Ay, mae, ¡qué gusto poder contarte cómo se prendió La Sabana este sábado! Desde tempranito, la gente empezaba a buscarle boquetecito para agarrarle un buen lugar, porque la expectativa era alta. Se rumoreaba que este año iba a estar a cachete el desfile del Festival de la Luz, y ¡no se anduvieron cortos! Las calles se llenaron de colores, música y pura alegría navideña. Un espectáculo digno de ver y sentir, diay.
Como sabes, el Festival de la Luz es una vaina sagrada para nosotros los ticos. Es una tradición que nos une, nos hace recordar esos tiempos de infancia donde la Navidad significaba magia pura. Y este año, la organización puso manos a la obra para hacerle quedar todavía mejor. El pasacalles de inauguración fue una probadita de lo que vendría, un adelanto lleno de sorpresas y ritmos contagiosos que te hacían mover los pies solito.
Desde bandas rítmicas hasta grupos de marching band, pasando por presentaciones de la Junta de Protección Social y el Museo de los Niños, todos pusieron su granito de arena para encender el ambiente. ¡Imagínate la escena! Niños disfrazados de Santa Claus y duendes repartiendo caramelitos, mientras la música resonaba por toda la Sabana. Parecía sacado de un cuento de Navidad, ¡una verdadera chimba!
Y ni hablar de los trajes, mae. ¡Qué nivel! Cada agrupación vino con diseños espectaculares, cargados de escarcha y adornos que brillaban bajo el sol. Muchos aprovecharon la ocasión para lucirse y mostrar su talento, llevando la cultura costarricense a otro nivel. Se notaba el cariño y el esfuerzo que le pusieron a cada detalle, desde los instrumentos hasta los peinados. De verdad, ¡una maravilla!
Donde quiera que fueras mirabas caras felices, familias enteras disfrutando del momento. Como doña Susan López, que llegó con sus tres hijos desde tempranito para asegurarse un buen lugar. “Esto es una tradición familiar,” me contó. “Todos los años venimos a ver el desfile, es una forma de celebrar la Navidad juntos y crear recuerdos inolvidables.” Pura verdá, eso sí, ¡llevarle comida es clave!
Otro que no quiso perdérselo fue don Francis Mora, que llegó con toda su parentela, incluyendo a sus sobrinitos. Quería que los más pequeños experimentaran la emoción del desfile desde chiquititos. Y vaya que lo lograron. Los ojos de esos nenes brillaban más que las luces de Navidad. Era evidente que la ilusión estaba a flor de piel, y eso es lo que realmente importa, ¿verdad?
El ambiente se volvió aún más electrizante conforme avanzaba la tarde. La gente empezaba a cantar, bailar y compartir. Se intercambiaban felicitaciones navideñas y se compraban churros y raspao. Una verdadera fiesta popular, donde todos se sentían parte de algo especial. Esa sensación de comunidad y unión es lo que hace que el Festival de la Luz sea tan querido por los ticos, y lo que lo diferencia de otros eventos.
Ahora, dime tú, ¿qué es lo que más te emociona del Festival de la Luz? ¿Cuál es tu recuerdo favorito de estas fechas? ¿Crees que las tradiciones como ésta deberían mantenerse vivas para las futuras generaciones, o se han vuelto demasiado comerciales?
Como sabes, el Festival de la Luz es una vaina sagrada para nosotros los ticos. Es una tradición que nos une, nos hace recordar esos tiempos de infancia donde la Navidad significaba magia pura. Y este año, la organización puso manos a la obra para hacerle quedar todavía mejor. El pasacalles de inauguración fue una probadita de lo que vendría, un adelanto lleno de sorpresas y ritmos contagiosos que te hacían mover los pies solito.
Desde bandas rítmicas hasta grupos de marching band, pasando por presentaciones de la Junta de Protección Social y el Museo de los Niños, todos pusieron su granito de arena para encender el ambiente. ¡Imagínate la escena! Niños disfrazados de Santa Claus y duendes repartiendo caramelitos, mientras la música resonaba por toda la Sabana. Parecía sacado de un cuento de Navidad, ¡una verdadera chimba!
Y ni hablar de los trajes, mae. ¡Qué nivel! Cada agrupación vino con diseños espectaculares, cargados de escarcha y adornos que brillaban bajo el sol. Muchos aprovecharon la ocasión para lucirse y mostrar su talento, llevando la cultura costarricense a otro nivel. Se notaba el cariño y el esfuerzo que le pusieron a cada detalle, desde los instrumentos hasta los peinados. De verdad, ¡una maravilla!
Donde quiera que fueras mirabas caras felices, familias enteras disfrutando del momento. Como doña Susan López, que llegó con sus tres hijos desde tempranito para asegurarse un buen lugar. “Esto es una tradición familiar,” me contó. “Todos los años venimos a ver el desfile, es una forma de celebrar la Navidad juntos y crear recuerdos inolvidables.” Pura verdá, eso sí, ¡llevarle comida es clave!
Otro que no quiso perdérselo fue don Francis Mora, que llegó con toda su parentela, incluyendo a sus sobrinitos. Quería que los más pequeños experimentaran la emoción del desfile desde chiquititos. Y vaya que lo lograron. Los ojos de esos nenes brillaban más que las luces de Navidad. Era evidente que la ilusión estaba a flor de piel, y eso es lo que realmente importa, ¿verdad?
El ambiente se volvió aún más electrizante conforme avanzaba la tarde. La gente empezaba a cantar, bailar y compartir. Se intercambiaban felicitaciones navideñas y se compraban churros y raspao. Una verdadera fiesta popular, donde todos se sentían parte de algo especial. Esa sensación de comunidad y unión es lo que hace que el Festival de la Luz sea tan querido por los ticos, y lo que lo diferencia de otros eventos.
Ahora, dime tú, ¿qué es lo que más te emociona del Festival de la Luz? ¿Cuál es tu recuerdo favorito de estas fechas? ¿Crees que las tradiciones como ésta deberían mantenerse vivas para las futuras generaciones, o se han vuelto demasiado comerciales?