¡Ay, Dios mío! Esto sí que es duro, pura bronca. Resulta que el fin de semana pasado, un tipo de 52 años, don Vargas, apareció sin vida en su propia casa, allá por el sector de El Cocal en Quepos. Varios gatilleros le soltaron plomo, dicen las malas lenguas, dejándolo tirado como trapo viejo. Parece que la violencia ya no respeta ni siquiera el hogar.
Según el Organismo de Investigación Judicial (OIJ), el hecho ocurrió pasadas las ocho y media de la noche del sábado, cuando el pobre sujeto estaba tranquilamente en su casa. No sabemos qué andaba haciendo, si viendo tele, echándose unos libros… Lo que sí sabemos es que nunca más vio amanecer. Ahora toda la comunidad está consternada, porque esto demuestra que la delincuencia llegó hasta donde nadie pensaba.
La descripción oficial dice que recibieron “múltiples impactos de bala”. ¡Imagínate la torta!, eso significa que no fueron unos pocos tiros de advertencia, sino una descarga a quemarropa. En la espalda, el cuello, los brazos... Una barbaridad. El OIJ anda investigando, buscando pistas, tratando de identificar a esos desgraciados que cometieron este acto cobarde. Pero la verdad, parece que estos tipos tienen la cara dura y no les importa nada.
La zona de El Cocal siempre ha sido tranquila, un lugar donde la gente se conoce, donde los vecinos se ayudan entre ellos. Era un brete conocer a don Vargas, todos lo querían mucho. Un señor trabajador, sin problemas con nadie, al parecer. Ahora, la tranquilidad se ha ido al garete. La gente anda asustada, con miedo de salir de sus casas, pensando quién será el próximo en caerle encima a la delincuencia. Es que esto ya va dando susto.
Muchos se preguntan qué está pasando con Quepos. Hace unos años era un paraíso, un destino turístico seguro. Pero ahora, con esta ola de violencia, la cosa está diferente. Los negocios sufren, el turismo disminuye, y la gente se siente insegura. Se habla de aumentar la presencia policial, de mejorar la iluminación pública, pero la verdad es que nadie sabe si esas medidas serán suficientes. Hay que darle duro a esta problemática porque se nos está yendo de las manos.
Algunos políticos prometen soluciones rápidas, pero nosotros ya hemos escuchado muchas promesas vacías. La realidad es que combatir la delincuencia requiere un esfuerzo conjunto, de todos los sectores de la sociedad. Necesitamos invertir en educación, en programas sociales, en oportunidades laborales. Porque un país donde la gente tiene acceso a una vida digna, es menos propenso a caer en la delincuencia. Eso es simpleza, aunque algunos prefieran hacer rodeos.
Además, hay que cuestionarnos nuestras propias actitudes. ¿Estamos tolerando la impunidad?, ¿estamos cerrando los ojos ante las injusticias?, ¿estamos denunciando los actos delictivos cuando los vemos?. Todos tenemos una responsabilidad en esto. No podemos quedarnos cruzados de brazos mientras nuestra comunidad se hunde en el caos. Tenemos que levantar la voz, exigir justicia, y trabajar juntos para construir un futuro mejor para nuestros hijos. Quién sabe, quizás así podamos evitar que tragedias como ésta se repitan.
Este caso de don Vargas nos deja un sabor amargo en la boca, una profunda tristeza en el corazón. Es hora de que hagamos un mea culpa colectivo y nos preguntemos: ¿qué estamos dispuestos a sacrificar para recuperar la paz y la seguridad en nuestras comunidades? ¿Realmente queremos vivir en un país donde el miedo es el protagonista diario de nuestras vidas?
Según el Organismo de Investigación Judicial (OIJ), el hecho ocurrió pasadas las ocho y media de la noche del sábado, cuando el pobre sujeto estaba tranquilamente en su casa. No sabemos qué andaba haciendo, si viendo tele, echándose unos libros… Lo que sí sabemos es que nunca más vio amanecer. Ahora toda la comunidad está consternada, porque esto demuestra que la delincuencia llegó hasta donde nadie pensaba.
La descripción oficial dice que recibieron “múltiples impactos de bala”. ¡Imagínate la torta!, eso significa que no fueron unos pocos tiros de advertencia, sino una descarga a quemarropa. En la espalda, el cuello, los brazos... Una barbaridad. El OIJ anda investigando, buscando pistas, tratando de identificar a esos desgraciados que cometieron este acto cobarde. Pero la verdad, parece que estos tipos tienen la cara dura y no les importa nada.
La zona de El Cocal siempre ha sido tranquila, un lugar donde la gente se conoce, donde los vecinos se ayudan entre ellos. Era un brete conocer a don Vargas, todos lo querían mucho. Un señor trabajador, sin problemas con nadie, al parecer. Ahora, la tranquilidad se ha ido al garete. La gente anda asustada, con miedo de salir de sus casas, pensando quién será el próximo en caerle encima a la delincuencia. Es que esto ya va dando susto.
Muchos se preguntan qué está pasando con Quepos. Hace unos años era un paraíso, un destino turístico seguro. Pero ahora, con esta ola de violencia, la cosa está diferente. Los negocios sufren, el turismo disminuye, y la gente se siente insegura. Se habla de aumentar la presencia policial, de mejorar la iluminación pública, pero la verdad es que nadie sabe si esas medidas serán suficientes. Hay que darle duro a esta problemática porque se nos está yendo de las manos.
Algunos políticos prometen soluciones rápidas, pero nosotros ya hemos escuchado muchas promesas vacías. La realidad es que combatir la delincuencia requiere un esfuerzo conjunto, de todos los sectores de la sociedad. Necesitamos invertir en educación, en programas sociales, en oportunidades laborales. Porque un país donde la gente tiene acceso a una vida digna, es menos propenso a caer en la delincuencia. Eso es simpleza, aunque algunos prefieran hacer rodeos.
Además, hay que cuestionarnos nuestras propias actitudes. ¿Estamos tolerando la impunidad?, ¿estamos cerrando los ojos ante las injusticias?, ¿estamos denunciando los actos delictivos cuando los vemos?. Todos tenemos una responsabilidad en esto. No podemos quedarnos cruzados de brazos mientras nuestra comunidad se hunde en el caos. Tenemos que levantar la voz, exigir justicia, y trabajar juntos para construir un futuro mejor para nuestros hijos. Quién sabe, quizás así podamos evitar que tragedias como ésta se repitan.
Este caso de don Vargas nos deja un sabor amargo en la boca, una profunda tristeza en el corazón. Es hora de que hagamos un mea culpa colectivo y nos preguntemos: ¿qué estamos dispuestos a sacrificar para recuperar la paz y la seguridad en nuestras comunidades? ¿Realmente queremos vivir en un país donde el miedo es el protagonista diario de nuestras vidas?