¡Ay, Dios mío! La COP30 de Belém terminó siendo otro fajón, díganle a mis primos ecologistas. Esperábamos ver un compromiso real para dejar atrás esas chimeneas vomitando petróleo y carbón, pero resultó que los países productoras se agarraron a sus intereses como hámsters a una nuez. Al final, salió un comunicado que parece escrito con letra pequeña, donde nadie se compromete a nada concreto.
Para refrescarles la memoria, la COP30 era importantísima porque se hacía por primera vez en territorio amazónico. La idea era darle protagonismo a la selva y a las comunidades indígenas, mostrarle al mundo la urgencia de proteger estos ecosistemas vitales. Había mucha expectativa, ¿eh? Se hablaba de ambiciones renovadas, de metas más agresivas… Pero bueno, ya sabemos cómo funcionan estas cosas: entre negociación y negociación, todo se diluye hasta quedar en una sopa aguada.
Lo que realmente picó a la gente –y a mí también, honestamente– fue que ni siquiera mencionan explícitamente la necesidad de abandonar los combustibles fósiles. Más de 80 países estaban pidiendo eso, desde pequeños estados insulares amenazados por el aumento del nivel del mar hasta grandes economías que reconocen la amenaza del cambio climático. Imagínate la bronca que se armó detrás de escena. Países como Arabia Saudita y Rusia, obviamente, no iban a ceder tan fácil, y lograron torpedear cualquier intento de llegar a un acuerdo firme al respecto.
El resultado, como decían por ahí durante las negociaciones, fue un “acuerdo de mínimos”. Una especie de concesión mutua para evitar quedar mal frente al resto del mundo. Proponen “acelerar” la acción climática, sí, pero de manera voluntaria. Como si fuera un chunche extra para comprar el silencio de todos. Esto, vamos a ser sinceros, es como ponerle curitas a un elefante con neumonía; simplemente no soluciona el problema de fondo.
Y claro, no faltaron las críticas. Organizaciones ambientalistas, activistas y científicos lamentaron profundamente el fracaso de la COP30. Lo califican de “oportunidad perdida”, de “traición a las futuras generaciones”. Muchos se preguntan qué sentido tienen estas reuniones si al final terminan siendo un mero ejercicio retórico, un show mediático donde nadie asume responsabilidades reales.
Ahora, la pelota vuelve a estar en nuestro tejado, en el de nosotros los ciudadanos. No podemos quedarnos cruzados de brazos esperando que los políticos hagan la magia. Hay que exigir medidas concretas, apoyar iniciativas sostenibles, presionar a las empresas para que adopten prácticas responsables. Porque, seamos claros, el planeta no va a salvarse solo. Requiere del esfuerzo colectivo de todos.
Es curioso, mientras esto sucedía en Belém, acá en Costa Rica estábamos disfrutando de un clima fresquito, de nuestras playas paradisíacas... Uno piensa: “¿Nos estamos dando cuenta de lo privilegiados que somos?”. Pero también nos toca hacer nuestra parte, reducir nuestra huella de carbono, promover la conservación de nuestros recursos naturales. Nos vamos dando cuenta, diay, que esto del cambio climático nos afecta a todos, aunque algunos parezcan más inmunes que otros.
En fin, qué pena, mael. Esta COP30 nos dejó un sabor amargo en la boca. Parece que todavía tenemos mucho camino por recorrer para lograr un futuro sostenible. Ahora me pregunto, ¿crees que alguna vez veremos a los líderes mundiales ponerse de acuerdo y tomar decisiones audaces para enfrentar el cambio climático, o continuaremos asistiendo a estos acuerdos tibios que no logran marcar la diferencia?
Para refrescarles la memoria, la COP30 era importantísima porque se hacía por primera vez en territorio amazónico. La idea era darle protagonismo a la selva y a las comunidades indígenas, mostrarle al mundo la urgencia de proteger estos ecosistemas vitales. Había mucha expectativa, ¿eh? Se hablaba de ambiciones renovadas, de metas más agresivas… Pero bueno, ya sabemos cómo funcionan estas cosas: entre negociación y negociación, todo se diluye hasta quedar en una sopa aguada.
Lo que realmente picó a la gente –y a mí también, honestamente– fue que ni siquiera mencionan explícitamente la necesidad de abandonar los combustibles fósiles. Más de 80 países estaban pidiendo eso, desde pequeños estados insulares amenazados por el aumento del nivel del mar hasta grandes economías que reconocen la amenaza del cambio climático. Imagínate la bronca que se armó detrás de escena. Países como Arabia Saudita y Rusia, obviamente, no iban a ceder tan fácil, y lograron torpedear cualquier intento de llegar a un acuerdo firme al respecto.
El resultado, como decían por ahí durante las negociaciones, fue un “acuerdo de mínimos”. Una especie de concesión mutua para evitar quedar mal frente al resto del mundo. Proponen “acelerar” la acción climática, sí, pero de manera voluntaria. Como si fuera un chunche extra para comprar el silencio de todos. Esto, vamos a ser sinceros, es como ponerle curitas a un elefante con neumonía; simplemente no soluciona el problema de fondo.
Y claro, no faltaron las críticas. Organizaciones ambientalistas, activistas y científicos lamentaron profundamente el fracaso de la COP30. Lo califican de “oportunidad perdida”, de “traición a las futuras generaciones”. Muchos se preguntan qué sentido tienen estas reuniones si al final terminan siendo un mero ejercicio retórico, un show mediático donde nadie asume responsabilidades reales.
Ahora, la pelota vuelve a estar en nuestro tejado, en el de nosotros los ciudadanos. No podemos quedarnos cruzados de brazos esperando que los políticos hagan la magia. Hay que exigir medidas concretas, apoyar iniciativas sostenibles, presionar a las empresas para que adopten prácticas responsables. Porque, seamos claros, el planeta no va a salvarse solo. Requiere del esfuerzo colectivo de todos.
Es curioso, mientras esto sucedía en Belém, acá en Costa Rica estábamos disfrutando de un clima fresquito, de nuestras playas paradisíacas... Uno piensa: “¿Nos estamos dando cuenta de lo privilegiados que somos?”. Pero también nos toca hacer nuestra parte, reducir nuestra huella de carbono, promover la conservación de nuestros recursos naturales. Nos vamos dando cuenta, diay, que esto del cambio climático nos afecta a todos, aunque algunos parezcan más inmunes que otros.
En fin, qué pena, mael. Esta COP30 nos dejó un sabor amargo en la boca. Parece que todavía tenemos mucho camino por recorrer para lograr un futuro sostenible. Ahora me pregunto, ¿crees que alguna vez veremos a los líderes mundiales ponerse de acuerdo y tomar decisiones audaces para enfrentar el cambio climático, o continuaremos asistiendo a estos acuerdos tibios que no logran marcar la diferencia?