¡Ay, Dios mío! Quién lo diría, ¿verdad, compas? Resulta que nuestro querido Álvaro Salas, el señor de la Fundación Reynolds, anduvo paseándose por Oslo con María Corina Machado, la líder venezolana que acaba de recibir el Nobel de la Paz. Un momento histórico, sin duda, pero que nos obliga a abrir los ojos aquí en Costa Rica. No es cuento, la cosa está salada.
Como saben, Machado desapareció de la escena pública por más de un año, moviéndose como pez gordo entre sombras, huyendo de la persecución implacable del régimen de Maduro. Imagínense la torta que debió ser eso. Después de todo, hablamos de un gobierno que, según varios reportes, no le anda quitando el ojo de encima a sus opositores, algunos con consecuencias terribles. Su llegada a Oslo, acompañada por Salas, marcó un golpe duro para Maduro y puso la lupa internacional sobre la crisis venezolana.
Salas, en declaraciones exclusivas para este medio, describió el ambiente en Oslo como profundamente emotivo. El abrazo con Machado, cuenta, fue cargado de simbolismo, especialmente considerando que ella ni siquiera pudo asistir a la ceremonia del Nobel debido a las restricciones impuestas por el gobierno venezolano. Se trata de un faro de esperanza, pa' los más de ocho millones de venezolanos que hoy viven en el exilio, buscando una vida digna lejos de la miseria y la opresión.
Pero la cosa no es solo un reconocimiento internacional. Lo que realmente importa es el mensaje que transmite Machado: la lucha por la libertad sigue viva. Ella personifica la resistencia frente al autoritarismo, representando a miles de venezolanos que han sufrido injusticias y abusos de poder. Es un ejemplo de coraje e inteligencia que debería inspirarnos a todos, máxime cuando vemos cómo algunas cosas se están poniendo feas por acá.
Y hablando de feas, no podemos ignorar las similitudes alarmantes entre lo que está pasando en Venezuela y lo que estamos viviendo aquí en Costa Rica. Presten atención: la polarización política, el auge de la retórica agresiva, el desprestigio de la prensa libre y las instituciones, la creciente influencia del narcotráfico… ¡Qué brete! Si no nos espantamos ahora, qué vamos a esperar. Que nos invadan como Venezuela, pero con drogas y corrupción, diay.
El señuelo de la seguridad como solución fácil es otra alarma. En Costa Rica, la inseguridad se ha convertido en el problema número uno, y parece que el gobierno busca soluciones rápidas y cuestionables, que pueden comprometer nuestras libertades y el Estado de Derecho. Álvarez se anda jalando una torta tratando de controlar negocios, utilizando el aparato estatal como herramienta de fiscalización. Esto huele a autoritarismo, a mi parecer, y debemos estar pendientes.
No me malinterpreten, eh. No estoy diciendo que Costa Rica vaya a convertirse en una Venezuela dos. Pero sí les digo que la complacencia y la pasividad son nuestros mayores enemigos. Necesitamos mantenernos vigilantes, informar, participar activamente en la vida política y defender los valores democráticos que nos hacen únicos. Como decía Salas, la libertad es como el oxígeno: uno no piensa en ella hasta que la pierde.
Entonces, compas, díganme sinceramente: ¿hasta dónde estamos dispuestos a ceder nuestras libertades en nombre de la seguridad? ¿Deberíamos tomar medidas más drásticas para frenar la polarización y proteger nuestras instituciones, aunque eso implique sacrificar ciertos privilegios o comodidades? ¡Desempolven el teclado y den su opinión!
Como saben, Machado desapareció de la escena pública por más de un año, moviéndose como pez gordo entre sombras, huyendo de la persecución implacable del régimen de Maduro. Imagínense la torta que debió ser eso. Después de todo, hablamos de un gobierno que, según varios reportes, no le anda quitando el ojo de encima a sus opositores, algunos con consecuencias terribles. Su llegada a Oslo, acompañada por Salas, marcó un golpe duro para Maduro y puso la lupa internacional sobre la crisis venezolana.
Salas, en declaraciones exclusivas para este medio, describió el ambiente en Oslo como profundamente emotivo. El abrazo con Machado, cuenta, fue cargado de simbolismo, especialmente considerando que ella ni siquiera pudo asistir a la ceremonia del Nobel debido a las restricciones impuestas por el gobierno venezolano. Se trata de un faro de esperanza, pa' los más de ocho millones de venezolanos que hoy viven en el exilio, buscando una vida digna lejos de la miseria y la opresión.
Pero la cosa no es solo un reconocimiento internacional. Lo que realmente importa es el mensaje que transmite Machado: la lucha por la libertad sigue viva. Ella personifica la resistencia frente al autoritarismo, representando a miles de venezolanos que han sufrido injusticias y abusos de poder. Es un ejemplo de coraje e inteligencia que debería inspirarnos a todos, máxime cuando vemos cómo algunas cosas se están poniendo feas por acá.
Y hablando de feas, no podemos ignorar las similitudes alarmantes entre lo que está pasando en Venezuela y lo que estamos viviendo aquí en Costa Rica. Presten atención: la polarización política, el auge de la retórica agresiva, el desprestigio de la prensa libre y las instituciones, la creciente influencia del narcotráfico… ¡Qué brete! Si no nos espantamos ahora, qué vamos a esperar. Que nos invadan como Venezuela, pero con drogas y corrupción, diay.
El señuelo de la seguridad como solución fácil es otra alarma. En Costa Rica, la inseguridad se ha convertido en el problema número uno, y parece que el gobierno busca soluciones rápidas y cuestionables, que pueden comprometer nuestras libertades y el Estado de Derecho. Álvarez se anda jalando una torta tratando de controlar negocios, utilizando el aparato estatal como herramienta de fiscalización. Esto huele a autoritarismo, a mi parecer, y debemos estar pendientes.
No me malinterpreten, eh. No estoy diciendo que Costa Rica vaya a convertirse en una Venezuela dos. Pero sí les digo que la complacencia y la pasividad son nuestros mayores enemigos. Necesitamos mantenernos vigilantes, informar, participar activamente en la vida política y defender los valores democráticos que nos hacen únicos. Como decía Salas, la libertad es como el oxígeno: uno no piensa en ella hasta que la pierde.
Entonces, compas, díganme sinceramente: ¿hasta dónde estamos dispuestos a ceder nuestras libertades en nombre de la seguridad? ¿Deberíamos tomar medidas más drásticas para frenar la polarización y proteger nuestras instituciones, aunque eso implique sacrificar ciertos privilegios o comodidades? ¡Desempolven el teclado y den su opinión!