Maes, a veces uno está tranquilamente scrolleando en redes, viendo memes de la Sele o quejas del marchamo, y de pronto ¡PUM! Te topas con una vara que te frena en seco y te pone a pensar. Eso fue exactamente lo que pasó con el último tuitazo de la expresidenta Laura Chinchilla. Sin pelos en la lengua, la doña agarró y comparó el fenómeno de Nayib Bukele en El Salvador con, agárrense, nada más y nada menos que la Venezuela de Hugo Chávez y la Nicaragua de Daniel Ortega. Una afirmación que, para bien o para mal, no deja a nadie indiferente.
La vara, según Chinchilla, es que el libreto es casi calcado, un patrón que se repite con una precisión que asusta. Ella desmenuza el asunto en cuatro pasos que suenan peligrosamente familiares. Primero: los tres personajes llegan al poder por la vía democrática y con un apoyo masivo en las urnas. Segundo: una vez sentados en la silla presidencial, les entra la tentación de quedarse y empiezan a mover los hilos para impulsar la reelección indefinida. Tercero, y aquí la cosa se pone color de hormiga: este movimiento viene acompañado del control absoluto del parlamento y de meter mano en el Poder Judicial, mandando la independencia de poderes para el carajo. ¡Qué torta!
El cuarto punto es quizás el más filoso y el que más nos debería poner a meditar. Todo este despiche se arma justo cuando gozan de una popularidad altísima. O sea, la misma gente los apoya y les aplaude las jugadas, hasta que de un pronto a otro, ya es muy tarde para echar para atrás. Chinchilla lo resume con esa frase de abuelita que nunca falla: "en guerra avisada no muere soldado". El mensaje es clarísimo: no entreguen el voto como quien entrega un cheque en blanco, y duden de cualquiera que pida control total del Ejecutivo y el Legislativo, porque lo que sigue es el control de las cortes y el cambio de reglas a media partida.
Claro, del otro lado de la acera está Bukele, quien niega que buscar la reelección sea "el fin de la democracia". Sus defensores argumentan que su popularidad es la prueba de que está haciendo las cosas bien y que simplemente responde a la voluntad de un pueblo harto de la politiquería tradicional. Y diay, es un argumento potente. Pero la advertencia de Chinchilla nos obliga a preguntarnos: ¿dónde se traza la línea? El brete de un líder es cumplirle a la gente, sí, pero también es cuidar el chunche completo, el sistema que garantiza que el poder no se vuelva absoluto. La democracia es más que solo elecciones; es un delicado balance de pesos y contrapesos.
Pensemos en ese balance como un queque. Se supone que el poder se reparte en pedazos (Ejecutivo, Legislativo, Judicial) para que nadie se lo pueda hartar todo de un solo sentón. El problema empieza cuando uno de los comensales convence a los otros de que le den sus porciones. Cuando la Asamblea Legislativa y la Corte Suprema son "amiguis" del presidente de turno, ¿quién le pone el freno? ¿Quién le dice "¡epa, mae, por ahí no es!"? En ese momento, cualquier plan para mantener el equilibrio y la sanidad del sistema simplemente se va al traste.
Al final, el debate que abre Chinchilla trasciende las fronteras de El Salvador y nos salpica a todos en la región. Nos obliga a mirar con lupa a nuestros propios líderes y a los discursos que venden soluciones fáciles a problemas complejos. Maes, aquí la pregunta del millón: ¿Es Chinchilla una exagerada que ve fantasmas donde no los hay, o de verdad está poniendo el dedo en la llaga antes de que sea muy tarde? ¿La popularidad de un líder justifica cambiar las reglas del juego democrático? ¿O estamos viendo el tráiler de una película que ya nos sabemos de memoria? ¡Los leo en los comentarios, a ver qué piensan de toda esta vara!
La vara, según Chinchilla, es que el libreto es casi calcado, un patrón que se repite con una precisión que asusta. Ella desmenuza el asunto en cuatro pasos que suenan peligrosamente familiares. Primero: los tres personajes llegan al poder por la vía democrática y con un apoyo masivo en las urnas. Segundo: una vez sentados en la silla presidencial, les entra la tentación de quedarse y empiezan a mover los hilos para impulsar la reelección indefinida. Tercero, y aquí la cosa se pone color de hormiga: este movimiento viene acompañado del control absoluto del parlamento y de meter mano en el Poder Judicial, mandando la independencia de poderes para el carajo. ¡Qué torta!
El cuarto punto es quizás el más filoso y el que más nos debería poner a meditar. Todo este despiche se arma justo cuando gozan de una popularidad altísima. O sea, la misma gente los apoya y les aplaude las jugadas, hasta que de un pronto a otro, ya es muy tarde para echar para atrás. Chinchilla lo resume con esa frase de abuelita que nunca falla: "en guerra avisada no muere soldado". El mensaje es clarísimo: no entreguen el voto como quien entrega un cheque en blanco, y duden de cualquiera que pida control total del Ejecutivo y el Legislativo, porque lo que sigue es el control de las cortes y el cambio de reglas a media partida.
Claro, del otro lado de la acera está Bukele, quien niega que buscar la reelección sea "el fin de la democracia". Sus defensores argumentan que su popularidad es la prueba de que está haciendo las cosas bien y que simplemente responde a la voluntad de un pueblo harto de la politiquería tradicional. Y diay, es un argumento potente. Pero la advertencia de Chinchilla nos obliga a preguntarnos: ¿dónde se traza la línea? El brete de un líder es cumplirle a la gente, sí, pero también es cuidar el chunche completo, el sistema que garantiza que el poder no se vuelva absoluto. La democracia es más que solo elecciones; es un delicado balance de pesos y contrapesos.
Pensemos en ese balance como un queque. Se supone que el poder se reparte en pedazos (Ejecutivo, Legislativo, Judicial) para que nadie se lo pueda hartar todo de un solo sentón. El problema empieza cuando uno de los comensales convence a los otros de que le den sus porciones. Cuando la Asamblea Legislativa y la Corte Suprema son "amiguis" del presidente de turno, ¿quién le pone el freno? ¿Quién le dice "¡epa, mae, por ahí no es!"? En ese momento, cualquier plan para mantener el equilibrio y la sanidad del sistema simplemente se va al traste.
Al final, el debate que abre Chinchilla trasciende las fronteras de El Salvador y nos salpica a todos en la región. Nos obliga a mirar con lupa a nuestros propios líderes y a los discursos que venden soluciones fáciles a problemas complejos. Maes, aquí la pregunta del millón: ¿Es Chinchilla una exagerada que ve fantasmas donde no los hay, o de verdad está poniendo el dedo en la llaga antes de que sea muy tarde? ¿La popularidad de un líder justifica cambiar las reglas del juego democrático? ¿O estamos viendo el tráiler de una película que ya nos sabemos de memoria? ¡Los leo en los comentarios, a ver qué piensan de toda esta vara!