Ay, Dios mío, estamos otra vez en esto. Diciembre llegó y con él, lamentablemente, el aumento de casos de violencia contra mujeres. La Fiscalía nos cayó la bomba ayer, advirtiendo que la receta de estrés post-pandemia, alcohol y convivencia prolongada sigue siendo la fórmula perfecta para que algunos pierdan el control y armen tremendo chinchel.
Parece que cada año tenemos que repetir la misma vaina: las fiestas decembrinas, que deberían estar llenas de alegría y celebración, terminan siendo escenarios de agresiones. Según el análisis del Ministerio Público, la combinación de cenas familiares interminables, el consumo desmedido de guaro y ron, sumado a esas presiones económicas que todos sentimos al final del año, crea un caldo de cultivo perfecto para que estallen los problemas.
Y ojo, que no hablamos solo de parejas. La Fiscalía recalcó que la violencia afecta a todas las edades y condiciones: hay denuncias de ataques a madres, hijas, abuelas... una verdadera calamidad. Lo peor es que muchas de estas situaciones ocurren puertas cerradas, donde nadie escucha los gritos ni ve las marcas, lo que hace que sea súper difícil intervenir antes de que la cosa se ponga fea.
Ahora, no me hagan andar para atrás: el alcohol no es excusa para nada. Repito, NADAAAAA. Que alguien tenga más de dos copas no le da derecho a levantarle la mano a nadie, mucho menos a una mujer. Esa gente ya tenía sus demonios internos, el alcohol solo los potencia. Ahí es donde entra la responsabilidad de todos nosotros, de reconocer las señales de alerta: los celos enfermizos, el control excesivo, las actitudes posesivas… ¡ponéle alto a eso!
Las autoridades han estado insistiendo, como churros, en la importancia de denunciar cualquier acto de violencia, por pequeño que parezca. Ya saben, no hay que normalizar ninguna agresión. Existen líneas telefónicas, refugios y programas de apoyo disponibles, incluso durante los feriados. Así que si usted o alguien que conoce está pasando por una situación de abuso, busque ayuda. No se quede callado, ¡diay!
Pero vamos a ser honestos, señores y señoras: la violencia machista en Costa Rica es un problema bien arraigado. No es algo pasajero que desaparece con las fiestas; es una cuestión cultural, estructural, que necesita cambios profundos. Necesitamos educación desde la raíz, campañas de sensibilización contundentes y leyes más duras para los agresores. No basta con poner parches, necesitamos arreglar el techo roto.
Este año, el incremento de casos en diciembre nos pone el dedo en la nariz: todavía queda muchísimo por hacer. Las estadísticas no mienten, y cada número representa una vida rota, una familia destrozada. Tenemos que romper ese ciclo de silencio y complicidad que permite que la violencia siga prosperando. Necesitamos hombres y mujeres comprometidos con la igualdad, dispuestos a desafiar los estereotipos y a construir una sociedad más justa y segura para todas.
Así que, mientras celebramos la llegada del Año Nuevo y nos tomamos unos rompope, reflexionemos sobre esto: ¿Cómo podemos, como sociedad, contribuir a crear un ambiente de respeto y cero tolerancia hacia la violencia machista, no solo en diciembre, sino durante todo el año?
Parece que cada año tenemos que repetir la misma vaina: las fiestas decembrinas, que deberían estar llenas de alegría y celebración, terminan siendo escenarios de agresiones. Según el análisis del Ministerio Público, la combinación de cenas familiares interminables, el consumo desmedido de guaro y ron, sumado a esas presiones económicas que todos sentimos al final del año, crea un caldo de cultivo perfecto para que estallen los problemas.
Y ojo, que no hablamos solo de parejas. La Fiscalía recalcó que la violencia afecta a todas las edades y condiciones: hay denuncias de ataques a madres, hijas, abuelas... una verdadera calamidad. Lo peor es que muchas de estas situaciones ocurren puertas cerradas, donde nadie escucha los gritos ni ve las marcas, lo que hace que sea súper difícil intervenir antes de que la cosa se ponga fea.
Ahora, no me hagan andar para atrás: el alcohol no es excusa para nada. Repito, NADAAAAA. Que alguien tenga más de dos copas no le da derecho a levantarle la mano a nadie, mucho menos a una mujer. Esa gente ya tenía sus demonios internos, el alcohol solo los potencia. Ahí es donde entra la responsabilidad de todos nosotros, de reconocer las señales de alerta: los celos enfermizos, el control excesivo, las actitudes posesivas… ¡ponéle alto a eso!
Las autoridades han estado insistiendo, como churros, en la importancia de denunciar cualquier acto de violencia, por pequeño que parezca. Ya saben, no hay que normalizar ninguna agresión. Existen líneas telefónicas, refugios y programas de apoyo disponibles, incluso durante los feriados. Así que si usted o alguien que conoce está pasando por una situación de abuso, busque ayuda. No se quede callado, ¡diay!
Pero vamos a ser honestos, señores y señoras: la violencia machista en Costa Rica es un problema bien arraigado. No es algo pasajero que desaparece con las fiestas; es una cuestión cultural, estructural, que necesita cambios profundos. Necesitamos educación desde la raíz, campañas de sensibilización contundentes y leyes más duras para los agresores. No basta con poner parches, necesitamos arreglar el techo roto.
Este año, el incremento de casos en diciembre nos pone el dedo en la nariz: todavía queda muchísimo por hacer. Las estadísticas no mienten, y cada número representa una vida rota, una familia destrozada. Tenemos que romper ese ciclo de silencio y complicidad que permite que la violencia siga prosperando. Necesitamos hombres y mujeres comprometidos con la igualdad, dispuestos a desafiar los estereotipos y a construir una sociedad más justa y segura para todas.
Así que, mientras celebramos la llegada del Año Nuevo y nos tomamos unos rompope, reflexionemos sobre esto: ¿Cómo podemos, como sociedad, contribuir a crear un ambiente de respeto y cero tolerancia hacia la violencia machista, no solo en diciembre, sino durante todo el año?
