¡Ay, patata! Aquí te va la bronca, mi gente. La verdad es que me quedé fría leyendo esto. La Unidad de Quimioterapia del Hospital San Juan de Dios, ese lugar donde muchos pierden y recuperan pedacitos de vida, anda hecha un batiburrillo. Pese a que le ponen toda la buena voluntad los funcionarios, las cosas no andan como deberían. Más de mil ochocientas personas pasaron por ahí en septiembre, recibiendo atención, sí, pero apretaditos como sardinas en lata.
Imagínate, mi pana, Raquel Mora, que trabaja allá, me contó que los estándares dicen que debe haber como metro veinte entre sillones para que la gente pueda moverse decentemente. Pero, ¿qué vemos allá? ¡Unos cuarenta centímetros! Menos que un brete de pura necesidad. El hacinamiento es tal que hasta la quimio la reciben algunos sentados en sillas de pasillo, ¡a medio camino! Un chunche serio, vamos.
Y ojo, porque la cosa no es solo de espacio físico. Nosotros, los ticos, estamos multiplicándonos en cáncer, ¿díay? Y la infraestructura y el personal de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) no van al mismo ritmo. Gente de Brunca y Central Sur viene buscando alivio al San Juan porque en otras partes no hay quien les dé la mano. Imagínate el estrés, mi pana, irte desde tan lejos para enfrentarte a todo eso.
“Los pacientes llegan con problemas de transporte, a veces desde la Zona Sur. Las ambulancias recogen a todos, a la misma hora... a madrugadita, ¡prácticamente a medianoche!”, dice la doctora Mora. No es fácil, eh. Uno se da cuenta de que la cosa es más complicada de lo que parece a primera vista. La Vara está salada, hay que reconocerlo.
Según Ileana González, otra oncóloga del hospital, ya sabían que la unidad era chica desde que la construyeron. “El cáncer tiene cada vez más incidencia en el mundo y en Costa Rica, y todos los pacientes de la Zona Sur terminan viniendo directo al San Juan”, explica. Se ven abrumados, sobrecargados… y nadie les culpa, mi amor. Aguantar bajo esas circunstancias requiere de nervios de acero, digo yo.
José Pablo Villalobos, jefe del departamento de hematología, confirma que la infraestructura es limitada y que no hay margen para crecer. Aunque hablan de remodelaciones y reordenamientos, la solución a largo plazo es buscar un nuevo sitio. Mientras tanto, apelan a jornadas extendidas y horarios especiales para tratar de darle a todos la atención que necesitan, aunque sea a trompicones. ¡Qué nivel de compromiso, diay!
Pero no todo es drama, mi gente. Hay corazones nobles trabajando duro para mejorar las condiciones. Hope Gala, por ejemplo, dona medicinas como el Modifical, que ayuda contra las náuseas, y cobijas para los pacientes que vienen de lejos. También le dieron un microondas para calentar la comidita, ¡porque antes tenían que andar rogándole a las voluntarias! Y las Damas Israelitas van a donar 28 sillones nuevos, a cachete, que cumplen con los requisitos del hospital. Además, están instalando internet para que los pacientes puedan comunicarse con sus familias, aunque todavía falta resolver el problema para los acompañantes – que a veces se quedan incomunicados en la sala de espera. Ese brete del internet, ¡una torta!
Sin embargo, la pregunta que me hago es ésta: ¿Cómo podemos, como sociedad costarricense, asegurar que todos los pacientes oncológicos tengan acceso a una atención digna y oportuna, independientemente de dónde vivan o de su condición socioeconómica? ¿Es suficiente con depender de las donaciones privadas, o necesitamos una inversión pública más robusta para fortalecer la red de servicios de salud oncológica en todo el país?
Imagínate, mi pana, Raquel Mora, que trabaja allá, me contó que los estándares dicen que debe haber como metro veinte entre sillones para que la gente pueda moverse decentemente. Pero, ¿qué vemos allá? ¡Unos cuarenta centímetros! Menos que un brete de pura necesidad. El hacinamiento es tal que hasta la quimio la reciben algunos sentados en sillas de pasillo, ¡a medio camino! Un chunche serio, vamos.
Y ojo, porque la cosa no es solo de espacio físico. Nosotros, los ticos, estamos multiplicándonos en cáncer, ¿díay? Y la infraestructura y el personal de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) no van al mismo ritmo. Gente de Brunca y Central Sur viene buscando alivio al San Juan porque en otras partes no hay quien les dé la mano. Imagínate el estrés, mi pana, irte desde tan lejos para enfrentarte a todo eso.
“Los pacientes llegan con problemas de transporte, a veces desde la Zona Sur. Las ambulancias recogen a todos, a la misma hora... a madrugadita, ¡prácticamente a medianoche!”, dice la doctora Mora. No es fácil, eh. Uno se da cuenta de que la cosa es más complicada de lo que parece a primera vista. La Vara está salada, hay que reconocerlo.
Según Ileana González, otra oncóloga del hospital, ya sabían que la unidad era chica desde que la construyeron. “El cáncer tiene cada vez más incidencia en el mundo y en Costa Rica, y todos los pacientes de la Zona Sur terminan viniendo directo al San Juan”, explica. Se ven abrumados, sobrecargados… y nadie les culpa, mi amor. Aguantar bajo esas circunstancias requiere de nervios de acero, digo yo.
José Pablo Villalobos, jefe del departamento de hematología, confirma que la infraestructura es limitada y que no hay margen para crecer. Aunque hablan de remodelaciones y reordenamientos, la solución a largo plazo es buscar un nuevo sitio. Mientras tanto, apelan a jornadas extendidas y horarios especiales para tratar de darle a todos la atención que necesitan, aunque sea a trompicones. ¡Qué nivel de compromiso, diay!
Pero no todo es drama, mi gente. Hay corazones nobles trabajando duro para mejorar las condiciones. Hope Gala, por ejemplo, dona medicinas como el Modifical, que ayuda contra las náuseas, y cobijas para los pacientes que vienen de lejos. También le dieron un microondas para calentar la comidita, ¡porque antes tenían que andar rogándole a las voluntarias! Y las Damas Israelitas van a donar 28 sillones nuevos, a cachete, que cumplen con los requisitos del hospital. Además, están instalando internet para que los pacientes puedan comunicarse con sus familias, aunque todavía falta resolver el problema para los acompañantes – que a veces se quedan incomunicados en la sala de espera. Ese brete del internet, ¡una torta!
Sin embargo, la pregunta que me hago es ésta: ¿Cómo podemos, como sociedad costarricense, asegurar que todos los pacientes oncológicos tengan acceso a una atención digna y oportuna, independientemente de dónde vivan o de su condición socioeconómica? ¿Es suficiente con depender de las donaciones privadas, o necesitamos una inversión pública más robusta para fortalecer la red de servicios de salud oncológica en todo el país?
