Hablar de una Costa Rica bilingüe se ha convertido en una especie de mantra del desarrollo educativo y social del país, pero lo cierto es que más que un objetivo concreto, parece una promesa lejana. Según las voces expertas, lograr un país donde el inglés sea parte del ADN cultural no es tan fácil como suena, y los desafíos no se limitan a lo económico o tecnológico; el verdadero obstáculo es una combinación de mentalidad, generación y, en cierto modo, resistencia al cambio.
Vamos a ser claros: En las grandes ciudades y los centros urbanos, hablar inglés ya no es un lujo, es casi una obligación.
Las ofertas laborales más competitivas, especialmente en el sector de servicios, piden con insistencia un nivel intermedio o avanzado del idioma. Y mientras tanto, en las áreas rurales, aprender inglés sigue siendo una aspiración de pocos. ¿Qué tan justo es que en un país que aboga por la igualdad, solo unos cuantos tengan acceso a este tipo de formación? La respuesta, como siempre, está teñida de desigualdad.
El Ministerio de Educación Pública (MEP) ha hecho esfuerzos visibles por impulsar el bilingüismo. Pero los resultados están lejos de lo esperado. Según los últimos datos, el 90% de las escuelas primarias públicas del país incluyen clases de inglés en su currículo, pero enseñar inglés no es sinónimo de aprenderlo. A menudo, los profesores no están lo suficientemente preparados, y mucho menos cuentan con los recursos tecnológicos para enseñar de manera efectiva. Esto nos lleva a una pregunta incómoda:
¿Cuántos de esos estudiantes realmente logran el dominio suficiente para enfrentar un mundo laboral que demanda cada vez más habilidades en inglés?
No es solo una cuestión de dinero. Está el tema de la generación. Muchas familias no perciben el inglés como una herramienta indispensable. Es cierto que hace un par de décadas, la necesidad de hablar inglés no era tan evidente como ahora. Pero el futuro ya no espera.
¿Cómo convencer a generaciones de padres y madres que crecieron sin la necesidad de hablar inglés de que inviertan tiempo, esfuerzo y, en algunos casos, dinero para asegurar que sus hijos sí lo aprendan?
Uno de los puntos más irónicos de esta conversación es que, mientras tanto, el sector privado avanza a pasos agigantados. Las familias con mayor capacidad económica pueden inscribir a sus hijos en escuelas privadas bilingües donde el inglés es prácticamente el idioma principal. Pero para la mayoría de los costarricenses, este es un lujo inalcanzable.
¿Y la tecnología?
Aquí entra un jugador clave, pero uno que sigue tropezando. Los programas como "Inglés Remoto" y plataformas educativas digitales son, en teoría, grandes soluciones. Sin embargo, la conectividad sigue siendo un problema. No importa cuán avanzado sea el programa si en la zona rural más cercana no hay una conexión estable a internet.
Pero no todo es pesimismo. Se ha visto un avance, aunque lento, en la formación de docentes bilingües, y se han implementado programas de inmersión desde la primera infancia. Sin embargo, el verdadero reto radica en cambiar esa mentalidad colectiva que aún ve el inglés como algo lejano.
Si queremos una Costa Rica bilingüe de verdad, el cambio debe ser tanto estructural como cultural.
¿Estamos preparados para ello?
Vamos a ser claros: En las grandes ciudades y los centros urbanos, hablar inglés ya no es un lujo, es casi una obligación.
Las ofertas laborales más competitivas, especialmente en el sector de servicios, piden con insistencia un nivel intermedio o avanzado del idioma. Y mientras tanto, en las áreas rurales, aprender inglés sigue siendo una aspiración de pocos. ¿Qué tan justo es que en un país que aboga por la igualdad, solo unos cuantos tengan acceso a este tipo de formación? La respuesta, como siempre, está teñida de desigualdad.
El Ministerio de Educación Pública (MEP) ha hecho esfuerzos visibles por impulsar el bilingüismo. Pero los resultados están lejos de lo esperado. Según los últimos datos, el 90% de las escuelas primarias públicas del país incluyen clases de inglés en su currículo, pero enseñar inglés no es sinónimo de aprenderlo. A menudo, los profesores no están lo suficientemente preparados, y mucho menos cuentan con los recursos tecnológicos para enseñar de manera efectiva. Esto nos lleva a una pregunta incómoda:
¿Cuántos de esos estudiantes realmente logran el dominio suficiente para enfrentar un mundo laboral que demanda cada vez más habilidades en inglés?
No es solo una cuestión de dinero. Está el tema de la generación. Muchas familias no perciben el inglés como una herramienta indispensable. Es cierto que hace un par de décadas, la necesidad de hablar inglés no era tan evidente como ahora. Pero el futuro ya no espera.
¿Cómo convencer a generaciones de padres y madres que crecieron sin la necesidad de hablar inglés de que inviertan tiempo, esfuerzo y, en algunos casos, dinero para asegurar que sus hijos sí lo aprendan?
Uno de los puntos más irónicos de esta conversación es que, mientras tanto, el sector privado avanza a pasos agigantados. Las familias con mayor capacidad económica pueden inscribir a sus hijos en escuelas privadas bilingües donde el inglés es prácticamente el idioma principal. Pero para la mayoría de los costarricenses, este es un lujo inalcanzable.
¿Y la tecnología?
Aquí entra un jugador clave, pero uno que sigue tropezando. Los programas como "Inglés Remoto" y plataformas educativas digitales son, en teoría, grandes soluciones. Sin embargo, la conectividad sigue siendo un problema. No importa cuán avanzado sea el programa si en la zona rural más cercana no hay una conexión estable a internet.
Pero no todo es pesimismo. Se ha visto un avance, aunque lento, en la formación de docentes bilingües, y se han implementado programas de inmersión desde la primera infancia. Sin embargo, el verdadero reto radica en cambiar esa mentalidad colectiva que aún ve el inglés como algo lejano.
Si queremos una Costa Rica bilingüe de verdad, el cambio debe ser tanto estructural como cultural.
¿Estamos preparados para ello?