¡Ay, Dios mío! ¿Se imaginan? Treinta y seis familias viviendo con la incertidumbre pegada al alma. Así estamos en Costa Rica, con una lista larga de personas desaparecidas que sigue creciendo. Según el OIJ, desde el 2020 hasta mitad de 2025, hemos recibido más de 18 mil reportes de gente que se esfumó, incluyendo muchísimos jovencitos. ¡Qué torta!
Y sí, la mayoría terminan apareciendo, eso da alivio, que no se me note. Pero esos 36… ahí están, en los libros del OIJ, mirando fijamente, sin dar señales. Son como fantasmas buscando a alguien que los recuerde, almas perdidas en medio del brete diario.
De esos 36, la mayoría son hombres, muchos con un pasado turbio, asustan, o metidos en cosas que no deberían. Parece que la sombra del ‘crimen organizado’ se extiende por todo el país, y estos casos son, en muchos, consecuencias de viejas rencillas o nuevas traiciones. Ramírez, Vargas, Mendoza... nombres que se quedan flotando en el aire, sembrando miedo y desesperación.
Pero no todos son así, chunches. Hay casos que te dejan pensando, que te preguntan si realmente entendemos cómo funciona esto. Como el del buenazo de San Ramón, cuyo carro apareció abandonado, pero él ni rastro. ¡Qué chispa! Buscanlo por todas partes, en Barranca, en el Cerro de Poás, pero el pobre no aparece. ¿Dónde estará?
Limón es la provincia que más preocupa, con 20 personas sin ubicar. Ahí tenemos historias duras, como la de un pibe que desapareció en pleno 2023 y ahora ya iba a cumplir la mayoría de edad. Un futuro truncado, una familia destrozada. ¡Qué sal! Te duele el corazón pensar en lo que pudo haber sido.
El director del OIJ, Randall Zúñiga, nos dice que la situación se ha complicado en los últimos años. Que hay más violencia, más bandas criminales, y que la gente se desaparece porque simplemente les da la gana, porque tienen poder e impunidad. ¿Hasta dónde vamos a llegar, diay? ¿Cuando vamos a ponerle un alto a esta barbaridad?
No podemos olvidar a esas familias que viven con la esperanza viva, aferradas a la idea de que algún día van a volver a ver a sus seres queridos. Son guerreras, luchadoras incansables. Visitan estaciones de policía, andan pegando volantes por toda la ciudad, rezan a San Isidro Labrador para que les dé fuerzas. Son el alma de Costa Rica, la prueba de que incluso en la oscuridad siempre hay luz.
Este panorama nos obliga a hacernos unas preguntas difíciles: ¿Estamos haciendo lo suficiente para proteger a nuestros ciudadanos? ¿Cómo podemos fortalecer las instituciones encargadas de investigar estos casos? ¿Y qué responsabilidad tenemos nosotros, como sociedad, en la prevención de estas tragedias? En fin, mias, amigos, ¿creen que el Estado debería invertir más recursos en la búsqueda de personas desaparecidas, o creen que enfocarnos en combatir el crimen organizado sería más efectivo? Déjenme sus opiniones abajo, quiero saber qué piensa el pueblo tico sobre este tema tan delicado.
Y sí, la mayoría terminan apareciendo, eso da alivio, que no se me note. Pero esos 36… ahí están, en los libros del OIJ, mirando fijamente, sin dar señales. Son como fantasmas buscando a alguien que los recuerde, almas perdidas en medio del brete diario.
De esos 36, la mayoría son hombres, muchos con un pasado turbio, asustan, o metidos en cosas que no deberían. Parece que la sombra del ‘crimen organizado’ se extiende por todo el país, y estos casos son, en muchos, consecuencias de viejas rencillas o nuevas traiciones. Ramírez, Vargas, Mendoza... nombres que se quedan flotando en el aire, sembrando miedo y desesperación.
Pero no todos son así, chunches. Hay casos que te dejan pensando, que te preguntan si realmente entendemos cómo funciona esto. Como el del buenazo de San Ramón, cuyo carro apareció abandonado, pero él ni rastro. ¡Qué chispa! Buscanlo por todas partes, en Barranca, en el Cerro de Poás, pero el pobre no aparece. ¿Dónde estará?
Limón es la provincia que más preocupa, con 20 personas sin ubicar. Ahí tenemos historias duras, como la de un pibe que desapareció en pleno 2023 y ahora ya iba a cumplir la mayoría de edad. Un futuro truncado, una familia destrozada. ¡Qué sal! Te duele el corazón pensar en lo que pudo haber sido.
El director del OIJ, Randall Zúñiga, nos dice que la situación se ha complicado en los últimos años. Que hay más violencia, más bandas criminales, y que la gente se desaparece porque simplemente les da la gana, porque tienen poder e impunidad. ¿Hasta dónde vamos a llegar, diay? ¿Cuando vamos a ponerle un alto a esta barbaridad?
No podemos olvidar a esas familias que viven con la esperanza viva, aferradas a la idea de que algún día van a volver a ver a sus seres queridos. Son guerreras, luchadoras incansables. Visitan estaciones de policía, andan pegando volantes por toda la ciudad, rezan a San Isidro Labrador para que les dé fuerzas. Son el alma de Costa Rica, la prueba de que incluso en la oscuridad siempre hay luz.
Este panorama nos obliga a hacernos unas preguntas difíciles: ¿Estamos haciendo lo suficiente para proteger a nuestros ciudadanos? ¿Cómo podemos fortalecer las instituciones encargadas de investigar estos casos? ¿Y qué responsabilidad tenemos nosotros, como sociedad, en la prevención de estas tragedias? En fin, mias, amigos, ¿creen que el Estado debería invertir más recursos en la búsqueda de personas desaparecidas, o creen que enfocarnos en combatir el crimen organizado sería más efectivo? Déjenme sus opiniones abajo, quiero saber qué piensa el pueblo tico sobre este tema tan delicado.