIE tras los desastres naturales que azotaron Ciudad Cortés. Pero el cartel salió desierto, lo que dejó a la escuela sin fondos y obligó a la Junta de Educación a recurrir a rifas y bingos para pagar el alquiler de un local alternativo. ¡Qué despiche! Además, tuvieron que gastar una fortuna en rentar otro sitio para reubicar a los alumnos temporalmente.
Ahora, con un nuevo diseño que promete solucionar problemas futuros con inundaciones, la esperanza volvió a encenderse... pero la incertidumbre sigue presente. La directora asegura que ha enviado innumerables correos electrónicos a la DIE y al ministro, buscando respuestas, pero la comunicación es prácticamente inexistente. Se sienten a la deriva, esperando un milagro que parezca cada vez más lejano. De verdad, parece que están tirándole piedras al sol.
El Ministro de Educación, Leonardo Sánchez, al ser consultado por Diario Extra, respondió de forma evasiva: “Va porque va”. ¿En serio? Esa es la respuesta que le dan a una comunidad que clama por ayuda urgente? Suena a arengar pa’l pueblo, sin soluciones reales. Menciona que están ajustando carteles para evitar que queden desiertos, pero no ofrece garantías de que la situación de la Escuela Nieborowsky se resolverá pronto. Uno se queda pensando: ¿realmente le importan las escuelas hincadas en el barro?
Para colmo de males, cuando llueve, las aulas se inundan, y dicen que entran “chorros de aguas por las paredes.” Los materiales educativos se guardan en cajas elevadas para protegerlos de las constantes inundaciones. El barro se apodera de todo, dificultando aún más el desarrollo de las actividades escolares. Parece sacado de una película postapocalíptica, pero es la cruda realidad de estos niños y maestros que luchan día a día por brindarles una educación decente, pese a todas las adversidades. La inversión en educación debería ser una prioridad nacional, no una promesa vacía.
Después de escuchar la historia de la Escuela Nieborowsky, uno se queda con un sabor amargo en la boca y una pregunta pendiente: ¿Hasta cuándo tendremos que seguir viendo cómo nuestros niños pierden oportunidades por culpa de la burocracia y la falta de voluntad política? ¿Qué medidas concretas deberían tomar el Ministerio de Educación y las autoridades competentes para garantizar una educación digna para todos los costarricenses, especialmente aquellos que viven en zonas rurales y marginadas?
La directora, Yazmina Sánchez Chaverri, no se anda con rodeos: dice que la escuela y la comunidad están totalmente olvidadas. “No hay chambas acá,” explica con frustración, “la mayoría de los estudiantes vienen de familias humildes. Anda por la comunidad y mira cómo está destruida la infraestructura, no hay economía, estamos parchís.” Uno se pone a pensar, ¿cómo esperan que los niños tengan futuro si ni siquiera tienen unas condiciones dignas para estudiar?
Y ni hablar de la falta de espacio. Han tenido que meter clase en lugares que no son para tal fin: la biblioteca ahora es salón de preescolar, el comedor también funciona como aula, y algunos pasillos se han convertido en improvisadas aulas. ¡Un verdadero cafecito! Pobreza y hacinamiento se mezclan creando un ambiente contraproducente para el aprendizaje. A esto súmale la preocupación por los nenes con necesidades especiales que no cuentan con los espacios adecuados.
La raíz del problema se remonta a 2017, cuando iniciaron los trámites para construir una nueva escuela. En 2023 pensaron que ya era realidad gracias a un préstamo del BCIE tras los desastres naturales que azotaron Ciudad Cortés. Pero el cartel salió desierto, lo que dejó a la escuela sin fondos y obligó a la Junta de Educación a recurrir a rifas y bingos para pagar el alquiler de un local alternativo. ¡Qué despiche! Además, tuvieron que gastar una fortuna en rentar otro sitio para reubicar a los alumnos temporalmente.
Ahora, con un nuevo diseño que promete solucionar problemas futuros con inundaciones, la esperanza volvió a encenderse... pero la incertidumbre sigue presente. La directora asegura que ha enviado innumerables correos electrónicos a la DIE y al ministro, buscando respuestas, pero la comunicación es prácticamente inexistente. Se sienten a la deriva, esperando un milagro que parezca cada vez más lejano. De verdad, parece que están tirándole piedras al sol.
El Ministro de Educación, Leonardo Sánchez, al ser consultado por Diario Extra, respondió de forma evasiva: “Va porque va”. ¿En serio? Esa es la respuesta que le dan a una comunidad que clama por ayuda urgente? Suena a arengar pa’l pueblo, sin soluciones reales. Menciona que están ajustando carteles para evitar que queden desiertos, pero no ofrece garantías de que la situación de la Escuela Nieborowsky se resolverá pronto. Uno se queda pensando: ¿realmente le importan las escuelas hincadas en el barro?
Para colmo de males, cuando llueve, las aulas se inundan, y dicen que entran “chorros de aguas por las paredes.” Los materiales educativos se guardan en cajas elevadas para protegerlos de las constantes inundaciones. El barro se apodera de todo, dificultando aún más el desarrollo de las actividades escolares. Parece sacado de una película postapocalíptica, pero es la cruda realidad de estos niños y maestros que luchan día a día por brindarles una educación decente, pese a todas las adversidades. La inversión en educación debería ser una prioridad nacional, no una promesa vacía.
Después de escuchar la historia de la Escuela Nieborowsky, uno se queda con un sabor amargo en la boca y una pregunta pendiente: ¿Hasta cuándo tendremos que seguir viendo cómo nuestros niños pierden oportunidades por culpa de la burocracia y la falta de voluntad política? ¿Qué medidas concretas deberían tomar el Ministerio de Educación y las autoridades competentes para garantizar una educación digna para todos los costarricenses, especialmente aquellos que viven en zonas rurales y marginadas?