¡Qué pena, má! La noticia sacudió a todos hoy. Resulta que Solera Lezcano, un tipo que estaba cumpliendo condena en el CAI Jorge Arturo Montero Castro, se fue a escampa después de sufrir unas palizas terribles dentro de la cárcel. El pobre falleció en el Hospital de Alajuela, dejando un reguero de preguntas y preocupación generalizada sobre cómo se manejan estos centros.
Según nos cuentan, la bronca empezó hace unos meses, allá por noviembre del año pasado, cuando encontraron al señor Solera tirado en el suelo de su módulo, lleno de moretones y golpes en la cabeza. Claramente, alguien le metió plomo, y encima, parece que lo hicieron bastante a gusto, porque el daño era considerable. Lo rescataron a tiempo y lo mandaron directo al hospital, pero el cuerpo ya estaba muy golpeado.
El Ministerio de Justicia, como siempre, soltó un comunicado lamentando lo sucedido y prometiendo que van a colaborar con el OIJ para aclarar qué pasó exactamente. Pero díganme, ¿hasta dónde llega realmente esa colaboración? Uno se queda pensando si esto hubiera pasado diferente si hubieran más recursos y personal capacitado para vigilar y mantener el orden dentro de las cárceles.
Más de un mes luchó por su vida el señor Solera en el hospital, pero los daños fueron demasiado graves. Imagínate la angustia de su familia, esperando noticias y terminando recibiendo esta terrible confirmación. Una verdadera tragedia que nos obliga a preguntarnos si el sistema penitenciario costarricense está funcionando como debería.
Y no es que esto sea algo nuevo, ¿eh? Ya hemos visto casos similares en otras cárceles del país. Se habla de pandillas, de rivalidades internas, de hacinamiento… Un cóctel explosivo que termina con vidas truncadas. Algunos dicen que hay que endurecer las penas, otros que hay que mejorar las condiciones de vida dentro de la cárcel, pero nadie parece ponerse de acuerdo sobre cuál es la solución correcta.
Lo cierto es que este incidente pone en evidencia las carencias del sistema. ¿Cómo es posible que un recluso sufra una agresión tan violenta dentro de un lugar donde supuestamente está protegido? ¿Dónde quedó la vigilancia, la supervisión, la seguridad? Parece que la respuesta es simple: en la sombra, esperando que otra tragedia ocurra.
Ahora, el OIJ tiene el brete de investigar a fondo lo sucedido. Van a tener que hablar con los internos, revisar las cámaras de seguridad, analizar toda la información disponible para identificar a los responsables y llevarlos ante la justicia. Esperemos que esta vez sí hagan un trabajo decente, porque la impunidad no puede seguir siendo la norma.
En fin, una historia triste que nos recuerda la realidad dura de nuestro sistema penitenciario. Con tanta inseguridad que vivimos afuera, ¿cómo podemos sentirnos seguros sabiendo que adentro, en las cárceles, también ocurren estas cosas? ¿Ustedes creen que el gobierno debería invertir más en mejorar las condiciones de las cárceles, priorizando la rehabilitación de los internos o fortalecer la seguridad interna para evitar estos incidentes violentos?
Según nos cuentan, la bronca empezó hace unos meses, allá por noviembre del año pasado, cuando encontraron al señor Solera tirado en el suelo de su módulo, lleno de moretones y golpes en la cabeza. Claramente, alguien le metió plomo, y encima, parece que lo hicieron bastante a gusto, porque el daño era considerable. Lo rescataron a tiempo y lo mandaron directo al hospital, pero el cuerpo ya estaba muy golpeado.
El Ministerio de Justicia, como siempre, soltó un comunicado lamentando lo sucedido y prometiendo que van a colaborar con el OIJ para aclarar qué pasó exactamente. Pero díganme, ¿hasta dónde llega realmente esa colaboración? Uno se queda pensando si esto hubiera pasado diferente si hubieran más recursos y personal capacitado para vigilar y mantener el orden dentro de las cárceles.
Más de un mes luchó por su vida el señor Solera en el hospital, pero los daños fueron demasiado graves. Imagínate la angustia de su familia, esperando noticias y terminando recibiendo esta terrible confirmación. Una verdadera tragedia que nos obliga a preguntarnos si el sistema penitenciario costarricense está funcionando como debería.
Y no es que esto sea algo nuevo, ¿eh? Ya hemos visto casos similares en otras cárceles del país. Se habla de pandillas, de rivalidades internas, de hacinamiento… Un cóctel explosivo que termina con vidas truncadas. Algunos dicen que hay que endurecer las penas, otros que hay que mejorar las condiciones de vida dentro de la cárcel, pero nadie parece ponerse de acuerdo sobre cuál es la solución correcta.
Lo cierto es que este incidente pone en evidencia las carencias del sistema. ¿Cómo es posible que un recluso sufra una agresión tan violenta dentro de un lugar donde supuestamente está protegido? ¿Dónde quedó la vigilancia, la supervisión, la seguridad? Parece que la respuesta es simple: en la sombra, esperando que otra tragedia ocurra.
Ahora, el OIJ tiene el brete de investigar a fondo lo sucedido. Van a tener que hablar con los internos, revisar las cámaras de seguridad, analizar toda la información disponible para identificar a los responsables y llevarlos ante la justicia. Esperemos que esta vez sí hagan un trabajo decente, porque la impunidad no puede seguir siendo la norma.
En fin, una historia triste que nos recuerda la realidad dura de nuestro sistema penitenciario. Con tanta inseguridad que vivimos afuera, ¿cómo podemos sentirnos seguros sabiendo que adentro, en las cárceles, también ocurren estas cosas? ¿Ustedes creen que el gobierno debería invertir más en mejorar las condiciones de las cárceles, priorizando la rehabilitación de los internos o fortalecer la seguridad interna para evitar estos incidentes violentos?
