¡Qué atestado! La muerte de la pareja alemana, Rüdiger y Manuela Daxer-Schickhaus, en Quepos ha sacudido al país entero. Más allá del dolor por la pérdida de vidas humanas, este caso pinta para ser un brete que nos obliga a reflexionar sobre la seguridad, la inversión extranjera y el estilo de vida que muchos buscan en Costa Rica.
Como ya sabemos, la pareja llevaba casi tres años viviendo en Costa Rica, habiendo llegado a mediados de 2022 y rápidamente enamorándose de nuestra Pura Vida. Al parecer, compraron la propiedad, valuada en más de medio billón de colones, a otros extranjeros y se establecieron allí, utilizándola como una especie de refugio o segunda residencia. Según cuentan, se jactaban de lo paradisíaco de su nuevo hogar, publicando fotos y comentarios entusiastas en grupos de expatriados, describiéndolo como “todo un sueño”.
Y vaya que era un sueño materializado. La descripción de la propiedad deja boquiabierto a cualquiera: 50 mil varas cuadradas, un estanque natural con jacuzzi iluminado, una casa de 550 metros cuadrados completamente remodelada, cuatro amplios dormitorios – ¡incluyendo uno con entrada independiente!, varios baños, una cocina con electrodomésticos de lujo (desde lavavajillas hasta placa vitrocerámica de inducción), y un jardín exuberante con arroyos, cascadas y hasta un establo de 40 metros cuadrados. ¡Imagínate el chunche! Era más que una casa; era un ecosistema privado.
Lo curioso es que, justo días antes de encontrar sus cuerpos, la pareja puso la propiedad a la venta. Según informes, esperaban obtener más de ₡500 millones por ella. Esto ha levantado muchas cejas, porque surge la pregunta: ¿por qué vender una propiedad tan espectacular y aparentemente deseada? ¿Tenían problemas económicos? ¿Estaban planeando regresar a Europa? Este detalle añade otra capa de misterio a la investigación.
Además, el intercambio de mensajes en redes sociales entre el matrimonio y posibles compradores revela inquietudes sobre la seguridad de la propiedad. Uno de los interesados preguntó sobre cercas eléctricas, cámaras de vigilancia, habitaciones de pánico y hasta salas de armas. La respuesta de Rüdiger, aunque tranquilizadora (“Costa Rica es un país muy seguro”), resultó escalofriante a la luz de los acontecimientos. Él aseguró que solo tenían una casa para el cuidador y que no necesitaban medidas de seguridad extremas. Parece que confiaron demasiado en nuestra reputación de país pacífico… aunque esto claramente ha demostrado tener sus grietas.
Las autoridades del OIJ están investigando el caso como un posible robo, y los testimonios recogidos sugieren que la pareja regresaba recientemente de viajes fuera del país. Randall Zúñiga, director general del OIJ, confirmó que la pareja tenía residencia nacional y habían realizado seis ingresos a Costa Rica en los últimos tres años, siendo el más reciente apenas unos días atrás. ¿Podría haber sido un robo frustrado? ¿O hubo otras motivaciones detrás de este terrible acto?
El panorama completo plantea interrogantes inquietantes sobre la vulnerabilidad de propiedades aisladas en zonas rurales y la percepción de seguridad que tenemos de Costa Rica. Es evidente que, si bien somos conocidos por nuestra hospitalidad y belleza natural, no somos inmunes al crimen. Este caso debería servir como una llamada de atención para fortalecer nuestras fuerzas policiales y mejorar los sistemas de seguridad en áreas turísticas y residenciales, especialmente aquellas habitadas por extranjeros.
Este caso, con su mezcla de lujos, sueños rotos y misterio, nos deja pensando: ¿hasta qué punto debemos sacrificar privacidad y comodidad por seguridad? ¿Es realista esperar una vida sin preocupaciones en un entorno rural, incluso en un paraíso como Costa Rica? Y lo más importante: ¿qué medidas podemos tomar como sociedad para prevenir tragedias similares en el futuro y proteger a nuestros visitantes y residentes?
Como ya sabemos, la pareja llevaba casi tres años viviendo en Costa Rica, habiendo llegado a mediados de 2022 y rápidamente enamorándose de nuestra Pura Vida. Al parecer, compraron la propiedad, valuada en más de medio billón de colones, a otros extranjeros y se establecieron allí, utilizándola como una especie de refugio o segunda residencia. Según cuentan, se jactaban de lo paradisíaco de su nuevo hogar, publicando fotos y comentarios entusiastas en grupos de expatriados, describiéndolo como “todo un sueño”.
Y vaya que era un sueño materializado. La descripción de la propiedad deja boquiabierto a cualquiera: 50 mil varas cuadradas, un estanque natural con jacuzzi iluminado, una casa de 550 metros cuadrados completamente remodelada, cuatro amplios dormitorios – ¡incluyendo uno con entrada independiente!, varios baños, una cocina con electrodomésticos de lujo (desde lavavajillas hasta placa vitrocerámica de inducción), y un jardín exuberante con arroyos, cascadas y hasta un establo de 40 metros cuadrados. ¡Imagínate el chunche! Era más que una casa; era un ecosistema privado.
Lo curioso es que, justo días antes de encontrar sus cuerpos, la pareja puso la propiedad a la venta. Según informes, esperaban obtener más de ₡500 millones por ella. Esto ha levantado muchas cejas, porque surge la pregunta: ¿por qué vender una propiedad tan espectacular y aparentemente deseada? ¿Tenían problemas económicos? ¿Estaban planeando regresar a Europa? Este detalle añade otra capa de misterio a la investigación.
Además, el intercambio de mensajes en redes sociales entre el matrimonio y posibles compradores revela inquietudes sobre la seguridad de la propiedad. Uno de los interesados preguntó sobre cercas eléctricas, cámaras de vigilancia, habitaciones de pánico y hasta salas de armas. La respuesta de Rüdiger, aunque tranquilizadora (“Costa Rica es un país muy seguro”), resultó escalofriante a la luz de los acontecimientos. Él aseguró que solo tenían una casa para el cuidador y que no necesitaban medidas de seguridad extremas. Parece que confiaron demasiado en nuestra reputación de país pacífico… aunque esto claramente ha demostrado tener sus grietas.
Las autoridades del OIJ están investigando el caso como un posible robo, y los testimonios recogidos sugieren que la pareja regresaba recientemente de viajes fuera del país. Randall Zúñiga, director general del OIJ, confirmó que la pareja tenía residencia nacional y habían realizado seis ingresos a Costa Rica en los últimos tres años, siendo el más reciente apenas unos días atrás. ¿Podría haber sido un robo frustrado? ¿O hubo otras motivaciones detrás de este terrible acto?
El panorama completo plantea interrogantes inquietantes sobre la vulnerabilidad de propiedades aisladas en zonas rurales y la percepción de seguridad que tenemos de Costa Rica. Es evidente que, si bien somos conocidos por nuestra hospitalidad y belleza natural, no somos inmunes al crimen. Este caso debería servir como una llamada de atención para fortalecer nuestras fuerzas policiales y mejorar los sistemas de seguridad en áreas turísticas y residenciales, especialmente aquellas habitadas por extranjeros.
Este caso, con su mezcla de lujos, sueños rotos y misterio, nos deja pensando: ¿hasta qué punto debemos sacrificar privacidad y comodidad por seguridad? ¿Es realista esperar una vida sin preocupaciones en un entorno rural, incluso en un paraíso como Costa Rica? Y lo más importante: ¿qué medidas podemos tomar como sociedad para prevenir tragedias similares en el futuro y proteger a nuestros visitantes y residentes?
