Maes, a veces uno lee las noticias internacionales y se queda como... ¿en serio? Este fin de semana, Rusia decidió que no era suficiente el despiche que ya tienen montado en Ucrania y se mandaron con un nuevo "récord": más de 800 drones de un solo tiro contra Kiev. O sea, no estamos hablando de un par de chunches perdidos; fue una operación masiva y coordinada. Imagínense el nivel de caos, el sonido, la gente corriendo. Definitivamente, una vara que uno no le desea a nadie y que marca un antes y un después en esta guerra que parece no tener fin.
Y diay, como era de esperarse, aquí en el terruño la gente de Cancillería no se iba a quedar con los brazos cruzados viendo el show desde lejos. Sacaron el comunicado de rigor, con ese lenguaje diplomático que ya todos conocemos, pero el mensaje de fondo es clarísimo y sin pelos en la lengua: ¡qué torta lo que está haciendo Rusia! Lo llamaron un "repudio enérgico" y una "grave violación a la soberanía". Que, traducido al buen tico, es básicamente un "¡majes, ya párenle al asunto, se están pasando de la raya!".
Pero esta vara tiene un matiz que la hace todavía más complicada y, francamente, más preocupante. No es solo que tiraron un montón de drones a volar. Es que esta vez le dieron durísimo a la sede del gobierno ucraniano, un golpe simbólico y estratégico que no se había visto antes. En el ajedrez de una guerra, eso es mover una pieza muy, muy pesada. Es casi como gritarle al otro en la cara que no hay nada sagrado. Kiev y sus socios lo ven clarito como una nueva escalada, como que Putin está subiendo la apuesta a ver quién parpadea primero. Con esta jugada, cualquier plan de una solución pacífica a corto plazo como que se fue al traste otra vez.
Ahí es donde entra de nuevo nuestro país, con su bandera de la paz. El comunicado insiste en lo que hemos dicho desde el día uno: que esto va en contra de un montón de leyes y resoluciones internacionales. O sea, no es solo una hablada por hablar. Es que, teóricamente, hay reglas para la guerra (qué irónico, ¿no?), y Rusia se las está brincando olímpicamente. Costa Rica, fiel a su brete de país sin ejército y defensor de la paz, vuelve a pedir que cesen las hostilidades. Es como el mae sensato en media fiesta que se está saliendo de control, pidiendo que por favor le bajen el volumen antes de que lleguen los vecinos y se arme el zafarrancho de verdad.
Al final del día, mientras allá vuelan drones, aquí vuelan comunicados. Es fácil, y hasta lógico, verlo desde la comodidad de Chepe y pensar que es una vara lejanísima que no nos afecta. Pero la posición de Costa Rica, aunque simbólica para muchos, tiene su peso en el escenario mundial. Manda un mensaje de qué lado de la historia queremos estar. Solidaridad con las víctimas, respeto a la vida... son palabras que suenan muy bien, pero que se ponen a prueba en momentos como este. La pregunta que a mí me queda en el aire, y se las dejo a ustedes, es: ¿Creen que estas condenas diplomáticas, como la nuestra, realmente sirven para algo? ¿O es puro protocolo mientras el despiche real sigue en otro lado? Los leo, maes.
Y diay, como era de esperarse, aquí en el terruño la gente de Cancillería no se iba a quedar con los brazos cruzados viendo el show desde lejos. Sacaron el comunicado de rigor, con ese lenguaje diplomático que ya todos conocemos, pero el mensaje de fondo es clarísimo y sin pelos en la lengua: ¡qué torta lo que está haciendo Rusia! Lo llamaron un "repudio enérgico" y una "grave violación a la soberanía". Que, traducido al buen tico, es básicamente un "¡majes, ya párenle al asunto, se están pasando de la raya!".
Pero esta vara tiene un matiz que la hace todavía más complicada y, francamente, más preocupante. No es solo que tiraron un montón de drones a volar. Es que esta vez le dieron durísimo a la sede del gobierno ucraniano, un golpe simbólico y estratégico que no se había visto antes. En el ajedrez de una guerra, eso es mover una pieza muy, muy pesada. Es casi como gritarle al otro en la cara que no hay nada sagrado. Kiev y sus socios lo ven clarito como una nueva escalada, como que Putin está subiendo la apuesta a ver quién parpadea primero. Con esta jugada, cualquier plan de una solución pacífica a corto plazo como que se fue al traste otra vez.
Ahí es donde entra de nuevo nuestro país, con su bandera de la paz. El comunicado insiste en lo que hemos dicho desde el día uno: que esto va en contra de un montón de leyes y resoluciones internacionales. O sea, no es solo una hablada por hablar. Es que, teóricamente, hay reglas para la guerra (qué irónico, ¿no?), y Rusia se las está brincando olímpicamente. Costa Rica, fiel a su brete de país sin ejército y defensor de la paz, vuelve a pedir que cesen las hostilidades. Es como el mae sensato en media fiesta que se está saliendo de control, pidiendo que por favor le bajen el volumen antes de que lleguen los vecinos y se arme el zafarrancho de verdad.
Al final del día, mientras allá vuelan drones, aquí vuelan comunicados. Es fácil, y hasta lógico, verlo desde la comodidad de Chepe y pensar que es una vara lejanísima que no nos afecta. Pero la posición de Costa Rica, aunque simbólica para muchos, tiene su peso en el escenario mundial. Manda un mensaje de qué lado de la historia queremos estar. Solidaridad con las víctimas, respeto a la vida... son palabras que suenan muy bien, pero que se ponen a prueba en momentos como este. La pregunta que a mí me queda en el aire, y se las dejo a ustedes, es: ¿Creen que estas condenas diplomáticas, como la nuestra, realmente sirven para algo? ¿O es puro protocolo mientras el despiche real sigue en otro lado? Los leo, maes.