Presupuesto Educativo 2026: ¡Una Juta de Dinero!, Pero... ¿Realmente Llegará a las Salas?

¡Aguante, pura vida, mi gente del Foro! Parece que el ministro de Educación, Don José Leonardo Sánchez, llegó con un presupuesto que le pegó al clavo, hablando de la suma más grande en la historia del país destinada a la educación pública para el 2026. Unos ¢2,75 billones, diay, suena a montón, ¿verdad? Vamos a meterle ojo a esto, porque estos temas siempre tienen más de un resquicio.

Según nos cuentan desde Hacienda, esto representa un 5,5% del PIB. Eso sí, el 74,5% de esa plata va directo al MEP, el resto repartido entre las universidades y otras instituciones que andan pidiendo migajas. Ahora, la pregunta es si este dinero se traducirá en mejoras reales para los estudiantes y los profes, o si se irá en papeleo y trámites burocráticos, como suele pasar, qué torta.

Don José dice que gracias a que la inflación ha sido casi inexistente en los últimos años, el recurso mantiene su valor real. Y eso es bueno, porque significa que realmente podemos invertir más por estudiante. Promete que vamos a ver más inversión en cosas básicas como libros, material didáctico y hasta arreglos en los edificios escolares, donde ya ni se puede abrir la boca por tanto polvo y humedad. Vamos a ver si cumple, porque llevamos años escuchando promesas así.

Pero no todo es miel sobre hojuelas, mae. Del presupuesto total, la mayor parte se va en sueldos (62,3%), seguido de transferencias (35,1%). Esto deja poco espacio para la innovación, la tecnología y esos proyectos especiales que realmente podrían transformar la calidad de la educación. Con razón algunos dicen que estamos estancados, con un sistema educativo que parece sacado de otra época.

Ahora, van a meterle mano a varias áreas clave, como el fortalecimiento de las habilidades básicas en lectura y escritura, con la colaboración de universidades y extranjeros. También quieren impulsar la formación tecnológica, metiendo más computadoras, internet y capacitando a los profes en informática. Suena bien, pero necesitamos asegurarnos de que esta tecnología llegue a todas las escuelas, incluyendo las más alejadas del centro.

Otro brete importante es la modernización de la educación técnica. Dicen que actualizarán los currículos para que estén acorde con las necesidades del mercado laboral y que van a poner más énfasis en el inglés, porque ya saben, el mundo está globalizado y tenemos que estar preparados. Que le bajen con el cachivache y que se enfoquen en enseñar oficios que la gente pueda ejercer acá mismo, diay. No queremos formar licenciados desempleados.

Además, prometen más apoyo social: comedores escolares, transporte estudiantil, becas y ayuda para los estudiantes con discapacidad. ¡Eso sí es chivo! Más de ¢10 mil millones extra para esas causas nobles. Esperemos que este dinero realmente llegue a quienes lo necesitan, y no se quede atrapado en los entresijos de la administración pública. Y, claro, van a contratar más personal, sobre todo para reforzar la seguridad en las escuelas y atender a los estudiantes con necesidades especiales.

En fin, pinta interesante, pero como diría mi abu: “el dicho está en la lengua, el baile en la calle”. Tenemos que estar muy pendientes para exigir que este presupuesto se ejecute de manera transparente y eficiente, y que realmente beneficie a nuestros niños y jóvenes. ¿Ustedes creen que este presupuesto, con toda esta pompa y circunstancia, llegará a marcar una diferencia real en la calidad de la educación en Costa Rica, o es solo humo para las cámaras?

Considero que el anuncio del presupuesto educativo para el año 2026 constituye una coyuntura de enorme trascendencia para la sociedad costarricense, no únicamente por la magnitud de los recursos asignados —la cifra más alta en la historia reciente—, sino por lo que implica en términos de compromiso político con el desarrollo humano. Sin embargo, el monto por sí solo no garantiza resultados, y es allí donde debe centrarse el debate ciudadano.


La experiencia histórica nos recuerda que, pese a presupuestos cuantiosos, las mejoras sustantivas en la calidad educativa han sido limitadas. La razón principal estriba en la rigidez del gasto: más del sesenta por ciento se destina a salarios y otro porcentaje considerable a transferencias, lo cual deja un margen muy reducido para inversión en infraestructura, innovación tecnológica o programas pedagógicos transformadores. En consecuencia, el riesgo es repetir la dinámica de siempre: invertir más, pero obtener lo mismo.


Es positivo que se plantee una apuesta por el fortalecimiento de competencias básicas, la educación técnica y el acceso a tecnologías digitales. No obstante, estas promesas solo se materializarán si se acompasan con mecanismos de seguimiento rigurosos, indicadores de desempeño verificables y una fiscalización que evite que los recursos se diluyan en trámites administrativos. De igual forma, la equidad territorial debe ser un eje irrenunciable: las zonas rurales y costeras no pueden seguir relegadas frente a los centros urbanos.


En definitiva, el presupuesto educativo 2026 no debe valorarse únicamente como una cifra histórica, sino como una oportunidad histórica. El reto es transformar esa asignación financiera en mejoras tangibles: aulas seguras y dignas, docentes capacitados y motivados, programas pertinentes y, sobre todo, estudiantes con mejores oportunidades de futuro. La sociedad costarricense debe exigir transparencia y eficacia, porque en la educación no está en juego solo un año fiscal, sino la sostenibilidad misma de nuestra democracia y desarrollo.