¿Se acuerdan de esa historia que salió en The Guardian hace ratitos? Pues, resulta que no era cuento chino. La movida de los gringos John y Ann Bender, que se vinieron a Costa Rica buscando el paraíso, terminó siendo una verdadera torta, llena de drama, dinero y abogados. Teníamos que darle seguimiento, porque esto es más complejo que el tráfico en Plaza Vargas un viernes.
Todo empezó hace más de dos décadas, cuando estos dos, John con su cabecita para las finanzas y Ann conectadísima con la naturaleza, estaban haciendo manija en Estados Unidos. Él, un crack en Wall Street, manejando fondos y prediciendo tendencias como si tuviera la bola de cristal. Ella, una brasileña con visión de futuro, buscándole sentido a la vida más allá de los números. Se dice que hacían una mezcla extraña, pero al final, ¡le pegó!
Entonces, hartos de la rutina y buscando desconectarse del mundanal ruido, decidieron invertir una fortuna en Costa Rica. Nos vamos pa’ Barú, distrito de Pérez Zeledón, y se compraron unas 2.000 hectáreas. Imagínense la jugada: un terrenón enorme, en medio de la selva, lejos de todo. Ahí construyeron una mansión circular de cuatro pisos, de esas que ves en revistas de lujo. Le pusieron Boracayán, suena exótico, ¿verdad?
Boracayán se convirtió en su paraíso particular. Coleccionaban joyería como si no hubiera un mañana y la finca estaba llena de animales salvajes: monos, perezosos, guacamayos… Un verdadero zoológico privado. Pero, como suele pasar en estas historias, el paraíso empezó a tener grietas. Aparentemente, tanto John como Ann tenían historial de problemas mentales, cuadros de bipolaridad y depresión que se agudizaron con el paso del tiempo y el aislamiento. Era como si el mismo paraíso se les estuviera volviendo en contra.
Además, empezaron a surgir roces con los vecinos, rumores de amenazas y paranoia generalizada. Según cuentan, John fue detenido en 2001 por un tema judicial en Estados Unidos, lo cual encendió todas las alarmas. Reforzaron la seguridad, contrataron guardias armados y cerraron aún más sus puertas al mundo exterior. La vida se les fue tornando cada vez más solitaria, casi como vivir en una burbuja.
La situación de Ann empeoró drásticamente. Cayó en una depresión profunda y sufrió desnutrición severa. John, atormentado por la culpa, intentaba ayudarla, pero parece que ya era demasiado tarde. De repente, en enero de 2010, bam: encontraron a John muerto en su propia casa, con un tiro en la cabeza. Inmediatamente, la sospecha recayó sobre Ann. Así se abrió un capítulo lleno de procesos judiciales, abogados y revuelos mediáticos que hasta ahora no han terminado.
Han sido varios los juicios que ha enfrentado Ann, acusada de asesinar a su esposo. Dos veces la han absuelto y una vez la condenaron, aunque esa condena luego fue anulada en apelación. La cosa se complica aún más con el diagnóstico de psicosis compartida, una condición rara en la que una persona con delirios influencia en otra. Sumado a eso, hay un fondo fiduciario millonario en juego, denuncias de malversación de bienes, joyas desaparecidas... ¡Es un brete! Las autoridades aún no tienen una conclusión firme, y existe la posibilidad de que Ann vuelva a ser juzgada. Ya ven, una telenovela de esas que te atrapan desde el primer capítulo, pero con consecuencias muy reales.
Y así, la historia de John y Ann Bender, esa pareja que soñaba con encontrar la paz en Costa Rica, termina siendo un recordatorio amargo de que el dinero no compra la felicidad ni cura las heridas del alma. El caso sigue abierto, lleno de interrogantes legales y emocionales. Ahora me pregunto: ¿Podrá Ann lograr demostrar su inocencia, o estamos frente a una justicia imperfecta que no logra desenredar toda la maraña de mentiras y verdades que rodean este macabro relato? ¿Ustedes qué opinan, compas?
	
		
			
		
		
	
				
			Todo empezó hace más de dos décadas, cuando estos dos, John con su cabecita para las finanzas y Ann conectadísima con la naturaleza, estaban haciendo manija en Estados Unidos. Él, un crack en Wall Street, manejando fondos y prediciendo tendencias como si tuviera la bola de cristal. Ella, una brasileña con visión de futuro, buscándole sentido a la vida más allá de los números. Se dice que hacían una mezcla extraña, pero al final, ¡le pegó!
Entonces, hartos de la rutina y buscando desconectarse del mundanal ruido, decidieron invertir una fortuna en Costa Rica. Nos vamos pa’ Barú, distrito de Pérez Zeledón, y se compraron unas 2.000 hectáreas. Imagínense la jugada: un terrenón enorme, en medio de la selva, lejos de todo. Ahí construyeron una mansión circular de cuatro pisos, de esas que ves en revistas de lujo. Le pusieron Boracayán, suena exótico, ¿verdad?
Boracayán se convirtió en su paraíso particular. Coleccionaban joyería como si no hubiera un mañana y la finca estaba llena de animales salvajes: monos, perezosos, guacamayos… Un verdadero zoológico privado. Pero, como suele pasar en estas historias, el paraíso empezó a tener grietas. Aparentemente, tanto John como Ann tenían historial de problemas mentales, cuadros de bipolaridad y depresión que se agudizaron con el paso del tiempo y el aislamiento. Era como si el mismo paraíso se les estuviera volviendo en contra.
Además, empezaron a surgir roces con los vecinos, rumores de amenazas y paranoia generalizada. Según cuentan, John fue detenido en 2001 por un tema judicial en Estados Unidos, lo cual encendió todas las alarmas. Reforzaron la seguridad, contrataron guardias armados y cerraron aún más sus puertas al mundo exterior. La vida se les fue tornando cada vez más solitaria, casi como vivir en una burbuja.
La situación de Ann empeoró drásticamente. Cayó en una depresión profunda y sufrió desnutrición severa. John, atormentado por la culpa, intentaba ayudarla, pero parece que ya era demasiado tarde. De repente, en enero de 2010, bam: encontraron a John muerto en su propia casa, con un tiro en la cabeza. Inmediatamente, la sospecha recayó sobre Ann. Así se abrió un capítulo lleno de procesos judiciales, abogados y revuelos mediáticos que hasta ahora no han terminado.
Han sido varios los juicios que ha enfrentado Ann, acusada de asesinar a su esposo. Dos veces la han absuelto y una vez la condenaron, aunque esa condena luego fue anulada en apelación. La cosa se complica aún más con el diagnóstico de psicosis compartida, una condición rara en la que una persona con delirios influencia en otra. Sumado a eso, hay un fondo fiduciario millonario en juego, denuncias de malversación de bienes, joyas desaparecidas... ¡Es un brete! Las autoridades aún no tienen una conclusión firme, y existe la posibilidad de que Ann vuelva a ser juzgada. Ya ven, una telenovela de esas que te atrapan desde el primer capítulo, pero con consecuencias muy reales.
Y así, la historia de John y Ann Bender, esa pareja que soñaba con encontrar la paz en Costa Rica, termina siendo un recordatorio amargo de que el dinero no compra la felicidad ni cura las heridas del alma. El caso sigue abierto, lleno de interrogantes legales y emocionales. Ahora me pregunto: ¿Podrá Ann lograr demostrar su inocencia, o estamos frente a una justicia imperfecta que no logra desenredar toda la maraña de mentiras y verdades que rodean este macabro relato? ¿Ustedes qué opinan, compas?