¡Ay, pata qué orgullo! En medio de tanta chincha que hay en el mundo, siempre sale alguien pa' alegrarnos el día. Esta vez, el reconocimiento llegó para Selma Rojas Delgado, una maestra bribri que le puso el alma a su brete y ahora anda brillando con la Medalla al Mérito en la Paz y la Democracia. Lo bueno de esta historia es que no es cuento chino; es pura verdura, pura dedicación.
Pa’ ponerle contexto al asunto, esta medalla es un premio grosito que le da el gobierno a aquellos que se destacan por hacer cosas buenas por el país, ya sea en temas de paz, seguridad o democracia. Y Selma, con su esfuerzo diario, demostró que la educación también es clave pa’ construir un Costa Rica mejor. Nos acordamos de tantos políticos que reciben estos premios, y luego no hacen ni piedra movediza… pero ella sí, mae, ¡ella sí!
Selma lleva 13 años dedicada a la docencia, pero desde hace nueve años se rifa en la Escuela Unidocente Cartago, allá en el territorio indígena de Cabagra, un lugarcito lejano y de difícil acceso. Imagínate, ¡camina siete kilómetros todos los días para llegar a la escuela! No es broma, mae. Así demuestra el compromiso que tiene con sus estudiantes. Y eso, en tiempos de facilidades, vale oro.
La escuela, pa’ darle una idea, es bien pequeña, solo tiene ocho alumnos, todos indígenas. Pero Selma no se amilana; construye una relación cercana con cada uno de ellos. La escuela se ubica estratégicamente, porque en vez de obligar a los niños a caminar esas distancias largas, ella va hasta donde están. ¿Se imaginan el esfuerzo? Es como si le dijera al destino: 'Yo voy a llegar a ti, aunque tenga que andar con las justas'.
“Es un honor representar a todos los docentes del país, especialmente los de zonas rurales y de territorios indígenas”, declaró Selma emocionada. “Este galardón me recuerda que en nuestras manos están todos esos niños que son el futuro del país.” Y así es, mae. Esa responsabilidad de formar a las nuevas generaciones es inmensa. Ella siente eso, y lo demuestra día tras día con su entrega.
Además de enseñar idioma bribri y primaria, Selma se ha metido a fondo en mejorar la vida de toda la comunidad. Ha trabajado pa’ arreglar la infraestructura educativa y comunitaria, apoya a los estudiantes que no pueden ir a la escuela regularmente, coordina albergues cuando hay emergencias y hasta ayuda a reparar puentes. ¡Un maquina, simplemente! Demuestra que ser maestro va mucho más allá de impartir clases; es ser un motor de cambio social.
No nos vamos a quedar con lo superficial, pues. Selma tiene una licenciatura y ha trabajado en otras escuelas, pero encontró su verdadera vocación allá en Cabagra. Se nota que ama su profesión y que su objetivo es brindarles a esos niños una oportunidad digna de estudio, pese a las dificultades. Es un ejemplo de perseverancia y amor al prójimo, cualidades que abundan entre los nuestros, aunque a veces no las valoremos tanto como deberíamos.
En fin, la historia de Selma Rojas es inspiradora y nos invita a reflexionar sobre la importancia de valorar a nuestros maestros, especialmente a aquellos que trabajan en zonas apartadas y marginadas. Ellos son los verdaderos héroes anónimos de nuestro país. Ahora me pregunto, ¿cree usted que el Ministerio de Educación debería invertir más recursos en estas escuelas unidocentes para asegurar que todos los niños tengan acceso a una educación de calidad, independientemente del lugar donde vivan?
Pa’ ponerle contexto al asunto, esta medalla es un premio grosito que le da el gobierno a aquellos que se destacan por hacer cosas buenas por el país, ya sea en temas de paz, seguridad o democracia. Y Selma, con su esfuerzo diario, demostró que la educación también es clave pa’ construir un Costa Rica mejor. Nos acordamos de tantos políticos que reciben estos premios, y luego no hacen ni piedra movediza… pero ella sí, mae, ¡ella sí!
Selma lleva 13 años dedicada a la docencia, pero desde hace nueve años se rifa en la Escuela Unidocente Cartago, allá en el territorio indígena de Cabagra, un lugarcito lejano y de difícil acceso. Imagínate, ¡camina siete kilómetros todos los días para llegar a la escuela! No es broma, mae. Así demuestra el compromiso que tiene con sus estudiantes. Y eso, en tiempos de facilidades, vale oro.
La escuela, pa’ darle una idea, es bien pequeña, solo tiene ocho alumnos, todos indígenas. Pero Selma no se amilana; construye una relación cercana con cada uno de ellos. La escuela se ubica estratégicamente, porque en vez de obligar a los niños a caminar esas distancias largas, ella va hasta donde están. ¿Se imaginan el esfuerzo? Es como si le dijera al destino: 'Yo voy a llegar a ti, aunque tenga que andar con las justas'.
“Es un honor representar a todos los docentes del país, especialmente los de zonas rurales y de territorios indígenas”, declaró Selma emocionada. “Este galardón me recuerda que en nuestras manos están todos esos niños que son el futuro del país.” Y así es, mae. Esa responsabilidad de formar a las nuevas generaciones es inmensa. Ella siente eso, y lo demuestra día tras día con su entrega.
Además de enseñar idioma bribri y primaria, Selma se ha metido a fondo en mejorar la vida de toda la comunidad. Ha trabajado pa’ arreglar la infraestructura educativa y comunitaria, apoya a los estudiantes que no pueden ir a la escuela regularmente, coordina albergues cuando hay emergencias y hasta ayuda a reparar puentes. ¡Un maquina, simplemente! Demuestra que ser maestro va mucho más allá de impartir clases; es ser un motor de cambio social.
No nos vamos a quedar con lo superficial, pues. Selma tiene una licenciatura y ha trabajado en otras escuelas, pero encontró su verdadera vocación allá en Cabagra. Se nota que ama su profesión y que su objetivo es brindarles a esos niños una oportunidad digna de estudio, pese a las dificultades. Es un ejemplo de perseverancia y amor al prójimo, cualidades que abundan entre los nuestros, aunque a veces no las valoremos tanto como deberíamos.
En fin, la historia de Selma Rojas es inspiradora y nos invita a reflexionar sobre la importancia de valorar a nuestros maestros, especialmente a aquellos que trabajan en zonas apartadas y marginadas. Ellos son los verdaderos héroes anónimos de nuestro país. Ahora me pregunto, ¿cree usted que el Ministerio de Educación debería invertir más recursos en estas escuelas unidocentes para asegurar que todos los niños tengan acceso a una educación de calidad, independientemente del lugar donde vivan?