¡Ay, Dios mío! Esto del cambio a las recetas digitales, que prometían facilidades, parece que nos metió en un brete más grande. Un vecino de Escazú, que prefiere mantenerse anónimo pa’ evitar líos, vivió una novela tratando de conseguir unos antibióticos básicos esta semana. La cosa es que salió más cara y más complicada de lo que debería haber sido, y eso que estamos en pleno siglo XXI, ¿eh?
Al parecer, el buen hombre andaba con un problema de bronquitis que se le ponía fea. Después de una semanita y media de tos y desvelo, fue a ver al doctor quien, con toda la intención, le recetó claritromicina 500mg de MK, una marca específica, además de una receta regular para otras medicinas. Ahí empezó la faena, pura sal.
Imagínate, va a cuatro farmacias diferentes y en tres le dicen “¡Nooo!”. Uno le explica que no tienen la marca MK y que, aunque tengan claritromicina genérica, no pueden dispensarla porque la receta especifica la marca. Otro le dice que sí tiene el medicamento, pero solo 12 pastillas cuando necesitaba 14. ¡Una torta! Parecía sacado de una telenovela de esas que te dejan pensando.
Finalmente, en la cuarta farmacia, ¡milagro!, encontraron la dosis correcta y la marca requerida. Pero el vecino, que entiende de medicina – resulta que es odontólogo– no se quedó callado. Dice que es absurdo obligar a la gente a comprar una marca específica cuando hay opciones genéricas disponibles. “¡Qué carga! Me dijeron directamente que esto estaba mal, que estaban forzándonos a comprar de una empresa en particular”, comentó visiblemente molesto.
Y ni hablar del aumento en el precio de la consulta. Según cuenta, el doctor le cobró ¢70.000 en lugar de los ¢60.000 habituales, alegando que la receta digital requería un procedimiento más complejo. ¡Eso sí que es despiche! El Colegio de Farmacéuticos ya había advertido que esto pasaría, pero nadie les hizo caso, aparentemente. Parece que este cambio, que iba a simplificar nuestras vidas, solo nos puso más trabas.
Lo peor de todo es que este caso pone de relieve fallas operativas graves en el nuevo sistema. Ya sabemos que los proyectos gubernamentales a veces salen torcidos, pero perjudicar al usuario final no debería ser la norma. ¿Para qué tanta tecnología si al final nos complica la vida más de lo necesario? Se supone que estos avances son para facilitar el acceso a la atención médica, no para crear barreras.
Hemos intentado contactar al Ministerio de Salud para obtener su versión de la historia, pero, hasta ahora, silencio absoluto. ¡Qué pena! Claramente, todavía hay mucho por pulir en este sistema. Mientras tanto, muchos vecinos siguen sufriendo las consecuencias de estas deficiencias técnicas y económicas. Esta situación refleja una realidad preocupante: la implementación de nuevas tecnologías a menudo deja de lado las necesidades básicas de la población.
Ahora bien, ¿ustedes qué opinan? Con todos estos cambios y complicaciones, ¿creen que la receta digital realmente ha facilitado el acceso a medicamentos o simplemente ha creado nuevos problemas para los pacientes? Dejen sus comentarios abajo y cuenten sus propias experiencias. ¡A ver qué sale de esta vaina!
Al parecer, el buen hombre andaba con un problema de bronquitis que se le ponía fea. Después de una semanita y media de tos y desvelo, fue a ver al doctor quien, con toda la intención, le recetó claritromicina 500mg de MK, una marca específica, además de una receta regular para otras medicinas. Ahí empezó la faena, pura sal.
Imagínate, va a cuatro farmacias diferentes y en tres le dicen “¡Nooo!”. Uno le explica que no tienen la marca MK y que, aunque tengan claritromicina genérica, no pueden dispensarla porque la receta especifica la marca. Otro le dice que sí tiene el medicamento, pero solo 12 pastillas cuando necesitaba 14. ¡Una torta! Parecía sacado de una telenovela de esas que te dejan pensando.
Finalmente, en la cuarta farmacia, ¡milagro!, encontraron la dosis correcta y la marca requerida. Pero el vecino, que entiende de medicina – resulta que es odontólogo– no se quedó callado. Dice que es absurdo obligar a la gente a comprar una marca específica cuando hay opciones genéricas disponibles. “¡Qué carga! Me dijeron directamente que esto estaba mal, que estaban forzándonos a comprar de una empresa en particular”, comentó visiblemente molesto.
Y ni hablar del aumento en el precio de la consulta. Según cuenta, el doctor le cobró ¢70.000 en lugar de los ¢60.000 habituales, alegando que la receta digital requería un procedimiento más complejo. ¡Eso sí que es despiche! El Colegio de Farmacéuticos ya había advertido que esto pasaría, pero nadie les hizo caso, aparentemente. Parece que este cambio, que iba a simplificar nuestras vidas, solo nos puso más trabas.
Lo peor de todo es que este caso pone de relieve fallas operativas graves en el nuevo sistema. Ya sabemos que los proyectos gubernamentales a veces salen torcidos, pero perjudicar al usuario final no debería ser la norma. ¿Para qué tanta tecnología si al final nos complica la vida más de lo necesario? Se supone que estos avances son para facilitar el acceso a la atención médica, no para crear barreras.
Hemos intentado contactar al Ministerio de Salud para obtener su versión de la historia, pero, hasta ahora, silencio absoluto. ¡Qué pena! Claramente, todavía hay mucho por pulir en este sistema. Mientras tanto, muchos vecinos siguen sufriendo las consecuencias de estas deficiencias técnicas y económicas. Esta situación refleja una realidad preocupante: la implementación de nuevas tecnologías a menudo deja de lado las necesidades básicas de la población.
Ahora bien, ¿ustedes qué opinan? Con todos estos cambios y complicaciones, ¿creen que la receta digital realmente ha facilitado el acceso a medicamentos o simplemente ha creado nuevos problemas para los pacientes? Dejen sus comentarios abajo y cuenten sus propias experiencias. ¡A ver qué sale de esta vaina!
